La compañía, dirigida por Sylvie Reynaud, da hoy su última función en Bellas Artes
En cuatro piezas, con música de Stravinski y Chaicovski, la agrupación rindió tributo al coreógrafo
despojó al clasicismo ruso del siglo XIX de su artificio, argumento y teatralidad, desarrollando así el neoclasicismo, según la CND
Domingo 3 de julio de 2011, p. 3
El ballet en sí mismo, es decir, el movimiento, la danza, los pasos, la técnica, la creatividad individual y colectiva, la belleza de la forma que es observada por el espectador, era lo que más importaba al bailarín y coreógrafo ruso George Balanchine (1904-1983).
A ello se aplicó la Compañía Nacional de Danza (CND), dirigida por Sylvie Reynaud, con la Gala Balanchine, que se presentó el jueves y viernes pasado en el Palacio de Bellas Artes, y cuya tercera y última función será este domingo 3, a las 5 de la tarde.
Tal búsqueda de una libertad más amplia, basada en el mayor alejamiento posible de los temas, las historias y los histrionismos, pudo apreciarse la noche del viernes durante las más de dos horas de la gala.
Balanchine, destaca información de la CND, despojó al clasicismo ruso del siglo XIX de su artificio, argumento y teatralidad, desarrollando así el neoclasicismo, una forma en la cual se entrelazan la escena del ballet ruso con la modernidad y sensibilidad dinámica
.
Fue un programa integrado por cuatro obras: una con música de Stravinski y tres, de Chaicovski. Todas interpretadas en vivo por la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, dirigida por Juan Carlos Lomónaco.
En todo lo que hice con la música de Chaicovski percibí su ayuda
, solía decir Balanchine, creador de más de 400 obras y precursor del neoclasicismo, y quien además toda su vida hizo mancuerna con Stravinski.
En Serenata, con vestuario celeste claro, fondo azul atlántico y sin elementos escenográficos, Mayuko Nihei y Héctor Jiménez, junto con otros 24 bailarines, dieron vida a esa primera y representativa obra creada por Balanchine cuando ya vivía en Estados Unidos, en la que el tropiezo de una bailarina durante un ensayo y el retraso de otra fueron integradas a la coreografía.
En Estados Unidos, Balanchine desarrolló la mayor parte de su trabajo coreográfico y fundó la Escuela de Ballet Americano y luego la Sociedad del Ballet, ahora llamado Ballet de la Ciudad de Nueva York, considerada una de las compañías más importantes del mundo.
En Chaicovski, pas de deux, Agustina Galizzi y Carlos Quenedit, primer bailarín del Ballet de Monterrey, formado en el Ballet Nacional de Cuba e invitado por la CND, aprovecharon los lucimientos que permite la obra y con sus vuelos se ganaron los aplausos del público generoso.
En Apollo, con música de Stravinski e interpretado por Gonzalo García –de origen español y primer bailarín del ya mencionado Ballet de la Ciudad de Nueva York–, además de las bailarinas Lorena Kesseler, Bárbara Treviño y Nihei, se mostró cómo el joven Balanchine pudo unificar la tradición del ballet clásico ruso y la austeridad del modernismo.
Y en Tema y variaciones, los bailarines Blanca Ríos y Antón Joroshmanov, junto con una veintena de compañeros, se regodearon al recrear las intenciones evocativas de Balanchine con esta obra, pues con ella quiso, como si fuera un flash back, rendir tributo al glorioso origen: el clasicismo del ballet ruso.
Por ello, el escenario de Bellas Artes se llenó de columnas grecorromanas y los bailarines pudieron regresar a los elegantes tocados, el maquillaje cargado y los llamativos y brillantes tutús. Una vuelta de tuerca-homenaje a la tradición, desde la modernidad de Balanchine y de la Compañía Nacional de Danza.