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Ramsés Arturo Cruz Arenas Tío Manche era un pescador que pertenecía a una cooperativa en Puerto Ángel, en la costa de Oaxaca. La cooperativa databa de la época de Echeverría. Como la mayoría de sus compañeros, tenía un cayuco que él mismo había construido. Manche salía todas las mañanas en el cayuco y regresaba en la tarde con una pesca más bien raquítica pero orientada a sus necesidades. Siempre pasaba a la cooperativa a dejar dos o tres pescados que ponía en la báscula y le anotaban el peso correspondiente, dos o tres pescados más eran para el consumo familiar del día y dos o tres otros pescados iban a parar, decía, con su otra mujer. A veces, cuentan, Manche no terminaba de salir del todo de la cooperativa cuando se regresaba a la báscula por alguno de los pescados, que en el transcurso se había dado cuenta que necesitaría. Después, con lo poco que obtenía de la venta, se compraba unas caguamas, es decir unas cervezas familiares, y el atardecer lo sorprendía en su hamaca con la caguama al lado. Una tarde que algunos biólogos del Instituto Nacional Indigenista (INI) fueron a visitarlo, lo encontraron en esa envidiable posición: en la hamaca y con caguama en mano. Manche era un líder nato al que el personal del INI acudía obligatoriamente si se deseaba tratar algún asunto de la cooperativa o del pueblo. Luchador social, también, participó en la defensa y reactivación de la pesca artesanal, especialmente del atún, que dicho sea de paso, era pescado para enviarse a Estados Unidos: tradición y modernidad confrontadas. Un fondo pesquero unía al INI con la cooperativa de Manche, pero los separaba un mundo de pensamiento. Esa pudo ser una razón para la visita, no lo sé o no recuerdo. Lo que recuerdo es que al verlo ahí acostado uno de los biólogos le dijo: “Manche, deberíamos darte un apoyo económico para que te hagas de otro cayuco”. Sin mucho interés respondió: “y eso, ¿para qué?
Viendo venir la secuencia de preguntas, el biólogo se adelantó y le dijo: “¡Así en un par de años podrás hacerte de una lancha con motor de gasolina!”. Era natural esperar una reacción de sorpresa, pero Manche frunció el ceño y después preguntó: “Oye biólogo, ¿y eso de la lancha con motor a gasolina pa’ qué me va a servir?” Sorprendido, el biólogo sí, respondió nuevamente: “¿Para qué? Pues para que recorras más distancias sin hacer mayor esfuerzo, lo que te permitirá recolectar en una sola ida lo que hubieses hecho con seis o siete cayucos. Eso a la vez te permitiría generarte un ingreso muy importante que te daría mejor posición en la cooperativa y podrías ahorrar como para que en otros dos años puedas comprarte otra lancha con motor en borda. Contratarías a otra persona y estarías generando empleo”. Se podrán imaginar la cara del técnico del INI haciendo ademanes y planes para el buen Manche, a la vez que éste le cuestionaba sin mucho interés cada punto del plan. La plática se dio de tal forma que el tío Manche se había convertido ya en el dueño de un poderoso barco pesquero –en palabras del técnico, claro está– y a punto de ser el hombre más rico de Puerto Ángel. Sin embargo, la idea no lo había capturado nunca y ni cercanamente lo sedujo. Mientras el técnico profería casi a gritos la genialidad de tal plan, Manche sólo pudo preguntar:
Manche, por fin sorprendido, le respondió:
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