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Ver día anteriorLunes 23 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Más del beato nuevo

C

on relación a la columna anterior en que se mencionaban algunas causales que hacían improcedente la beatificación de Juan Pablo II, no se diga el besamanismo de algunos mandatarios, con más fe en el más allá que en sus capacidades para enfrentar y resolver problemas, Jenaro Guajardo Aguirre comenta:

“En mi opinión, a su artículo habría que añadir por lo menos otro hecho que empaña la manipulada aunque para la jerarquía católica urgente beatificación del extinto Papa: la falta de comprensión y respeto que Juan Pablo II exhibió ante la opinión de otros católicos, como fue, entre muchos casos, la mostrada en su visita a Nicaragua hacia Ernesto Cardenal cuando éste, humildemente arrodillado en ingenua espera de la papal bendición, recibió a cambio pública reprimenda con el zarandeo del pontificio dedo índice enhiesto en la cara, a la vista del mundo entero. Fue evidente el contraste entre sus armonías interiores.

“A pesar de la bondadosa y paternal figura y su tierna mirada personificando el regreso del misionero europeo a rescatar almas de infieles para el Señor (?), el obispo de Roma no entendió ni quiso entender la teología que hace siglos demanda América Latina; ni en sus encíclicas, bulas, cartas y libros intentó revisar un ápice la doctrina ni los dogmas del catolicismo más conservador.

“Según el Vaticano y sus obispos, el grave deterioro moral que aqueja a nuestro país y al planeta se debe a la falta de observancia de los valores morales impuestos hace veinte siglos por la Iglesia. Sin embargo, imponer valores siempre resulta más fácil que observarlos y dar testimonio diario de ellos. De nueva cuenta, pero ahora apoyados en una ejemplaridad artificial, según estos criterios eclesiásticos los que utilizan una doble moral son los otros, no los beneficiados en rechazar la Teología de la Liberación. El examen de conciencia y el propósito de enmienda son para los demás.

“Aunque en realidad todo esto no importa, como tampoco las beatíficas obsesiones por el celibato y la misoginia, aplaudida por millones de ofuscadas devotas. Lo que importa es el símbolo, el mito inalterable: la Iglesia se exalta a sí misma, se premia, se purifica y en impresionante ceremonia, con la complicidad de los siempre fieles (al rating) medios masivos afirma su presencia y poder en el mundo. El espíritu mexica se aproxima de nuevo al ausente padre salvador... ¡Qué padre! Alegrémonos”, concluye irónico Jenaro Guajardo.