e tiempo en tiempo, los diferentes grupos que conforman las sociedades adquieren conciencia de su propia importancia y de la necesidad de buscar y lograr los cambios políticos y económicos necesarios para mejorar las condiciones de vida, de justicia, de libertad y de democracia, dejando atrás las actitudes conformistas relacionadas con la espera de que algo suceda que pueda cambiar el destino.
Así ha sido en la historia moderna de nuestro país; así sucedió en 1968, cuando los grupos estudiantiles de la UNAM y el Politécnico pusieron a prueba el viejo modelo autoritario y terminaron obligando al grupo gobernante a modificar sus actitudes de rechazo a escuchar las voces de protesta. Así sucedió también en 1988, cuando el país entero exigió el cambio a un régimen democrático, luego de 70 años de existencia de gobiernos surgidos de un partido único, en el que el poder era transferido de unas manos a otras, en un proceso ajeno a la voluntad popular. En su momento, ambos procesos fueron combatidos y aparentemente derrotados, para finalmente ser reconocidos por su importancia, aun cuando los grupos en el poder tergiversaron las cosas para dejar todo a medias; así, México es hoy definitivamente distinto de lo que era en 1968 y en 1988, pero no lo que debiera ser como resultado de esas luchas.
El surgimiento de una nueva movilización popular para rechazar el ambiente de violencia y el esquema de militarización y de guerra al que México ha sido llevado, desde quienes tienen secuestrado el poder de manera ilegítima, constituye una nueva esperanza de cambio que espero siga tomando fuerza; la suficiente como para obligar al gobierno a modificar su actitud pero, sobre todo, para hacer ver a quienes hoy esperan o desean gobernar en el futuro, que deben buscarse otras formas de atacar el problema de manera más inteligente y responsable, un problema generado, por cierto, desde y con la participación de las cúpulas gobernantes, que constituyen los antecedentes directos de la administración actual. Deseando el mayor de los éxitos a quienes han asumido ahora la responsabilidad de coordinar y participar en esta nueva lucha social, me atrevo a recomendarles la necesidad de tomar de la historia universal antigua y reciente algunos elementos que debiéramos considerar, porque quizás las dimensiones del problema que hoy enfrentamos sean diferentes a las que percibimos de manera directa.
En la reciente novela de Pérez Reverte llamada El Asedio, el autor relata un episodio ocurrido hace dos siglos en la ciudad de Buenos Aires, cuando la población de aquella ciudad vivía ya en el ambiente independentista americano, luego de los tres siglos de dominación europea; los insurgentes recibieron entonces el desinteresado ofrecimiento de apoyo de un contingente de la marina británica en su lucha contra la opresión española, la cual, luego de ser aceptada por los lugareños, dio pie a algunos combates con las tropas virreinales que terminaron con el triunfo de éstas; más o menos al mismo tiempo de estos sucesos, el monarca inglés, ignorante de los hechos, anunciaba a sus súbditos la inminente conquista del territorio de Argentina para la corona británica.
Acontecimientos similares han ocurrido una y otra vez, desde entonces, en todos los confines de la tierra; no podemos olvidar así cómo los estadunidenses fueron los grandes patrocinadores de Hussein, en Irak, proporcionándole todo el poder y las armas necesarias (luego del pago estipulado) para su lucha, calificada entonces como patriótica y justificada contra Irán y los grupos fanáticos enemigos de la democracia. No podemos olvidar tampoco que, por décadas, Italia y Francia mantuvieron en la opresión a las naciones del norte de África, sabiendo del petróleo que ellas tenían en el subsuelo y a las cuales hoy pretenden defender de los tiranos que las gobiernan y con los que hicieron tratos que les produjeron enormes beneficios. ¿Qué tanto es el petróleo la razón por la que estas democráticas naciones, o más bien sus gobiernos, están realmente interesados?
Luego de conocer diferentes declaraciones de funcionarios estadunidenses en torno a nuestro país y sus programas de gobierno (por llamarlos de algún modo), reveladas por el portal electrónico de Wikileaks, podríamos intuir que la tragedia que sufren poblaciones enteras de México, a manos del crimen organizado, tiene su origen en designios y objetivos definidos por intereses externos, muy posiblemente ubicados en Estados Unidos, con fines seguramente distintos a la aparente preocupación de las autoridades de esa nación de proteger su territorio y a su población de los delincuentes mexicanos. Las noticias publicadas por La Jornada en días pasados en relación con la operación Rápido y furioso dan cuenta, entre otras cosas, del profundo desprecio de los estadunidenses hacia nuestro país y su población.
Estos y otros sucesos colaterales nos llevan a pensar en la posible existencia de un plan de desprestigio y desestabilización de México, que incluye el desprestigio de nuestras fuerzas armadas, que bien pudiera justificar la entrada de alguna fuerza policial externa para salvarnos de nosotros mismos. ¿Cuáles son los motivos reales del gobierno de Estados Unidos, de permitir o promover la venta masiva de armas a los grupos delictivos, al mismo tiempo que al gobierno mexicano? ¿Qué presiones existen de ese gobierno para involucrar a México en esta guerra, ocasionada en primera instancia por el consumo descontrolado y multimillonario de drogas del mercado estadunidense? ¿Qué vinculaciones existen entre esta guerra y los recursos de gas y petróleo en tierras y aguas mexicanas? Considero importante que tomemos conciencia de los diferentes intereses que están en juego en todo esto, cosa que nuestros gobernantes apenas se comienzan a dar cuenta. ¿O será que algunos, como yo, andamos alucinando?