Comercio
Martes 26 de abril de 2011, p. 25
El sistema monetario global se distingue por el predominio del dólar como unidad de facturación en el comercio internacional y, en consecuencia, como la divisa de intervención por autoridades monetarias en todo el mundo. El premio Nobel Robert Mundell afirma que el sistema representa una continuación del patrón dólar que ha predominado desde 1934. Hoy, sin embargo, el dólar no es apuntalado por una convertibilidad garantizada de su precio en oro, sino por el mandato parcial de la Reserva Federal (Fed, el banco central estadunidense) de salvaguardar la estabilidad del precio.
Ahora que la posición fiscal de EU se inclina fuertemente hacia el déficit, resurgen dudas sobre la capacidad de la Fed de cumplir ese mandato. En un documento precursor de 1981, los economistas Tom Sargent y Neil Wallace mostraron que, aun cuando la autoridad monetaria esté comprometida con la estabilidad del nivel de precios, una autoridad fiscal endeudada puede producir un efecto de alta inflación para reducir su carga de deuda. De allí la preocupación de que, al margen de lo que la Fed desee, pudiera resultar incapaz de prevenir una inflación derivada de la situación fiscal.
Teoría y práctica
En teoría, la perspectiva de que EU reduzca su deuda aumentando la inflación (rebajando su moneda en el proceso) debería reducir el atractivo de facturar el comercio mundial en dólares. En algún momento, los costos de recibir el pago en una moneda que se deprecia excederían a los de organizar una alternativa fiable. Sin embargo, a juzgar por el letargo en los rendimientos a diez años de los bonos del Tesoro, que en meses recientes se han elevado desde cifras bajas casi sin precedente, pero no a un grado que arroje dudas sobre la calificación de deuda soberana, una depreciación inflacionaria del dólar no está entre los temas que más preocupan a los inversionistas.
Una explicación es el papel del gobierno estadunidense como proveedor global de liquidez, y la función del dólar como medio de transacción, de la cual puede derivar valor. Los inversionistas buscan la deuda estadunidense por atributos de corto plazo, como liquidez profunda, la cual facilita la entrada y salida del mercado, por lo regular sin consecuencias de precio adversas.
Para el futuro previsible –probablemente al menos una década–, el sistema internacional centrado en el dólar parece seguro. Por principio de cuentas, las recuperaciones de las burbujas desinfladas agregan valor a la liquidez, y los valores en dólares ofrecen esa liquidez. Las fluctuaciones en el apetito de riesgo confieren valor a la posibilidad de los inversionistas de entrar y salir con rapidez de un activo. La profundidad de los mercados de capital en EU dan al dólar una ventaja incomparable en este aspecto. Por ahora es difícil imaginar que otra divisa reúna los mismos requerimientos. Cualquier posibilidad que tuviera el euro de compartir el papel de divisa internacional de reserva se ha visto debilitada por la crisis de deuda en la zona euro, la cual reveló insuficientes mecanismos institucionales para compartir deuda y tener una resolución sostenible del endeudamiento público y privado en los países miembros. De hecho, el futuro de la zona euro está cada vez más en duda, y bajo esas circunstancias son mínimas las posibilidades de que esa divisa sustituya al dólar.
¿Cambio inevitable?
La historia sugiere que un medio global de cambio y una unidad de facturación no surgen del poderío militar, del refinamiento financiero doméstico ni de la gobernabilidad democrática. Son consecuencia de la ubicuidad. Un ejemplo clave, puesto de manifiesto por la investigación de Marc Flandreau y Nathan Sussman, es el rublo en la Rusia imperial. Fue emitido por un Estado corrupto que tenía graves problemas, pero la enorme presencia rusa en el comercio europeo y asiático hizo que su divisa se usara mucho en las transacciones. Antes de que su valor decayera a causa de la perturbación política, era candidato al estatus de divisa global y de hecho confería a su emisor la capacidad de recabar capital internacional denominado en su propia moneda.
Esta importancia de la ubicuidad comercial sugiere que el renminbi de China llegará a tener un papel internacional de mayor relevancia. Si la historia sirve de guía, las deficiencias en la gobernabilidad democrática no son barrera a este resultado. El verdadero obstáculo es el uso del renminbi en el extranjero. Para que la divisa china se vuelva internacional, debe ser libremente convertible. Ése es un objetivo a largo plazo de los trazadores de políticas en China, y hay avance discernible en forma de aperturas selectivas de áreas de la cuenta de capital. Sin embargo, la liberalización plena de la cuenta de capital del país asiático, y de las políticas de tasas de interés y tipo de cambio, está aún lejana, al igual que la creación de un mercado de renminbis con liquidez y profundidad suficientes, el cual requeriría que los extranjeros acumularan un gran volumen de activos denominados en esa moneda. Por el momento, no existe una alternativa real al dólar.
Fuente: EIU
Traducción de texto: Jorge Anaya