anzarse como El Borras” es una expresión muy mexicana. Peor aún, es infortunadamente una práctica frecuente. Lanzarse como El Borras significa actuar intempestivamente frente a un hecho deseado, o a la inversa, frente a uno que nos resulta insoportable, sin pensar si los modos, los medios, las instrumentos, son los idóneos frente al asunto que tenemos enfrente y, peor aún, sin llevar a cabo el menor cálculo sobre los posibles resultados de nuestro actuar y sobre la naturaleza y alcance de las secuelas que derivarán de nuestras acciones.
El Borras puede ser cualquiera, pero hay ejemplos únicos por sus vastísimos efectos, porque parecen no tener fin, porque cada vez adquieren mayor monstruosidad. Cuando Calderón se puso una gorra dos tallas más grande que su cabeza y decidió lanzar al Ejército a la guerra contra los delincuentes que trafican con estupefacientes, quién puede dudarlo, actuó como El Borras.
El Borras es un personaje imaginario formado con variados rasgos de la idiosincrasia individualista de los mexicanos. El Borras no es un héroe pero comparte con ellos la determinación, los tamaños, para emprender una acción, sin importarle el costo que pueda representarle. Es un personaje trágico, porque es su coraje personal el que lo impulsa y no las luces de las que, más bien, carece.
Calderón se lanzó como El Borras con un doble propósito: sepultar el famosísimo 0.56 por ciento de ventaja electoral que, para una porción significativa de la población, es un dato falso.
El segundo propósito (acabar con el narcotráfico) se convirtió en un tsunami político y social inhumano. El fin de la guerra mexicana nadie sabe dónde queda.
El alto vacío había desmantelado el flaco aparato de inteligencia que el país tenía y, así, llegó Calderón y lanzó su guerra sin saber contra quién guerrearía. Es un hecho más que evidente: ¿cuántos miembros de cuántas bandas de narcotraficantes eran su objetivo?, ¿de qué volumen y de qué tipo era el armamento de cada banda?, ¿cuáles eran exactamente las relaciones entre esas bandas?, ¿cuáles eran sus formas de operar?, ¿cuáles sus rutas?, ¿con qué traficantes gringos estaban asociados?, ¿cómo se distribuía la droga en el vasto territorio de los insaciables vecinos?, ¿cómo se administraban las fortunas obtenidas de este tráfico?, ¿dónde y cómo se resguardaban los millones de dólares obtenidos?, ¿cómo se lavaban esas fortunas?, ¿quiénes hacían ese trabajo?, ¿cuál sería la hoja de ruta para ser eficaces y efectivamente echarles el guante a los narcotraficantes?, ¿cómo debía procederse para desarticular las redes internacionales por las cuales caminan la droga y los dólares?, ¿cuántas mucho más preguntas puede formular un experto?
El Borras, por definición, no se haría ninguna de estas preguntas: sabía que tenía fusiles, ametralladoras, jeeps, helicópteros, y se lanzaría tras los malos para de una vez por todas, aplastarlos y sanseacabó.
Actuando como El Borras, es decir, sin tener a priori un mapa mínimo de respuestas a esas interrogantes, Calderón estaba absolutamente impedido para prever que su acción provocaría 40 mil muertos a la fecha; que las bandas de narcotraficantes, aumentarían; que al mercado de drogas que existía, las acciones del Borras agregarían un gigantesco mercado de armas; que a la vera del tráfico de drogas surgiría una multiplicación de otros delitos como el robo, el asalto, el secuestro, la extorsión (que parece ya haber alcanzado altísimas cotas en todo el territorio nacional). Esto último fue posible debido a que el lánguido aparato judicial que existía al inicio de la guerra, se achicó más en forma inversamente proporcional al crecimiento del crimen, lo cual produjo la terrible expansión de la corrupción y la impunidad.
Y más: el crecimiento imbatible del cáncer de la droga, mediante una metástasis en la forma de la multiplicación de tipos diversos de crímenes infames, seguramente se quedó corto frente al daño infligido al tejido social.
Durante los años 2001, 2003, 2005 y 2008 el Inegi y la Secretaría de Gobernación llevaron a cabo la primera, segunda, tercera y cuarta Encuesta nacional sobre cultura política y prácticas ciudadanas. En 2010 debió efectuaron la quinta encuesta, pero vaya usted a saber si se concretó y se halla a buen recaudo, o si de plano se decidió ya no realizarla más. Esta encuesta muestra pálidamente algunos rasgos del sentir de los mexicanos en el área restringida de la política nacional. Puede leerse, en la cuarta encuesta (como en las anteriores) un rostro desencantado, imagen misma de la desconfianza de los mexicanos, no sólo con los políticos y sus partidos, no sólo en las instituciones políticas, sino lo peor, la desconfianza de cada mexicano en los otros mexicanos (descontando las acciones y movimientos solidarios que en todo tiempo pueden verse en cualquier parte).
En 2008, 71 por ciento pensaba que la mayoría de la gente sólo se preocupaba de sí misma y 84 por ciento expresaba que si uno no se cuida a sí mismo la gente se aprovechará
. Los mexicanos veían una amenaza en los demás: temían ser discriminados por diversas razones (clase social, edad, etcétera), o atacados o secuestrados; creían que la gente no cumplía la ley (64 por ciento) y que la mayoría de las personas respeta poco los derechos de los demás (66 por ciento).
El Borras tiene determinación, pero carece de luces, y cuando actúa desde la cumbre daña a millones.