Sábado 28 de mayo de 2011, p. a20
En sentido contrario del destino de Gustav Mahler, cuyo centenario luctuoso causa revuelo entre los jóvenes, hecho que lo convierte en un artista de consumo abierto, masivo, la celebración del cumpleaños 70 de Bob Dylan, ocurrido el pasado martes, acusa un retraimiento que lo reconvierte, día con día, en un autor de culto.
Ambos autores clásicos –no en el sentido de género musical, sino del enclavamiento que los ubica como inmarcesibles–, Mahler y Dylan han transitado etapas semejantes en el gusto del público. En los años 70, por ejemplo, Mahler era un autor para iniciados, en tanto Dylan era un mega star. Ambos iconos, su música goza del reconocimiento mayor: el de los conocedores, los que identifican lo que vale la pena y ayudan a la preservación de esos materiales, una vez pasadas las afectaciones de las modas.
Este martes, en su cumpleaños 70, Bob Dylan fue tratado como una reliquia, un icono del pasado, un referente prestigiante. El alto valor de su música no le sirvió a la industria del consumo –que es en lo que se han convertido la mayoría de los medios de comunicación– para hacer negocio a gusto. Incómodo, el maestro Robert Zimmerman.
El sensacionalismo de lo vendible torció testimonios confesionales de Zimmerman para hacerlo aparecer como un suicida pretérito. Vaya absurdo. El propio poeta ya había formulado desmentidos al anterior intento de linchamiento: muchos periódicos intentaron mostrarlo como, nuevamente, traidor, porque según ellos hubo poco público en sus conciertos en China y porque se dejó censurar por el gobierno chino, dizque.
Falso de toda falsedad, replicó Dylan y ofreció pruebas. Entre ellas está el futuro de su música: las listas que le requirió el gobierno chino antes de sus conciertos –de las cuales no fue omitida ninguna– son materiales repartidos en sus últimos cinco discos, entre los cuales hay dos obras maestras irrefutables: Modern Times (2006) y Tell Tale Signs (2008), es decir: Bob Dylan demuestra con hechos que no es un icono del pretérito (la publicidad para sus conciertos en China lo mostraba en fotos junto al Che Guevara, Jack Kerouac y Allen Ginsberg), sino un artista cuya vigencia retumba en el brillo de una obra artística de solidez extrema y no así en el relumbrón, que parece ser la manera de medir hoy día a los artistas.
Dylan no es solamente el autor de Blowin’in the wind, como la mayoría nostálgica lo ubica, sino un autor que continúa creando. Disparejo su material, cierto, pero todo el tiempo es obra de un maestro. Incómodo, lo cual lo hace un mejor maestro.
Robert Zimmerman sigue siendo un artista incómodo. La industria del consumo no lo puede asir. Buena parte del público no sabe qué hacer. El melómano lo iza.
Tenemos, entonces, Bob Dylan, artista incómodo por antonomasia, para rato, mucho rato. Y va de nuevo, entonces: Feliz cumpleaños, Robert Zimmerman.