21 de mayo de 2011     Número 44

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


FOTO: Víctor Camacho / La Jornada

Sonora

Gobierno y guardia tradicional en la
Bahía del Tóbari

M. Gabriel Hernández García

Apesar de que el Artículo 180 del Código Electoral de Sonora contempla la figura del regidor étnico, definido como aquel “integrante de un ayuntamiento en los municipios donde tiene su origen y asentamientos la etnia a la que pertenece y será designado conforme a los usos y costumbres de la misma”, las tribus y naciones de ese estado no están plenamente representadas en las estructuras locales de gobierno.

La apertura de los ayuntamientos para este tipo de representantes indígenas se convirtió en uno de los espacios de lucha política de los pueblos, las tribus y naciones cucapá, tohono o´odham, seris, yaquis, mayos, pimas y guarijíos en la década de los 90s. Sin embargo, pronto se hicieron sentir los intereses de los partidos políticos que se infiltraron en los procesos de elección de los regidores.

Frente a este escenario algunas organizaciones, sobre todo entre los yaquis, mayos, pimas y guarijíos, decidieron conformar los llamados “concejos indígenas”, los cuales emergieron como organizaciones apartidistas y se convirtieron en una vía para canalizar las demandas indígenas, además de que empezaron a organizar las elecciones para las regidurías y a fortalecer los procesos tradicionales de elección allí donde éstos existían. Pero paulatinamente los partidos extendieron su control sobre los concejos indígenas y se apoderaron de los procesos de representatividad étnica en los ayuntamientos.

Esta situación ha obligado a muchas comunidades y organizaciones a modificar sus estrategias de lucha social. En donde ya existían los gobiernos y las guardias tradicionales, como entre los yaquis y guarijíos, se desarrollan actualmente procesos de fortalecimiento de la legitimidad de dichas instancias. Además, se ha ejercido presión para que los gobiernos municipales, estatal y federal reconozcan como interlocutores legítimos a los gobernadores tradicionales en lo referente a políticas de desarrollo endógenas y externas.

La reciente aprobación de la Ley de Derechos de los Pueblos y Comunidades Indígenas de Sonora, el pasado 16 de diciembre de 2010, reconoce la existencia de las autoridades tradicionales a las que define como aquellas que los “pueblos y comunidades indígenas reconocen como tales en base a sus sistemas normativos internos” (Artículo 5).

Desde antes de la aprobación de esta ley, en algunas regiones del estado se ha venido gestando y fortaleciendo un proceso de construcción de gobiernos tradicionales. Un caso significativo es el de los mayos asentados en tres comunidades de pescadores ribereños de la Bahía del Tóbari, en la costa sur del estado, quienes desde hace cuatro años han realizado asambleas comunitarias, al interior de las cooperativas y en el Centro Cultural Indígena Yoreme-Mayo para el nombramiento de un gobierno tradicional yoreme. Producto de este proceso, el 17 de abril de 2010 se realizó en asamblea intercomunitaria el nombramiento del primer gobernador mayo, con su respectiva estructura militar (mejor conocida como guardia tradicional), a la manera de los yaquis y los seris.

La construcción de este gobierno tradicional pretende romper con la cadena de mediaciones que han significado los partidos políticos y las organizaciones clientelares en el vínculo con el Estado y la sociedad yori (blanca o mestiza). Además, a nivel comunitario e intercomunitario, aspira a convertirse en una instancia de gobernabilidad local que opere desde los procedimientos internos de la tribu mayo para la resolución de conflictos y la impartición de justicia.

El “rescate de la cultura” mayo, de la lengua, de las danzas de pascola, venado y matachines, así como de las fiestas tradicionales, será parte de las actividades del gobernador y su equipo. Afrontar la crisis ambiental de la bahía y la gestión para la restauración ecológica son otras de las misiones que el Concejo de Ancianos y las comunidades pesqueras ribereñas han encomendado al gobierno tradicional, además de la lucha por la restitución del territorio costero, marino e insular (la Isla Huivulai) que desde los años 40s el Estado le arrebató a los pescadores yoreme por medio de las políticas de irrigación y canalización para la consolidación del sistema agroindustrial de los valles del Mayo y del Yaqui.

Saludamos este esfuerzo, esta apuesta de futuro de los yoreme, quienes, desde las “redes profundas de la vida cotidiana”, contribuyen a la lenta pero consistente construcción de contrahegemonía. Todo ello sin duda producirá transformaciones en la forma de ejercer el poder comunitario en un estado como el de Sonora, caracterizado por una encarnizada práctica histórica que se ha empeñado en tratar de extinguir físicamente a las tribus indias de su agreste territorio y que actualmente se materializa en el persistente desconocimiento jurídico de sus formas internas de organización política.

INAH / UAM-X

Sonora

Del sueño de producir a la necesidad de sobrevivir

Emma Paulina Pérez López

–Acá se formó un pozole, dice don Apolonio.

–¿Si? –digo yo.

–Sí, como ese caldo, que lleva de todo revuelto... así quedamos en estos ejidos, llegamos de muchas partes, de Michoacán, Guanajuato, Oaxaca, Guerrero, Jalisco, Nayarit, Durango, Chihuahua, Sinaloa... Venimos a Sonora porque se decía que por acá el dinero se recogía con palas... eran otros tiempos.

