a economía mundial transita hacia espacios altamente amenazantes, no obstante lo cual pareciera tener al planeta casi sin cuidado, que no a Bruselas, los gobiernos europeos, los bancos –especialmente los alemanes y los franceses, aunque en menor medida que el resto de los europeos y los gringos–, Washington, el gobierno chino, el FMI y no mucho más. La densa telaraña del sistema financiero del mundo camina en una cuerda endeble, pero todos esos actores no están tratando de ponerse de acuerdo sobre las construcción de un nuevo sistema monetario y financiero que sirva al capitalismo global –no tenemos un nuevo Bretton Woods–; cada cual está buscando las mejores estratagemas para echarle encima los descomunales efectos de una ruptura del eslabón más débil (Grecia, por ahora), a los vecinos más frágiles.
El Banco Central Europeo, el FMI, Bruselas y el Banco Central de Alemania están estrangulando a Grecia, y lo inexplicable: Grecia con un parlamento de oposición al Ejecutivo, aceptarán que una aplanadora les pase por encima. Grecia vive un programa de ajuste asfixiante, pero ese cuarteto le ha dado unas cuatro vueltas de tuerca más y le ha exigido que venda y así privatice activos del Estado por unos 30 mil millones de euros. Todo para que en breve plazo la Unión Europea (UE) le conceda un préstamo de 12 mil millones, mientras se elabora un programa –que será insoportable para la población– de créditos por 120 mil millones mientras la población vivirá al borde de la asfixia.
Bien podría Grecia decidir otro programa: declarar la suspensión de pagos, salirse del sistema euro, volver al dracma –su moneda anterior al euro–, y devaluarla severamente. La población quedará igualmente al nivel de la asfixia, pero la recuperación de la economía podría ocurrir en un tiempo mucho más breve, y las pérdidas se distribuirán de otro modo: correrán a cargo también de los bancos alemanes y franceses, y no sólo de la población griega.
No es remoto que la suspensión de pagos griega levante un tsunami financiero que afecte a toda la UE y más allá, pero es odiosamente abusivo que toda la carga de las tonterías de los gobiernos griegos y las inmensas ganancias de los bancos alemanes y franceses, deba pagarlas exclusivamente la sociedad griega.
No es imposible que el default griego siente a los poderosos banqueros del mundo a oír y a acatar un sistema gobernado por unas reglas construidos por acuerdos políticos y no por las agencias calificadoras.
Los efectos devastadores que puede tener la crisis griega no es mera hipótesis de trabajo: ya está conduciendo a una crisis global que amenaza ser de grandes proporciones, como lo demuestran los recientes traspiés de las bolsas mundiales que se han desplomado al unísono. El Ibex (principal índice de referencia de la bolsa española) ha sufrido altas pérdidas anuales y se instaló por debajo de los 10 mil puntos, al igual que el Dow Jones. Hasta ahora la idea de que los acuerdos referidos podría ser el principio de la recuperación griega no ha sido más que una fantasía y lo cierto es que la economía se encuentra al borde de una nueva recesión mundial, sin haber salido de la que se inició en 2007. Todo ha sido hasta hoy un fracaso que nadie, de los responsables, quiere reconocer.
El profesor chileno Marco Antonio Moreno recoge las palabras del historiador económico Albrecht Ritschl, profesor a su vez de la London School of Economics, quien señala que Alemania está olvidando parte de su historia y lo que la llevó a ser lo que hoy es. En entrevista con Der Spiegel, Ritschl recuerda que Alemania fue incluso más deudora que Grecia en el siglo pasado, e invita al país germano a ser más comprensible con la crisis del euro si no quiere enfrentarse a nuevas demandas por las condonaciones de 50 por ciento que se le aplicó en la Segunda Guerra Mundial en los pagos de las reparaciones de guerra. No debiera olvidarse hoy que Alemania terminó de pagar sus adeudos de la Primera Guerra Mundial apenas en octubre de 2010.
Los planes de austeridad y las reducciones de gasto público no pueden ayudar a una economía en declive, sino al revés, la hunden más en el pantano dado que siempre conducen a una menor demanda. A medida que el gobierno gasta menos, las empresas tienen menos para invertir y vender, y también comienzan a reducir sus gastos, principalmente por la vía del despido y los recortes salariales.
Para un país que ya está en recesión desde hace tiempo, como Grecia, un mayor declive puede ser abrumador. Irlanda es un claro ejemplo: después de haber seguido con diligencia las prescripciones del FMI y el BCE durante dos años, los recortes en los gastos del gobierno prolongaron y empeoraron la recesión. Grecia está sufriendo ese mismo ejemplo sombrío. Los recortes en el gasto público, lejos de estabilizar la economía, la pueden conducir a una recesión más severa. Y así lo demuestran los datos de la actividad económica griega. Grecia con ajuste draconiano o con default empieza a sumar a su grave crisis económica una crisis política que se sumará a las que empiezan a emerger en varios países de la UE.
Aviso a mis eventuales lectores: por algunas semanas no aparecerá este espacio. Hasta pronto.