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En el centenario de Gustav Mahler
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Periódico La Jornada
Sábado 14 de mayo de 2011, p. a16

Música escrita por un alma lastimada por la condición humana y al mismo tiempo acariciada por la divinidad. He ahí la esencia mahleriana.

En cuatro días se cumple el centenario de la desaparición física del mayor sinfonista de la historia.

Las más importantes casas discográficas tienen en circulación cajas enteras dedicadas a la obra completa de Gustav Mahler (Bohemia, hoy República Checa, 7 de julio de 1860-Viena, 18 de mayo de 1911) y ediciones especiales.

Pero no es la efemérides lo que mueve al mundo musical en este caso, sino el poder abrumador de un mensaje humano, profundamente humano, que está escandido, nunca escondido, en toda la producción mahleriana.

El mundo descubre a Mahler en el transcurso del tiempo. A pesar de que los fenómenos mediáticos y otras acciones epidérmicas parecen gobernar este periodo de consumo, la humanidad voltea con mayor perseverancia hacia lo valedero y en la música de Gustav Mahler halla respuestas.

Una manera de mensurar esta evidencia está en la profusión discográfica de lo mahleriano.

Si en prácticamente toda la segunda mitad del siglo XX las mejores batutas y las mentes más brillantes se volcaban al estudio de las sinfonías de Ludwig van Bethoven, hoy esa energía se dirige hacia el autor austriaco.

La cumbre: las nueve sinfonías de Beethoven, con Wilhelm Furtwaengler al frente de la Filarmónica de Berlín. Y de ahí en cascada las versiones de Carlos Kleiber, Leonard Berstein, Bruno Walter, et al.

Nunca fue una competencia no declarada, sino un claro ahínco de estudio, profundización, empeño glorioso en la búsqueda del Santo Grial.

Si observamos, ocurre algo similar pero superior en el caso de Gustav Mahler: ya los mejores directores de la historia reciente han completado hasta dos vueltas enteras y están en el tercer ciclo completo, tanto de interpretar las Nueve Sinfonías de Mahler en vivo y dejarlas registradas, en varias versiones y ocasiones, en disco compacto y dvd.

Y no sólo las sinfonías, también los ciclos enteros de Lieder, en sus variantes (alternando tesituras y géneros en los cantantes, versiones para piano o con orquesta).

En México, hay que decirlo cuantas veces sea necesario, le debemos a Eduardo Mata (1942-1995) la música de Gustav Mahler. A la fecha otros directores han seguido su ejemplo. La Sinfónica de Minería emprendió el año pasado el ciclo mahleriano completo, que culminará el próximo verano. Empero, como no basta una buena orquesta, el hueco que dejó Mata se torna de nuevo agigantado.

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Como no existen las casualidades, lo más nuevo en discos de Mahler gira en círculos: Pierre Boulez completa su ciclo de las obras completas mahlerianas con el sello alemán Deutsche Grammophon, con la primera y la última partituras de ese autor, en un solo disco: el ciclo de canciones Des Knaben Wunderhorn, y el Adagio de la Décima Sinfonía.

Lo más notable de esta obra maestra de interpretación musical es que en su condición de par, es decir igualmente director de orquesta y compositor, como lo fue Mahler en vida, Boulez identifica los elementos nunca detectados y los pone de relieve, entre ellos esa capacidad del autor de convertir al escucha en un ente divino sin dejar de sentir, experimentar, es decir de ser humano.

Confirma la existencia de una nueva manera de comprender lo mahleriano, como ha quedado documentado así: www.jornada.unam.mx/2010/11/06/index.php?section=cultura&article=a09n1cul y añade nuevas reflexiones: www.jornada.unam.mx/2011/02/19/index.php?section=opinion&article=a05n1cul

La otra novedad discográfica mahleriana es también de un gladiador: Claudio Abbado, con trayectoria probada en este territorio: www.jornada.unam.mx/2008/01/19/index.php?section=disquero&article=a23n1dis y también: www.jornada.unam.mx/2009/01/24/index.php?section=disquero&article=a19n1dis

Con su nueva lectura de la última sinfonía de Mahler, la Novena, Claudio Abbado coloca al espectador (pues se trata de un concierto filmado en dvd) en el umbral de lo humano y lo divino, justo donde reside la condición más íntima y gloriosa del ser mahleriano.

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