Opinión
Ver día anteriorSábado 25 de junio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El diálogo
S

e dialoga no para confirmar perjuicios o ratificar rechazos sino para encontrar terreno en común. No dialogas con tu pasado adversario –o enemigo– porque busques un borrón y nueva cuenta, sino porque intentas exactamente lo contrario: confrontarlo con tus agravios en la esperanza de que terminen siendo reconocidos. En medio de una guerra o al final de ella resulta difícil y a veces casi imposible encontrar el punto de arranque para un intercambio inicial. Se impone el odio y el rencor plenamente justificados si se mira hacia atrás, al recuerdo y a la memoria de los seres queridos que se han perdido. Pero mirando hacia adelante pensando en la reconstrucción de una sociedad, es indispensable entender a los adversarios, a los contrincantes y aún a los más oprobiosos enemigos.

En un contexto menos dramático pero más profundo si se contempla la historia de este país, Barack Obama hizo en su campaña presidencial, un ejercicio insólito. Presionado por sus contrincantes en virtud de que el líder espiritual de su comunidad cristiana era un pastor evangélico sumamente radical presentó un argumento discursivo en Filadelfia sobre la enorme grieta racial existente. Lo planteó más o menos así: les voy a contar lo que dicen las familias negras sobre los blancos cuando están reunidas solas en la cocina durante el desayuno. Y ahora les voy a decir lo que dicen las familias blancas cuando están reunidas entre ellas y no tienen que guardar las apariencias de lo políticamente correcto. Los argumentos eran archi-sabidos, lo esencial era que un candidato presidencial negro los repetía desde ambos lados del espectro. No para cohonestarlos ni asumirlos, sino para entenderlos. Se trataba de un acto pedagógico en el ágora para subrayar cuánta distancia faltaba aún para construir una sociedad integrada.

Javier Sicilia y la multivariada red que lo acompaña intentan una cosa similar guardando las obvias distancias. Aquí estamos en medio de una guerra perdida sobre la que aún nos preguntamos ¿cuándo se perdió: cuando Calderón decidió lanzar al ejército a las calles o desde que los gobiernos priístas dejaron que las mafias se apoderaran de regiones del país? ¿Desde que la crisis económica de 2008 agudizó el desempleo entre los jóvenes o desde que el modelo que se implantó en los ochentas que prometía sacrificios en el presente para lograr resultados exitosos en el futuro no los entregó? Como en las estadísticas depende cuál es tu año base para definir a tu enemigo preferido.

Nuevamente no se trata de disolver responsabilidades públicas precisas. Hace falta –como tantos lo han dicho– un ejercicio colectivo de ajuste de cuentas con el antiguo régimen y en sus claroscuros, un deslinde de responsabilidades. También hace falta transparencia y rendición de cuentas sobre el presente. De manera relevante sobre la guerra contra el narco. Y aquí Sicilia planteó una pregunta crucial al presidente Calderón: ¿Le cuesta trabajo reconocer que no se ha hecho nada o casi nada para desmontar la estructura de protección con la que cuentan los criminales..? , para añadir: No cuestionamos su ataque a los delincuentes, jamás…,sin embargo, nuestros interlocutores no son ellos, es el Estado.

Para muchos esta primera fase del diálogo resultara insuficiente, otros saldrán con el se los dije. Es lógico que haya muchos decepcionados por los innumerables diálogos abortados con el gobierno. El agravio campea frente a gobiernos –y no sólo el federal– insensibles y alejados de la ciudadanía. Algunos aguardan las próximas elecciones. Otros sencillamente no esperan nada de la clase política en su conjunto.

Por todo esto es clave la ruta emprendida por Sicilia hecha de movilizaciones, ejercicios simbólicos y muchos diálogos. Solo así se podrán comenzar a construir los cimientos sólidos de una casa que amenaza con desplomarse. Pero que a fin de cuentas es la casa de todos y todas.