n un repaso rápido de la breve historia de la movilización iniciada en Cuernavaca hay que destacar como un éxito indiscutible la capacidad para sacudir la conciencia nacional al replantear en el centro de las preocupaciones el tema de la violencia y sus causas, la necesidad de crear un contexto de exigencias a la autoridad para acabar con la impunidad y el intento de trazar una visión de largo aliento que trascienda la indispensable denuncia cotidiana, esto es, un pacto nacional sin exclusiones. No es poca cosa. Por eso, al contrario de lo que opinan algunos comentaristas, creo que la caravana Cuernavaca-Ciudad Juárez fue un triunfo, que no empaña la dispersión del documento final que, en efecto, puede mejorarse. Hay críticos a los que asombra que a la hora de la deliberación surgieran diferencias en materias importantes, como la apreciación del militarismo o las relaciones del movimiento (las víctimas) con la autoridad, cuestiones que no se meten a la discusión por la puerta de atrás sino que responden a concepciones formadas de personas y grupos que vienen actuando con sus propias divisas. La unanimidad es indeseable pero también imposible. Otros, en el límite, observan tras la pureza de la caravana a los mismos de siempre
, cuya descalificación al parecer no requiere de argumentos. Hay también quienes se sorprenden de que la sociedad civil no se encendiera masivamente al paso de la caravana, sin ver que para mucha gente esta era la primera vez que alguien (marchando en paz y con el único recurso de la palabra) se paraba en esas plazas para decir ¡ya basta! En definitiva, se olvida que la marcha a Juárez es en sentido estricto el primer paso en el cumplimiento de una tarea titánica de construcción que debe saber conservar su propio perfil, eludiendo las caracterizaciones improvisadas, coyunturales, que la alejan del objetivo principal. En este punto, cabe decir que todas las generalizaciones son malas, incluso cuando se trata de la política y los políticos. Y hay que mantener la mente abierta para no dejarse llevar por las pulsiones de la coyuntura.
La fuerza del movimiento radica en la dimensión moral que se ha fortalecido viva y dramáticamente a lo largo del recorrido. Es la voz de las víctimas la que por vez primera se expresa en la plaza pública para rendir cuentas sobre el dolor real, concreto, con nombre y apellido, hasta ahora sepultado en el anonimato de los números, que es otra cara de la impunidad. Sicilia nos confronta con ese horizonte, con la indiferencia, el desamor, la insuperable distancia que hace de la muerte un daño colateral
inevitable, pero denuncia complicidades y corruptelas, la vasta red de encubrimiento anidada en las instituciones, la degradación de la justicia que mira a otra parte cuando de tocar intereses se trata, pero se rehúsa a creer, porque así lo dicta la estrategia oficial, que a la violencia criminal se le puede vencer oponiendo al enemigo una fuerza militar superior como si, en efecto, estuviéramos enfrascados en una guerra convencional. El uso del Ejército y la Marina no sólo contradice la función que les asigna la Carta Magna, al convertirlos en cuerpos de policía, sino que entraña riesgos para las instituciones democráticas y, naturalmente, para la soberanía nacional. El no de Sicilia a la militarización no es, sin embargo, una negativa irracional a prohibir la fuerza militar allí donde, por la claudicación de los cuerpos de seguridad, la delincuencia tiene carta blanca para actuar, pero sí es la negativa rotunda a circunscribir la solución
a una salida militar, sin atender las causas que ya han desgajado el tejido social, entre ellas, la desigualdad que divide y desmoraliza a la sociedad, sobre todo a los jóvenes, a los que se cierran todas las salidas, incluidas cada vez más la migración al exterior o la saturada economía informal, por no hablar de las oportunidades que pomposamente anuncia la autoridad en materia profesional. Sicilia ha reconocido que México está en una encrucijada y debe decidir cuál será el camino a seguir: o el de la autocomplacencia en un camino que reafirma la deshumanización de las relaciones sociales y, en nombre del individualismo y la glorificación de la riqueza, promueve el lucro como motor del progreso
, o el país, la nación, la comunidad, la ciudadanía retomando el sendero de la justicia social y el respeto irrestricto a la dignidad humana como razón de ser de las instituciones.
El terror consigue su propósito cuando el miedo domina o paraliza nuestra conciencias, impidiéndonos pensar y decidir. La violencia sacraliza el fatalismo, la creencia de que nada puede hacerse sin atraer el castigo que está en el aire, indeterminado, posible, verificable. El terror esteriliza la participación cívica, esparce la desconfianza y encubre a quienes participan de él. No se necesita compartir los sentimientos religiosos de Sicilia para sentirse solidario con él y su causa: al identificamos como seres humanos en defensa de la vida, el movimiento ha puesto los puntos sobre las íes: México no puede vivir de espaldas a una situación que niega su humanidad, destruye la convivencia y aplasta la esperanza. O, lo que es peor, que descarga sobre las víctimas la culpa; entroniza al victimario en su despiadado cinismo.
Volviendo al foro, especialmente importantes me parecen las conclusiones de la mesa 7, donde se arribó a la siguiente definición, que me parece excelente: “El Movimiento Nacional por la Paz con Justicia y Dignidad es un movimiento ciudadano, autónomo e independiente respecto de partidos políticos y grupos, que busque la paz con base en la justicia y la dignidad mediante una participación inclusiva. Buscamos construir una estructura horizontal, descentralizada y democrática, formada por comités locales, estatales y/o regionales autónomos, unidos en la diversidad.
Estamos conscientes de que no hay planteamientos definidos ni absolutos y de que estamos en un proceso constante de construcción colectiva del país que queremos, valorando el contexto y las experiencias de los otros en su diferencia. Es por ello que los aquí presentes asumimos la necesidad de ampliar la discusión sobre el significado de la resistencia civil, la cultura de la no violencia, la paz y los valores democráticos, a fin de construir una sociedad más justa, respetuosa, plural e incluyente.
De aquí en adelante el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad tendrá que consolidarse afrontando la estrategia oficial, replicada o transfigurada en cada estado, pero también tendrá que juzgar con agudeza el momento actual si no quiere verse encadenado a los intereses que ya están en la disputa por el poder. Parece una prevención innecesaria, pero no lo es. Mantener la autonomía sin perder de vista los objetivos propios significa aportar a la ciudadanía un planteamiento diferente pero unificador.