16 de abril de 2011     Número 43

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

La innovación en el medio rural:
más allá del espejismo de la modernidad


FOTO: Xochiquetzal Fonseca / CIMMYT

Yolanda Massieu

Tractores, semillas, arados, dotación de agua, laderas, superficies planas, ganado y bosques, el paisaje rural ha sido transformado milenariamente por la mano de los humanos, sus herramientas y máquinas, sus conocimientos, es decir, eso que llamamos tecnología o, en tiempos más recientes, innovación. Este cambio de términos no es sólo nominal, pues hemos pasado de ver a la tecnología simplemente como instrumentos en los que se aplican conocimientos (provengan éstos de la ciencia formal o no) a una noción en que comprendemos que la innovación, además de tecnológica y productiva, es cultural, social, política e institucional.

En franco contraste con lo que sucedía al analizar la tecnología a fines del siglo XIX y principios del XX, en que se tenía fe en que la aplicación de ésta y de la ciencia era ya sinónimo de progreso, el fin del siglo X y comienzo del XXI están marcados por un cierto escepticismo y decepción, aunado al miedo por algunos efectos desastrosos de los adelantos tecnológicos que se atestiguaron el siglo pasado y en la actualidad. De cualquier manera, no podemos negar la necesidad de encontrar y aplicar innovaciones adecuadas para resolver los ingentes problemas ecológicos, alimentarios, energéticos, médicos y económicos que aquejan al mundo y a nuestro país en el presente.

El problema es cómo elegir, quién elige, en qué tiempo, quién gana y quien pierde con las tecnologías que se aplican. Una vieja verdad marxista nos aclara que la ciencia y la tecnología son crecientemente transformadas en fuerzas productivas al servicio de la valorización del capital, pero hay más que esto en la manera en que los humanos desarrollamos y aplicamos instrumentos y máquinas, generamos conocimientos, transformamos y explotamos la naturaleza, y fabricamos diversos objetos. Para todo ello requerimos de cantidades crecientes de energía.

En lo que respecta a la agricultura y la sociedad rural, ya tenemos un antecedente importante en las elecciones tecnológicas y los procesos de modernización, impulsados antes activamente por el Estado: la “revolución verde”, que se instaló en al país de los 40s a los 70s del siglo pasado. Si bien se lograron variedades de cultivos básicos que aumentaron los rendimientos de manera importante, el modelo resultó inaccesible para la mayoría de los productores campesinos temporaleros, y el saldo de una mayor polarización entre éstos y los grandes empresarios agrícolas (que sí pudieron utilizar la nueva tecnología) es ahora innegable.

Lo mismo podemos decir de las graves repercusiones ambientales de la promoción del monocultivo con alto uso de agroquímicos. Pese a ello, muchos de nuestros cuadros gubernamentales, investigadores y gran cantidad de productores sólo ven en el monocultivo de alto rendimiento (que ahora comprende también la producción de plantas transgénicas), cultivado por la agricultura empresarial, la salida a la necesidad de aumentar la producción de alimentos. Ello sin dejar de mencionar que las grandes beneficiarias de la modernización de la agricultura empresarial, hoy como ayer, han sido las grandes corporaciones productoras de semillas, agroquímicos, maquinaria y demás insumos, pues incluso para los grandes empresarios agrícolas el modelo resulta muy costoso.

Habría que preguntarnos para qué hemos usado el impresionante despliegue tecnológico que se acelera en los últimos tiempos: el modo de vida de las potencias occidentales, con su impresionante consumo de energía, agua y recursos naturales, nos ha llevado a una situación en que nos estamos acabando los recursos naturales, mientras que los problemas de hambre y deterioro ecológico se han agudizado. Hemos logrado medicamentos y sofisticados aparatos para curar enfermedades, pero aparecen nuevos males conforme avanza la industrialización. Aún más, hoy sabemos que garantizarle a toda la población mundial este estilo de vida, que hoy por hoy se considera cómodo e inmejorable, requeriría de dos o tres planetas como el nuestro. De cualquier manera, estamos cada vez más interconectados y comunicados, el conocimiento se ha vuelto un bien fundamental. Si bien internet no es accesible a la mayor parte de las personas, su uso es creciente, aun en comunidades rurales apartadas.

Específicamente para la producción agrícola y la sociedad rural, la innovación tiene múltiples caras: económica productiva, en cuanto a alimentos, productos agroindustriales y forestales, ganado, pesca, y ahora también energía y medicamentos; en lo referente al acceso de los pobladores rurales a las tecnologías de información, a los medios de transporte, a los servicios médicos; en cuanto a la biodiversidad y los recursos naturales, puesto que hay tecnología en los mapas, en los métodos de conservación y en nuestra manera de usar el agua y los recursos genéticos.

