Sábado 18 de junio de 2011, p. a16
Música desnuda sobre escenario ralo y a la vez opulento, a la manera de una playa desierta pero habitada –el oleaje moja sus pies, salpica sus pedales, hace tintinear el arpa de las cuerdas interiores– solamente por un piano. Ingrimo y solo.
Aparece un hombre de caminar desenfadado y hondo pensamiento. En cuanto se sienta frente al piano todo cambia, muta a epifanía.
Es Michael Nyman, quien agotó localidades de un primer concierto anunciado y ofreció un recital extra en la Sala Nezahualcóyotl el pasado fin de semana. Una manera de definir ambos conciertos es la siguiente imagen: lágrimas rodando mejillas abajo de personas absortas, flotando en sus butacas.
El hombre de los pensamientos elevados hace sonar una música que toma forma de mujer en cuanto abandona la caja de resonancia del piano: una revisitación de El nacimiento de Venus, de Boticelli.
Todavía más: es el bosquejo de ese óleo mural, que conocemos en sus espléndidos colores y formato de monumento. Este apunte, dibujo a lápiz, es como suena la música de Michael Nyman en este recinto.
Es una música desnuda, resplandece en cada poro, cada nota, cada milímetro de la epidermis erizada por la caricia de la yema de los dedos que la tocan, y la mujer hace un movimiento apenas perceptible para dejar caer los linos y las sedas que vestía. Ahora todo es un esplendor de luz que suena así, en éxtasis.
Notas simples, una línea melódica de sencillez extrema, una progresión armónica que en un momento que nadie parece percibir, se quiebra, hace un rulo, forma un rizo. Y se eleva. Flor, magia, madrépora. Mujer desnuda.
Hay tantos Michael Nyman como sus escuchas: una variedad creativa insólita, pocas veces ocurrida en la historia del arte (cineasta, fotógrafo, musicólogo, degustador de la vida y sus misterios), realizó el ancestral viaje del eterno retorno cuando el viernes y el domingo anteriores se sentó frente al piano para desnudar una música que el mundo conoce en sus ropajes fastuosos de cuarteto de cuerdas, o bien en las velocidades increíbles como las interpreta la Michael Nyman Band, inclusive con orquestaciones sinfónicas de antología.
Toda esa fastuosidad, esas nubes cargadas de vapor, se condensó en el alambique de un piano solo tirado en plena playa y activado por un hombre que lo convirtió en libreta de apuntes de pintor que bosqueja a lápiz esa música. Y la desnuda.
Y el público recupera entonces su condición original, donde el paraíso ya no se apellida Perdido. El ciego John Milton lo atestigua: el paraíso recuperado, la pureza recobrada, el origen, el centro de la rueda de la vida.
La materia del recital de Michael Nyman en la Sala Nezahualcóyotl la semana pasada está concentrado en una de sus asombrosamente múltiples grabaciones (la cantidad de discos que ha publicado es sencillamente impresionante), y se titula The Piano Sings, El piano canta, donde el compositor puso en claro su intención de mostrar lo esencial de su música. No esencial como síntesis, sí como summun, integridad, pureza original.
La parte culminante de esos recitales consistió en la proyección del filme A propos de Nice, obra maestra de Jean Vigo rodada en 1930. Al pie de las imágenes, el maestro Michael Nyman demostró por qué es uno de los grandes genios de la música en cine. Escribió sobre el piano, bajo la pantalla, e hizo sonar poesía.
La impresionante discografía de Nyman está dispersa en las tiendas de discos, pero cuando grabó su disco The Piano Sings, en 2005, lanzó su propia firma discográfica: MN Records, cuyo catálogo esplende en la página web www.mnrecords.com, donde un link nos lleva a la tienda virtual donde se pueden comprar esos discos.
Por cierto, The Piano Sings se repetirá en agosto, en el Teatro de la Ciudad. Ya los boletos están a la venta.
Mientras tanto, el piano canta. Y la música, entonces, se desnuda.