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Algunas reflexiones sobre el
Víctor M. Quintana S. Los jóvenes son minoría en el medio rural, lo contrario del medio urbano. Ahora bien, habría que comenzar por preguntarse cuándo se inventó y comenzó a emplearse la categoría de “jóvenes” para el medio rural. Durante mucho tiempo, y así es todavía en algunas regiones, la juventud prácticamente no existe. Eso es muy claro en el aspecto productivo: de las tareas propias del niño se pasa a las tareas propias del adulto, y esto no depende de una edad determinada, sino de la fuerza física y del grado de responsabilidad que se pueda ejercer en dichas tareas. Para las mujeres ese tránsito es mucho más rápido, dada su temprana e intensa incorporación a las tareas domésticas. Así, en el trabajo rural, ya sea en el campo, en la casa o en el traspatio sólo hay tres etapas de la vida: los que pueden realizar las tareas de una manera limitada que son los niños y las niñas; los que pueden cumplirlas de una manera plena, los jóvenes y adultos, y los que ya casi no pueden realizar ninguna: los adultos mayores. A la par de este hecho, la migración de los jóvenes del medio rural empieza a dispararse desde los años 60s y 70s, cuando la frontera agrícola deja de crecer en México, cuando la tierra disponible ya no puede fraccionarse más para repartir al gran número de hijos, y se agudiza el problema con las políticas de ajuste en el campo, a mediados de los 80s. Primero sólo migraban los varones, pero poco a poco las mujeres se incorporan a este flujo expulsor de población rural. La creciente penetración del capitalismo oligopólico en el campo ha venido a transformar la situación de las familias y de las y los jóvenes campesinos. La destrucción de la economía campesina ha acarreado la precariedad del empleo, la imposibilidad de que la unidad familiar dé cabida a todos los hijos y la urgencia de éstos de ganarse su propio sustento. Así, mal terminan la escuela secundaria, una gran cantidad de muchachas y muchachos dejan la comunidad rural para migrar a la ciudad o a Estados Unidos. La adultez llega para ellos en el momento en que pueden ganarse la vida por sí mismos. Ya es casi un lugar común decir que el promedio de edad del productor agropecuario mexicano supera los 52 años. Sin embargo, aunque no tienen el peso demográfico que muestran en el medio urbano o en el total de la población del país, las y los jóvenes se hacen presentes en el campo de diversas maneras:
Ahora bien, desde los años 80s la paulatina penetración del crimen organizado en el campo ha ido generando otra categoría de jóvenes en ese medio: los que están al servicio de los cárteles de la droga. Su actividad propiamente agropecuaria es mínima, pero el impacto de sus acciones es muy alto, ya sea en términos económicos o en el clima de violencia que propician. Para terminar, una reflexión sobre la capacidad de cambio de las y los jóvenes del medio rural: al menos lo que se puede observar en Chihuahua es que los jóvenes que se quedan en el campo muestran mucho más apertura que sus mayores a adoptar nuevas tecnologías para la producción, a organizarse, a capacitarse. A este respecto es muy ilustrativo el caso de la Comercializadora de Frijol Carbajales Unidos, exitosa en varios aspectos: en el organizativo, en el mercantil y en el avance tecnológico y financiero. Sus integrantes son en su mayoría adultos jóvenes. Parece que en otras regiones del país sucede algo semejante con los jóvenes que participan en las organizaciones de agricultura orgánica, de comercio justo y de rescate del medio ambiente. Estas diversas maneras de estar y de actuar de los jóvenes en el campo plantean desafíos muy claros a las organizaciones campesinas: cómo adaptarse a ellos, cómo cambiar formas de participación y de representación y hasta el lenguaje mismo para resultarles atractivas y brindar cauces a su indudable deseo de mejorar sus condiciones de vida. Otra faceta de estos desafíos es cómo lograr que la economía campesina se vaya reconstruyendo de tal manera que no sólo retenga a las y los jóvenes rurales en su medio, sino que empiece a atraer a los que emigraron y a disuadir a quienes salen por la puerta falsa de la delincuencia. Puebla
La ninguneada y explotada adolescencia rural Rosa H. Guadalupe Govela Gutiérrez Amenazada la identidad campesina por las políticas neoliberales desde hace tres décadas, en el inicio del nuevo milenio la población rural juvenil se juega su futuro como grupo social. Ninguneados y olvidados, siempre explotados y colocados en relación de desventaja en los mercados, para los jóvenes campesinos y campesinas, su destino bien puede ser la migración como único horizonte. Pero quizá no. Las nuevas identidades campesinas se encuentran entre lo que han heredado de sus padres y madres, la forma de vida campesina y los modelos de consumo de los medios de comunicación, pues para el capitalismo estos jóvenes son tomados en cuenta como consumidores y, en el mejor de los casos, como mano de obra barata. Así, una preocupación que se escucha constantemente sobre los y las jóvenes campesinos e indígenas es que ya no les gusta el campo. De hecho muchas mujeres, madres de familia, han expresado su inquietud: “¿qué va a pasar cuando nosotras seamos grandes o ya no estemos? ¿Quién va a seguir produciendo?” Y es verdad, muchos jóvenes reconocen que ya no quieren trabajar en el campo, a otros les preocupa o piensan que no es posible vivir de él. Sin embargo al Centro de Estudios para el Desarrollo Rural (CESDER), en la Sierra Norte de Puebla, donde se ofrece la licenciatura en planeación del desarrollo rural, cada año, desde hace 20, llegan jóvenes, hombres y mujeres, interesados en cambiar las condiciones de vida de sus comunidades, quienes trabajan en organizaciones o han decidido formar las propias.
Como parte de la formación en la licenciatura, se analiza la realidad en que se vive. Entre otras cosas, se ha trabajado el tema del “ser campesino”. Por ejemplo, un grupo de 20 personas de las cuales 17 son jóvenes reflexionaron sobre la identidad campesina y llegaron a la conclusión de que es una forma de vida. Las características más importantes que consideraron del “ser campesino” son las siguientes: Producir alimentos, aunque para complementar el sustento es necesario realizar otras actividades; conocer y aplicar conocimientos sobre los procesos que influyen en el trabajo de campo, por ejemplo la influencia de la luna, el uso de hierbas, la preparación de la tierra, el ciclo de siembra y cosecha; compartir tradiciones; ser parte de otros en espacios comunitarios, y sobre todo, mantener un vínculo con la tierra.
Esta última característica la comparten con el conjunto de estudiantes de la licenciatura, pues se identifican con el amor y respeto a la tierra que implica su cuidado buscando vivir en equilibrio y armonía con el medio ambiente. De alguna manera, se encuentran realizando acciones concretas en este sentido en su familia y en sus comunidades, por medio de su trabajo en las organizaciones en que colaboran o que han formado junto con otros y otras jóvenes. Otros de los temas que son de su interés son la cultura, la comunicación alternativa y el mejoramiento de la producción orgánica. Temas estudiados y tratados a lo largo de los cinco años de formación de la licenciatura. Estudian esta carrera porque “creen que la vida en el campo es posible, mejorando las condiciones de vida”, según comenta Esmeralda García Moreno, alumna de segundo grado. Los jóvenes emergen para reconstruir un tejido social, reconfigurando la matriz civilizatoria campesina con la que hay que refundar a México. Ello, en contraste con lo que se quiere hacer desde las propuestas del gobierno, por ejemplo las Ciudades Rurales, como la que están impulsando en San Miguel Tenextatiloyan, Zautla, cuyo objetivo es que las personas dejen de ser campesinas. Profesora del Centro de Estudios para el Desarrollo Rural |