Nuestro país tiene una triste historia de colonialidad en el saber, la ciencia y la tecnología. La mencionada revolución verde es una expresión de esto para la modernización agrícola. Otros ejemplos: siendo un país megadiverso biológicamente, importamos de las empresas trasnacionales semillas de flores, hortalizas y maíz. Importamos hasta el suelo de los invernaderos. Se promueven los cultivos transgénicos fabricados por las grandes corporaciones como la única forma de salir de la crisis alimentaria. La mayoría de nuestros científicos están convencidos de que lo mejor es imitar el desarrollo tecnológico de los países del Norte, no importa que nuestros ecosistemas sean radicalmente distintos. Ni qué hablar de este convencimiento en nuestros gobernantes, para los cuales es más ventajoso importar la tecnología a punto, que invertir en investigaciones nacionales inciertas y de largo plazo.

La investigación nacional, más aún si se dedica al sector agropecuario, es cara y no vale la pena. Hay en esto una contradicción con el supuesto objetivo de política económica de impulsar la competitividad: ésta difícilmente se obtiene si no se estimula la producción de tecnología endógena, la cual en México se produce, con todas estas limitaciones, en las instituciones públicas de investigación.

En medio de este panorama, desde hace varias décadas los campesinos han sido los grandes ignorados de las políticas científico-tecnológicas y de muchos de los investigadores, afortunadamente no de todos. Si bien no ha habido políticas de innovación adecuadas a las condiciones de estos pequeños productores, sí existen esfuerzos civiles y académicos de potenciar y valorar las tecnologías aplicadas en la pequeña producción de subsistencia.

Hoy hay un mayor reconocimiento de sus aportaciones sociales y ambientales y más científicos e investigadores comprometidos con encontrar y poner en práctica opciones innovadoras para los campesinos y sus organizaciones. La discusión acerca de lo adecuado de la tecnología cobra en estos casos vigencia actual. Afortunadamente, hay cada vez más estudios que analizan las bondades de la tecnología campesina hoy, encontrándose en muchos casos que estos productores mezclan sin prejuicios sus tecnología tradicionales con las llamadas modernas, en un esfuerzo complejo por producir más con recursos escasos.

Asimismo, la experiencia campesina llega hoy también a una búsqueda de producir de una manera sustentable, con criterios y lógicas que marcan su distancia con la pura obtención de ganancias. Un reto complejo que avanza a contracorriente y con dificultades. La agroecología y la producción orgánica son aquí nuevos elementos que, si bien incipientes, al parecer llegaron para quedarse, aplicándose en cada vez más “lunares” del territorio nacional, tanto por parte de organizaciones de productores como de empresarios privados.

En la ganadería, esta polarización entre productores campesinos y grandes empresarios es aún más aguda. La ganadería de traspatio ha sido olímpicamente ignorada por la mayoría de los científicos y diseñadores de políticas, y en ella se guardan saberes interesantes y líneas genéticas de bovinos, aves y cerdos de alta resistencia, que se sostienen en condiciones inviables para el modelo empresarial. Este último resulta cada vez más costoso e insostenible ambiental y económicamente; la tecnología importada cobra aquí su factura, como se evidencia, por ejemplo, en el modelo Holstein de producción lechera. Existen además especies de pastoreo netamente campesinas, como los ovinos y caprinos, que se reproducen en condiciones muy adversas.

Habría que recordar aquí que la generación de tecnologías adecuadas y sustentables para nuestro México tiene que partir de reconocer que no es lo mismo la viabilidad técnica y de dotación de recursos que la factibilidad socioeconómica, cultural y política, y que es necesario un trabajo interdisciplinario y con los propios productores para encontrar respuestas tecnológicas innovadoras.

El distanciamiento entre técnicos y científicos del área agropecuaria y estudiosos de las ciencias sociales ha conducido a que no se pueda avanzar en el planteamiento de nuevas tecnologías útiles y viables. Además, dentro del análisis social avanzan por caminos separados la socio-ecología, los estudios de ciencia y tecnología y la sociología rural, cuando la complejidad de la tecnología agropecuaria radica en que se trata de relaciones humanas de poder y seres vivos que interaccionan en ecosistemas. Es necesaria la confluencia y reflexión más allá de estas parcelas aisladas de conocimiento para enfrentar los retos de la sociedad rural y el país en su conjunto.

Es necesario, también, un compromiso de las instituciones de investigación e innovación con los productores, pues hoy es claro que muchas de las innovaciones necesarias y accesibles las están haciendo estos últimos sin contacto con los investigadores, y que a veces las investigaciones de los académicos son inviables de aplicarse, por falta de acercamiento con las necesidades reales de los productores y habitantes del medio rural.

Todo ello, en un contexto en el que la política gubernamental es adversa a apoyar la generación de tecnologías propias y la producción campesina. Tenemos que avanzar, por tanto, sin dejar de presionar por estos apoyos, pero sin contar por el momento con ellos. La tecnología tiene que ser analizada, evaluada y generada de manera que favorezca la búsqueda de una producción agroalimentaria sustentable y equitativa, un reto complejo del que en buena medida depende nuestro futuro.

