Prosigue en la capital italiana el programa para revalorar a los emperadores romanos
Dos centenares de objetos dan cuenta de su predilección por la arquitectura y la urbanística
Proponen un recorrido a cielo abierto por los lugares donde vivió y ordenó construcciones
Martes 17 de mayo de 2011, p. 4
Roma. Nerón (37-68 dC), veneno del mundo
, frase sentenciosa de su coetáneo Plinio el Viejo, que ejemplifica la imagen histórica que le fue creada al último emperador de la Dinastía Julio-Claudia, y le procuró hasta nuestros días una deplorable fama, pero que los historiadores redimensionan.
La muestra Nerón, con curaduría de Maria Antonietta Tomei y Rossella Rea –que concluirá el 18 de septiembre– es un proyecto de la Superintendencia de los Bienes Arqueológicos de Roma, como seguimiento del programa que comenzó con la exposición de Vespasiano, en 2009, con la finalidad de revalorar la figura de los emperadores romanos más notables.
No se trata de poner a discusión el lado oscuro de Nerón, sino resaltar el aspecto menos banal y conocido de su personalidad, como el amor por la arquitectura y la urbanística mediante 200 objetos, muchos de los cuales fueron encontrados en recientes excavaciones realizadas en el Palatino.
La leyenda negra
Se propone, por tanto, un recorrido a cielo abierto por los lugares donde vivió y construyó Nerón, lo cual requiere la participación activa del visitante en cuanto las siete salas
están diseminadas en la principal área arqueológica de la capital –repleta de turistas–, que comprende el Foro Romano y el contiguo monte Palatino, que a lo largo de dos siglos acogió las residencias de Augusto hasta Septimio Severo (de ahí la palabra Palatium = palacio). El recorrido concluye en el segundo orden del Coliseo construido por el sucesor de Nerón, Vespasiano.
La muestra es una experiencia que queda surcada en la planta de los pies, cuando a fuerza de caminar se distiende el paso, pierde vigor el cuerpo y la boca se seca. Con ello se comprende, viviéndolo, la inmensidad y el fausto que por primera vez caracterizaron los palacios imperiales.
Los historiadores no niegan la gravedad de los homicidios que Nerón cometió contra sus allegados y enemigos; sin embargo, intentan explicar las motivaciones redimensionando su gravedad en una época en que la lucha por el poder hacía inevitables ciertos actos que no fueron ajenos a muchos otros emperadores, incluso los de mejor fama, como Adriano, que, se dice, mandó matar a su arquitecto Apolodoro de Damasco por envidia, o el santo
Constantino, que hizo lo mismo con su esposa e hijo. Sin embargo, la valoración de Nerón es más bien de tipo político y cultural cual príncipe erudito y amante de las artes.
La curadora Tomei, al frente de la dirección del Palatino a lo largo de 30 años, conversa para La Jornada centrando el origen de la mala fama neroniana magnificada en el imaginario colectivo a través del arte, la literatura y sobre todo el cine, con una producción de más de 30 filmes que generalmente lo ridiculizan.
Según Tomei, “tiene que haber cautela en su relectura. Cuando murió, su tumba era venerada y el pueblo lo amó tanto que periódicamente aseguraba haberlo visto, negaba su muerte. Las noticias que nos han llegado son muchas, pero están ligadas a una historiografía hostil a Nerón porque favorecía al pueblo a través de una política democrática y social que creaba descontento entre los senadores. La intelligentsia cercana a las clases más ricas acrecentó los tonos.
“A pesar de ello –prosigue Tomei–, no se puede negar que las acusaciones de los historiadores eran casi siempre reales, como el asesinato de sus seres cercanos, empezando por la madre, Agrippina, pero también el hermanastro (Británico); Popea, su segunda esposa, quien murió de una patada estando embarazada; Séneca, quien fue su maestro y el mayor filósofo de la época, así como su también maestro, Burro. Nerón termina por apropiarse del poder como si fuera casi un dios.”
El gran incendio
En la última parte de la muestra, ubicada en el Coliseo, se analiza el punto más doloroso de la historia neroniana: el incendio. Antes de éste prevalecía en Roma un inmenso y desordenado asentamiento urbano (entre 800 mil y un millón 200 mil habitantes, sin parangón hasta la revolución industrial de finales del siglo XVIII). En la noche del 18 de julio, Tácito narra que se verificó un desastre, no se sabe si accidental o por dolo del príncipe, pero fue el más grave y espantoso incendio de la ciudad. Se inició en la parte del Circo (Máximo), contiguo a los montes Palatino y Celio, en las tiendas repletas de mercancía inflamable, que lo expandieron de inmediato, avivado por el viento. Al no encontrar barreras que lo detuvieran, se propagó del valle a los montes para luego bajar de nuevo. La tortuosidad de las calles hizo empeorar la situación.
Duró nueve días y de las 14 regiones que formaban la ciudad, únicamente cuatro quedaron intactas y tres totalmente destruidas. A excepción de Tácito, quien dudaba sobre la culpabilidad del emperador, los demás autores (Suetonio y Dión Casio, entre los principales) lo condenan. Lo innegable es que Nerón reconstruyó la ciudad siguiendo un criterio urbanístico que puede considerarse como el más antiguo plan regulador
.
Actualmente se cree que el fuego no lo inició Nerón, pero, según Tomei, es probable que tampoco haya intentado apagarlo, porque podía adoptar así una política urbanística que renovara la ciudad. Nerón además utilizó el incidente para descargar los rumores de su culpabilidad en los cristianos, ya que en la época era la secta más odiada de Roma. Fue su primer perseguidor y los quemó como linternas humanas en los jardines del Vaticano
.
Con ello la mala fama creada por la historiografía pagana se perpetúa en la cristiana, que lo retrata como un déspota loco y sanguinario.
Residencias neronianas
Hasta hace poco se conocía, según las fuentes, que Nerón había crecido en un palacio en el Palatino y había sido nominado emperador en la escalinata del mismo, pero “no se sabía dónde –anota Tomei–, hasta cuando iniciamos las excavaciones en la Domus Tiberiana que confirmaron las hipótesis”.
La segunda residencia fue la casi desconocida Domus Transitoria, así llamada por servir de transición y base para la construcción de la Domus Áurea, cuando se incendió, en el año 64. Después de seis décadas, el público podrá visitarla a finales del año; se encuentra debajo del nivel del suelo
.
En 2009 se descubrió la coenatio rotunda, citada por Suetonio, que por su posición panorámica era probablemente una sala de banquetes.
Consiste en una sala circular articulada por un enorme pilar central.
La particularidad es que toda la sala podía rotar día y noche gracias a la base de madera que permitía girar el salón, imitando el movimiento terrestre.
El último palacio
La última residencia fue la célebre Domus Áurea o casa dorada, que Nerón construyó después del incendio, concebida como palacio real helenístico, compuesta por inmensos pabellones dispersos en cuatro de los siete montes de Roma, rodeados de bosques y jardines, encabezados por la colosal figura de Helios con semblante de Nerón (ésta sería más tarde colocada a la entrada del anfiteatro de Vespasiano y le dio el nombre que actualmente conocemos: coliseo de coloso), de la cual nos ha quedado sólo una mínima parte del palacio principal, con la sala octogonal y el óculo central accesible al público hasta 2005, cuando por infiltraciones lo cerraron.
Tres videos reconstruyen el aspecto de cada una de las residencias para que el espectador pueda visualizar la magnificencia y opulencia.