–Y usted, ¿de dónde venía? –le pregunto.

–De mi pueblo, de Ciudad Manuel Doblado, en Guanajuato, antes le decían San Pedro Piedra Gorda. Mire, allá por un día de trabajo nos daban unos cinco pesos y acá cuando yo llegué podía uno ganar 25 y con suerte hasta 30 pesos diarios. Por eso me vine a esta costa, tenía sólo 14 años, era yo un chamaco, aquí acabé de crecer, fue en el 63.

–¿En 1963? –digo, tratando de precisar el año y de hacer cuentas para calcular su edad.

–Sí, era el tiempo en que se sembraba mucho algodón, trigo, garbanzo, cártamo, cebada, había sandía y melón. Después fue cambiando todo, empezaron a dominar los viñedos, y después... la verdura.

“Me vine en tren, hice trampa para no pagar, traía sólo 300 pesos en la bolsa para comer. Me acabé el dinero en los comedores de Hermosillo, mientras encontraba trabajo. Al fin me contrataron con José Molina por El Sahuaral, ¿conoce?, es aquí mismo, en la costa. Ahí trabajé en la pizca, como vaquero y en todo lo que se ofrecía. Estuve así varios años, trabajando para patrones como los Molina, los Pavlovich, los Sandoval, los Lizarazu, los Mazón y El Queno Hernández.

“Me fui por un tiempo, pero regresé y andando otra vez en los campos, me arrimé al grupo de solicitantes de este ejido. Los originales se ausentaron y entramos nuevos solicitantes, los fuimos remplazando. Esto que le cuento ya fue en 1986, y la resolución definitiva quedó en 1988.

“Yo fui del nuevo grupo, de los que saben que la tierra es para trabajarla. Pero el gobierno nos entregó la tierra sin agua, nunca pudimos sembrarla, aquí que es puro desierto, pura resequedad”.

Don Apolonio se queda pensativo, su manos están cuarteadas, es moreno, delgado, todavía se ve fuerte, ya ha de tener 60 años, pienso.

–Mire, me dice, por acá faltó un Zapata, ¿no cree?, uno que hubiera exigido al gobierno entregar a los campesinos la tierra pero con agua, eso falló.

– Pues sí, le digo, y ¿ sin agua qué hicieron?

–A mí, no me quedó de otra... ando cuidando ganado ajeno; cuando sea la parición me van a pagar con unas crías, al menos tener unos animalitos míos. Otros compañeros siguen en los campos, como siempre, trabajando con los patrones por el diario. Aceptamos los ejidos porque la CNC (Confederación Nacional Campesina) nos animó, pero nosotros queríamos sembrar, trabajar en tierras propias, producir y dejar a los patrones... ese era nuestro sueño.

“En el ejido no todos hemos estado de acuerdo, unos dicen que con la tierra tan reseca no podemos tener vacas, que no van a aguantar, que son muy exigentes. Mejor le seguimos con las chivas... es que algunos ya tenemos unas pocas, sólo para medio aliviarnos.

“Las chivas comen de todo, de las ramas que hay en el monte... el ejotito, el bisache, la binorama, la péchita de mezquite, el chamizo, el birotillo y hasta el buffel. El buffel lo cortamos y cuando las encerramos en el solar, les llevamos. También pueden comer nopales, o si nos dejan los patrones los metemos a sus campos después de la trilla, a que pepenen algo.

“El que tiene chivas debe atenderlas a diario: sacarlas todos los días al monte, por la mañana y por la tarde. A cuidarlas todos pueden ayudar, mujeres, niños, viejos y hasta los perros se pueden entrenar. En los años más secos se nos mueren algunas, tampoco aguantan mucho el frío”.

–¿Las venden? –pregunto.

–Seguro, los compradores llegan solos. Unos vienen de Sinaloa y van comprando animales hasta llegar a Mexicali, otros vienen de Hermosillo. Se venden “a bulto”, sin pesar, nos dan de 140 a150 pesos por chiva. Si las pesan, pagan de tres a 3.50 pesos el kilo... como quieran.

“Fíjese, algunos venden hasta la leche, otros prefieren dejar la leche a la familia, no es mucha, en tiempo de ordeña una chiva da medio litro diario. En años muy resecos, las chivas no rinden, también se secan.

“Lo más pesado es acarrearles el agua, no crea, se batalla... y más cuando nos falta el agua hasta para las casas. Tenemos que acarrearla varios kilómetros desde los campos de los patrones; si les traemos agua de algún pozo salado... de esos a los que les entró agua del mar, sí se la toman.

“Lo malo es cuando uno se enferma, peor de viejo, ya no se puede andar tras los animales. Con las chivas más lo que nos dan por el diario, así la hemos ido pasando todos estos años, así hemos aguantado... eso sí... seguimos con los patrones”.

Yo anoto: Don Apolonio, ejido Ávila Camacho, Costa de Hermosillo, fundado en 1988.
Estudiante de Doctorado en Desarrollo Rural, UAM-Xochimilco e Investigadora Independiente.
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