Sociedad y Justicia
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Niños de 8 a 10 años de familias pobres manifiestan abandono

Sicólogos de la UNAM abordan el tema de la soledad en menores

Lo importante es aprender a manejar ese sentimiento, señala académica

 
Periódico La Jornada
Domingo 8 de mayo de 2011, p. 37

De acuerdo con un estudio de la Facultad de Psicología de la UNAM, que se aplicó a personas en situación económica precaria, se descubrió que niños de entre ocho y 10 años experimentan sentimientos de abandono. Sin embargo, la percepción de las madres de estos menores es completamente distinta, pues lo que menos dicen ellas que pensaban era que sus hijos tuvieran esa sensación.

María Montero y López Lena, de la División de Investigación y Posgrado de la facultad, indicó que como fenómeno potencialmente estresante, la soledad tiene su parte positiva y negativa, aunque es usual que se ponga énfasis en esta última. Si una persona afirma que nunca se ha sentido sola, se podría sospechar que disfraza o niega esa experiencia, pues dentro del contexto social, su posible reconocimiento puede sugerir una incapacidad para establecer relaciones afectivas funcionales.

La soledad es normal; de hecho, se podría afirmar que es inescapable como parte del desarrollo humano. Por ello, es importante aprender a identificarla para desmitificarla.

El estudio consistió en una serie de ocho preguntas aplicadas a niños de entre ocho y 10 años y a sus madres, donde la académica universitaria y sus colaboradores se percataron de que la realidad de los pequeños y la percepción de sus progenitoras estaban completamente disociadas; estas últimas creían que aquéllos no se sentían solos ni abandonados.

En un rango de 0 a 4 –donde 0 significa que no se sienten en absoluto abandonados, y 4 que se sienten todo el tiempo abandonados–, los infantes alcanzaron, en promedio, un 2, que en población abierta es un sugerente para proseguir con la investigación.

Es entendible que los menores tuvieran ese puntaje, porque es normal que lleguen a ese sentimiento. Ese es el punto, si se habla de desmitificación. El límite que se pensaría como grave sería 3 o 4. En tanto, los niños que no padecen pobreza tienen un promedio más bajo, pues experimentan con menos frecuencia, o verbalizan menos la soledad, puntualizó la investigadora.

Aclaró que los pequeños de cinco años aún no han estructurado del todo su lenguaje y, por lo tanto, no se han adueñado del concepto o del significado de soledad, pero algunos estudios han demostrado que ya experimentan esa sensación.

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Ejemplo de los diversos problemas que se presentan en el interior de las familias, Jorge Antonio, de cinco años, era encadenado por sus progenitoresFoto La Jornada

Más que una emoción (en presencia de la que hay una reacción fisiológica), es un sentimiento, es decir, algo más elusivo y subjetivo. Así, alguien puede vivir solo, aislado y, sin embargo, sentirse bien; en contraste, un individuo puede estar rodeado de gente, de su familia, pero experimentar la sensación de vacío, añadió.

Puede decirse que la gente la siente si tiene conciencia de sí misma, pues entonces es capaz de identificar algún desequilibrio entre lo que, en términos afectivos, percibe como satisfactorio e insatisfactorio. Por eso, es esencialmente una percepción muy personal y subjetiva.

La académica ha identificado cuatro fuentes deficitarias de afecto que conducen a la experiencia de la soledad: la primera es la carencia de bienestar emocional, que implica la satisfacción o insatisfacción con uno mismo y con los logros alcanzados; la segunda, de amistades, que se vincula con la percepción de la lejanía afectiva o con la creencia de traición por parte de quien se consideraba amigo.

La tercera, la pareja, enfocada a cómo es la relación y cercanía sentimental, y la cuarta, los compañeros de trabajo, concerniente a qué tanto el individuo se siente apoyado o identificado con quienes labora.

En una secuencia viable –mencionó– no para resolver la soledad, sino para manejarla, el primer paso es reconocerla. “Este sentimiento atraviesa todas las etapas de la vida y a veces se presenta en la transición de una edad a otra. Por eso, primero debemos enseñar a los niños, jóvenes y adultos cómo identificarla mediante ciertas preguntas: cómo se sienten, qué creen que les hace falta, por qué creen que se sienten solos.

Después, mostrarles cómo manejarla, porque la soledad nos sirve, en alguna medida, igual que el miedo, para sobrevivir. Si conocemos y sabemos llevarla, estamos en posibilidad de reflexionar y preguntarnos qué pasa con nosotros, cuáles son nuestros recursos y cómo podemos aprovecharlos de una manera óptima.