o es una foto más. Aquí no se trata de inmortalizar el instante intrascendente creado por la mercadotecnia electoral: detrás de la imagen hay, sin duda, un acto de voluntad política guiado por la tenacidad y los buenos oficios de Alejandro Encinas, que le ha permitido hablar con voz propia y dialogar con todas las voces de la izquierda, partidista o no. Simbólicamente, el arranque de campaña de la izquierda en el estado de México cierra un capítulo de graves desencuentros, reubica las diferencias legítimas y las asume como un hecho natural en el proceso de crear una fuerza politica nacional que sea capaz de disputar el poder para hacer las transformaciones de fondo que México requiere.
La izquierda sabe por experiencia propia que su relación con la ciudadanía depende de su capacidad de ser la expresión más consecuente de sus inquietudes y necesidades: por eso, mientras los partidos y sus círculos dirigentes viven volcados en su luchas internas, la ciudadanía se aleja de ellos y los identifica con los políticos en general –la llamada clase política
–, que suelen anteponer sus intereses personales o de grupo a los del ciudadano. Esa visión de los políticos como un segmento especial, separado (generalmente corrupto) de la sociedad y contrapuesto a sus reivindicaciones, no puede compartirse para definir a la izquierda, a menos que se niegue la razón de ser de esta corriente (si en su seno figuran personajes impresentables lo que sigue es hacerlos a un lado, no solaparlos).
En ese sentido, por cuanto la izquierda sabe que sin organización popular y ciudadana, sin su movilización activa y consciente, es prácticamente imposible superar a quienes se le oponen contando con todos los medios materiales e ideológicos, la unidad es siempre necesaria y el liderazgo también.
En la lucha diaria aparecen nuevos y mejores dirigentes vinculados a las más distintas causas, garantizando la vitalidad de un movimiento incesante, generacional, pero los líderes nacionales no se forjan de la noche a la mañana por obra de un impulso mediático. Para actuar a contracorriente de las tendencias dominantes dentro del Estado y la sociedad, el liderazgo requiere apoyarse en una fuerza social genuina y en principios comunes compartidos, en la continua elaboración política que surge de la experiencia directa de la sociedad y del estudio sistemático de la realidad de México y el mundo.
La crisis actual de la política y los partidos, que es real por cuanto refleja el abismo entre los intereses y las preocupaciones de los ciudadanos respecto de sus representantes y gobernantes, no se resuelve metiendo en el mismo saco a quienes dirigen el Estado y a quienes procuran cambios de fondo. La ciudadanización no es amuleto contra la corrupción ni la renuncia a los partidos el abandono de los intereses particulares.
Para bien o para mal, según el cristal y la feria, las unanimidades ya son cosa del pasado. Las lealtades absolutas, los fundamentalismos, la viejas visiones sectarias o el caudillismo, tropiezan con la realidad de comunidades vivas, pensantes, actuantes que buscan coincidencias, acuerdos, avances, que quieren sumar, no asimilarse a paquidermos burocráticos o ideológicos.
La izquierda sabe que es diversa, plural, y ya no puede pensar mas que un mundo donde siempre habrá adversarios pero también enemigos, cuyas intenciones son diametralmente opuestas –por su contenido clasista y moral– a las críticas, las diferencias o los juicios de valor que necesariamente se producen en su seno. Hay que desterrar la condena fácil que califica de traidor
a quien disiente, toda vez que las organizaciones de izquierda son agrupaciones de hombres libres dispuestos a cambiar las cosas, no bandas regidas por la ética del lumpen.
Es saludable la disposición de Ebrard, Cárdenas y López Obrador para dar el primer paso en la tarea de asumir con absoluta seriedad y responsabilidad la urgencia de avanzar hacia una candidatura unitaria provista de un programa común, capaz de atraer la atención de una ciudadanía agotada por estos años de decadencia y doble moral.
Por lo pronto endereza el barco en el estado de México emitiendo una señal positiva, de confianza hacia Encinas. Pero sobre todo marca lo que podría ser el inicio de una ruta promisoria hacia el 2012. Los comicios en el estado de Peña Nieto tienen extraordinaria trascendencia para crear la fuerza nacional a la que toca la tarea de impedir que el país se desarme por completo, dejando en el abandono a la mayoría que sólo advierte cómo la desigualdad se ensancha, la calidad de vida disminuye, la soberanía se cercena y la ilusión de vivir se aplasta en las esquinas dominadas por la violencia criminal.
Nadie sabe si el esfuerzo electoral de un frente unido en el estado de México será suficiente para vencer a la maquinaria montada por el gobierno de ese estado y los poderes fácticos, pero es evidente que allí se juega la capacidad de retomar la iniciativa histórica para las izquierdas, pasando por encima de las pretensiones neoderechistas de perpetuarse en el poder.
La foto está ahí y no es suficiente, es cierto, pero hoy es más sencillo hablar sin ambages de las perspectivas de un frente ciudadano capaz de enfrentar con éxito los desafíos electorales venideros. Hacer compatibles los planteamientos de unos y otros; elegir democráticamente al candidato y extender la organización territorial a todo el país, son, junto con la discusión minuciosa de la plataforma a seguir, las tareas de hoy.
La izquierda no necesita, insisto, recaer en alguna forma de monolitismo sectario para ganar la confianza ciudadana. Tiene un programa que ofrecer, la experiencia de años de lucha y, no es un dato menor, la voluntad de su liderazgo. Ojalá y así sea.