icente Fox llegó a la presidencia de México con la gran promesa de sacar al PRI de Los Pinos
. Esa expresión coloquial se leyó como la posibilidad de cambios profundos en la vida del país, luego de más de 70 años de un régimen surgido de una revolución armada que se prolongó a lo largo de diez años y una larga secuela de ajustes dramáticos por su institucionalización.
La institucionalización a partir de 1940 no significó un país de leyes, soberanía, justicia social y democracia, sino una unidad nacional disfuncional basada en formas autoritarias, corrupción, discrecionalidad, atraso político, fraude electoral crónico, cacicazgos regionales y la creación de una oligarquía atrasada, temerosa de cualquier cambio y expresión crítica. En los hechos, los gobiernos sexenales se fueron alejando de su compromiso histórico y la Revolución Mexicana se convirtió en un discurso gastado.
Un partido, el PRI con sus colores, se apropió del país e impuso una unidad nacional de acuerdo con una idiosincrasia que permanece en la cultura política nacional: el miedo a la competencia, la tendencia a imponer, la búsqueda de atajos a la ley para evadir su cumplimiento.
A este país gobernado por un régimen corporativo que le servía a la oligarquía, y fuertemente centralizado en la figura presidencial, se le vino la decadencia. Los Pinos, de ser una modesta residencia del presidente, se convirtió en el emblema del poder centralizado. Por eso, cuando Vicente Fox dijo lo que prometió, la fantasía popular imaginó un parteaguas y, junto a la oferta del cambio, cada elector por esa opción le puso un valor a su voto.
Jorge Hank Rhon en Baja California, desde décadas atrás, era el símbolo decadente de una estirpe enriquecida desde el poder. Un modesto maestro, en poco tiempo relativamente se había convertido en uno de los hombres más ricos del país y más emblemáticos, pues su poder provenía regionalmente de gobernar el entorno de la capital. De esta ubicación surgieron corredores industriales correspondientes al modelo de desarrollo –se recuerda el periodo del milagro mexicano
o el desarrollo estabilizador–; gran parte de la producción industrial se realiza en el estado de México. No sólo se forma una oligarquía industrial, sino también una fuerza sindical base del control obrero. Fidel Velázquez y Carlos Hank González fundan y forman pilares corporativos económicos y políticos siempre en relación con el poder presidencial.
Jorge Hank Rhon, hijo de Carlos, ve en Tijuana la potencialidad de la frontera y, mezclando excentricidades propias de alguien educado en la impunidad, se convierte en el hombre fuerte de Tijuana e impone durante décadas su ley, su orden y su ornato. Gobiernos vinieron y fueron, y su poder permaneció intacto; por eso, si Vicente Fox, luego de tomar posesión en diciembre de 2000, hubiese detenido a Jorge Hank Rhon, habría sido el anuncio de que empezaría a cumplirse la idea del cambio. No fue así.
Vicente Fox al llegar a los Pinos dijo que todo se veía bien desde ahí y rechazó toda idea de reformas políticas y económicas, salvo las que le interesaban a Washington. Con el PRI, el partido del viejo régimen, empezó un largo proceso de contubernio, alianzas legislativas, ajustes antisociales y discrecionalidad. A casi 12 años de gobiernos de Acción Nacional, el país es casi el mismo, salvo que ahora goza de disfuncionalidad general ante el vacío del centralismo presidencialista y la crisis del sistema federalista.
La detención de Jorge Hank Rhon, hace una semana, en medio de un país polarizado, con un sistema judicial dependiente aún del Poder Ejecutivo y tras varios golpes fallidos como el michoacanazo, es un acto tardío, que además deja en ridículo la intención de actuar sobre los vínculos entre el crimen organizado y la clase política.
Felipe Calderón y sus golpes son como los del coyote contra el correcaminos. El PRI se apresta en las elecciones del estado de México a burlarse de la intención, y el escándalo mediático ya está convirtiendo al símbolo de la decadencia y la corrupción priísta en una víctima más del panismo.
Decisión tomada en medio del crispamiento electoral, luego de salir un dudoso precandidato oficialista desde el nicho del poder calderonista, el golpe de Tijuana fue sembrar más impunidad, pues el grado menor de los cargos contra Hank Rhon es producto de la improvisación o de la desesperación.
La señal para el país es nefasta, pues ese poder decadente –el de los camisas rojas, el que quiso gobernar Baja California, el de Ulises Ruiz y Mario Marín, el de los atajos de Roberto Madrazo– es el que regresa en 2012, si antes no sucede algo extraordinario que rompa con el peligro del retroceso y la ineptitud del presente.
La decisión tardía contra Jorge Hank Rhon sólo demuestra lo que el PAN no hizo en 11 años.
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