Opinión
Ver día anteriorMartes 14 de junio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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En defensa de don Genaro García Luna
D

e nuestra Constitución se puede afirmar lo que Jardiel Poncela (memoria en prendas) decía de Don Quijote de la Mancha: el libro del que todos hablan y muy pocos han leído.

Artículo 37, fracción C, inciso III: La ciudadanía mexicana se pierde: por aceptar o usar condecoraciones extranjeras sin permiso del Congreso federal o de su Comisión Permanente.

De aquí en adelante nada es verdad ni mentira, todo imaginación e irresponsabilidad del arriba firmante.

Apenas cerraban tras de sí la puerta de su despacho los funcionarios de la embajada de Colombia, cuando GGL dejó escapar un profundo gemido. El esternón era como una pesada lápida que le impedía el resuello. El colon irritable, que ha sido su tormento permanente, reaccionó con una inflamación inmediata. Las glándulas salivales quedaron como drenaje de iztapalapa: secas. Se desplomó en su asiento y con enorme esfuerzo giró el torso a su derecha y tomó el teléfono rojo de la red presidencial (¿por qué serán siempre rojos y no rosa mexicano?). Irguió el índice flamígero con el que suele perforar conciencias (y a veces algunos órganos menos etéreos), de los detenidos, y marcó el dígito del secretario particular. Jamás un secretario llamaba directamente al Presidente. Perdón, capitán, teniente, licenciado: ¿podría decirle al señor Presidente que me urge pedir su autorización para retirarme un poco antes? Es que me acaba de dar un inoportuno infarto al miocardio. Sí, por supuesto, espero sus indicaciones.

Contestó el hiperquinético Gil Zuarth: Dígame, ingeniero, ¿en qué le sirvo? Desconcierto y silencio al otro lado de la línea: ¿Cómo saben que soy yo? ¿De qué estarán enterados? Ingeniero, el identificador de llamadas existe hasta en los estanquillos de la esquina.

Licenciado, le habla... Sí ya sé, ingeniero, ¿en qué le sirvo? (En esos niveles, aunque los ilustrados y la tropa se desprecian, también se temen –¡uno nunca sabe!–, por eso se corren atenciones.) “Me urge ver al señor unos minutos, es urgente, urgentísimo. No es nada malo, al contrario, la noticia que le llevo es…” ¡Véngase, ingeniero! Yo le hago un campito. (Típica maniobra de los secretarios para hacer méritos en todos lados.)

Tan pronto GGL llega, se le franquea la puerta del despacho que debería ocupar el Presidente. F de J se levanta, va hacia el ingeniero, lo semiabraza (también expresión del lenguaje corporal político: te registro, pero no abuses, ni te tardes). ¿Y qué es lo urgente, ingeniero?

Si digo que don Genaro no pudo articular palabra, estaré escribiendo un renglón cumbre del realismo mexicano. Simplemente extendió los papeles de la embajada a F de J y bajó, con estudiada humildad, la vista. (¿No que no se aprende nada de los interrogatorios?). F de J leyó y quiso echar un grito de hijo desobediente, pero ya ven que la vocecita se le quiebra y no da para mucho, le salió apenas un quejidito de niño alborozado: Ingeniero, secretario, qué digo, Genaro, hermano. ¡Milagro! ¡Milagro en el momento preciso! Cómo les va a quedar el ojo a nuestros malquerientes. Los de la manifestación La Pera-Ciudad Juárez se van a tener que seguir hasta El Paso y con boleto sencillo. Además, mira quiénes te están reconociendo, hermanito, los expertos de Colombia, los que hace poco hasta te desconfiaban. El primer dedo índice del país encontró el timbre del primer escritorio del país y lo oprimió sin descanso. Don Gil (de las calzas albiazules), que tenía la oreja pegada a la cerradura, se irguió y, cuadrándose, exclamó con arrojo: ¡Ordéneme, señor! “¡Pronto, habla con el cuate éste. ¿Cómo se llama? El que nos trajimos de Baja California, para que cuide que el asunto que ya escuchaste tras de mi puerta por ningún concepto se divulgue. Que la Marina vigile al Ejército, éste al Cisen y que le rueguen a La Familia que nos otorgue una tregua de ocho días sin mantas. Yo personalmente hablaré con don Emilio y con don Ricardo. Habla también con Patricia, ¿cómo que con cuál? Patricia, la que solamente es secretaria de Relaciones, para que intervenga con la embajada de Colombia y no den a conocer su generosidad hasta después que nosotros lo hagamos. De pasada convócate a Max, a Germancito, a Cesarín y, por supuesto, a Paty, mesas dentro. Reúne a los auténticos good fellas para decir ¡salud!”

Perdón, señor: ellos ya no están con nosotros.

“¿Tampoco ellos? Estos son of a bitch de Vicente, Santiago, Espino… Hay que pararlos, pero ya.”

Don Genaro, a quien la euforia de la superioridad lo ha desbordado, se aproxima y ante la imposibilidad de grabar la conversación o pedir la huella digital, insiste: Entonces, señor, usted me autoriza a...

“Pero, Genarito: ¿en qué idioma te lo digo? Te autorizo, te lo ordeno, te lo suplico. Vete ya por el trofeo y ponlo bajo custodia. Pero custodia de a de veras, no como la que le puso Vicente a El Chapo. Y una recomendación: no le digas de esto ni a tu mujer (típico consejo de entonces: ‘usted es el bueno, compadre, pero antes de la convocatoria, ni a su vieja, ya sabe cómo son’). Ten cuidado con los medios, en especial La Jornada, Proceso, la Aristegui. Pero sobre todo, ni una palabra a los diputados o los senadores. En alguna parte, por insignificante que sea, van a encontrar alguito para condicionar y desmerecer tu hazaña.”

El siguiente capítulo sobre este tema de presuntos culpables saldrá cuando Dios quiera, o se descuide.