Criterios para considerar la
innovación en el campo mexicano


PORTADA: Hernán García Crespo

Gustavo Viniegra González

Cada año, durante la década reciente, entre 500 mil y un millón de jóvenes campesinos cruzan ilegalmente la frontera Estados Unidos para trabajar en labores mal remuneradas que les permiten enviar por año más de 20 mil millones de dólares a casi cuatro millones de familias (cinco mil dólares en promedio por familia).

Como resultado de ese éxodo masivo, la producción agrícola se ha desplomado y tenemos un alto grado de dependencia alimentaria del exterior. Al explorar la posibilidad de que los campesinos jóvenes permanezcan en sus localidades, considerando los ingresos que podrían obtener con la actividad agrícola en comparación con lo que envían de remesas, resulta que la labor sobre 2.5 hectáreas o más por familia lograría el punto de equilibrio cuando el cultivo son granos básicos, y menos superficie para el caso de cultivos horto-frutícolas o productos procesados.

Una conclusión obvia es la necesidad de integrar la producción de alimentos básicos de bajo precio (granos) con la de alto rendimiento económico (frutas, hortalizas y productos pecuarios), cosa que ocurre en muchas regiones de agricultura intensiva del mundo pero esto requiere tomar en cuenta tres factores principales:

a) Se trata de apoyar la transformación de cuatro millones de familias dispersas en más de 20 millones de hectáreas, situadas en poblaciones pequeñas y muchas veces de difícil acceso.

b) Su dispersión numérica y espacial dificulta mucho la organización de cadenas modernas de tipo agroindustrial, de estilo convencional.

c) Los pequeños productores dispersos se encuentra en una situación notablemente desventajosa frente a las cadenas usuales de intermediación.

La expropiación de los predios campesinos para aumentar la dotación hasta el punto de equilibrio no es viable, porque agravaría la miseria rural, pues no habría lugar para los millones de campesinos desplazados, sobre todo porque la economía nacional crece con una tasa menor al 2% del PIB per cápita y tiene un gran rezago en la creación de empleos.

Por otra parte, los productos básicos agrícolas podrían transformarse y venderse más caros y ese es precisamente el problema central: cómo y a quién vender esos productos, en un mercado controlado por redes muy ineficientes y limitantes de intermediación.

Este artículo propone que la innovación en los sistemas de producción y comercialización de los productos agrícolas mexicanos requiere sustentarse en dos fuerzas complementarias: los servicios públicos de asistencia técnica y financiera y las organizaciones de los productores rurales. Ambas con el objetivo económico de crear empleos bien remunerados. Sólo así se podrá dar un aumento a la productividad agrícola.

Y es que la ciencia y la tecnología pueden ayudar a eliminar la pobreza si, y sólo si, contribuyen a distribuir el ingreso por medio del empleo y de cadenas de valor económico creciente. Y esto es viable si se forman cadenas o sistemas sinérgicos de empresas pequeñas y grandes.

En los países asiáticos, como Japón, Corea del Sur y Taiwán, la reforma agraria se acompañó de la creación de nuevas industrias, formadas por cadenas de empresas grandes y pequeñas, estas últimas formadas por talleres rurales. Al mismo tiempo, se aumentó la productividad de granos básicos. Así, la expansión del mercado aumentó los ingresos de los productores de alimentos y la innovación en la manufactura del equipo fue adecuada para ese fin. En México, y en casi toda América Latina, la tendencia fue copiar pasivamente la tecnología desarrollada para grandes explotaciones agrícolas e industriales de Estados Unidos. Este esquema excluyente de las pequeñas empresas ha generado un grave problema de subempleo y desempleo crónico, que empuja a la emigración antes mencionada.

A continuación se comparan dos experiencias de integración agropecuaria e industrial con resultados productivos similares, pero con resultados sociales muy diferentes. Me refiero a las agroindustrias lácteas de los menonitas de Chihuahua y de los indígenas del Valle del Mezquital trabajando en instalaciones de Tizayuca.

La experiencia menonita: En 1922 cerca de 20 mil menonitas migraron a Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, y desde entonces han creado, en lo que eran 64 mil hectáreas de tierras semiáridas, un sistema comunitario de producción de avena forrajera, lácteos y sus derivados, usando tecnología con creciente complejidad. Aprendieron en 1930 la manufactura artesanal de quesos y han llegado a la tecnología avanzada de fabricación de quesos, crema y otros derivados. Se estima que producen 150 millones de litros de leche y derivados con un valor nominal de mil 500 millones de pesos. Como los menonitas mexicanos son cerca de 80 mil, podemos inferir que el ingreso anual per cápita, sólo por el rubro lechero es mayor de 18 mil 750 pesos, casi el doble del nivel de subsistencia (12 mil pesos per cápita). Adelina Arredondo, en 1995, comentaba que los menonitas han logrado este avance mediante la integración de la agricultura, la ganadería y la industria. Su organización tradicional está sustentada en la cooperación, la división del trabajo y la distribución solidaria de las ganancias.

La experiencia campesina en el Valle del Mezquital: En contraposición al modelo menonita, a partir delos 50s, en 60 mil hectáreas el Valle del Mezquital, se desarrolló un sistema agrícola intensivo sustentado por la distribución de las aguas residuales del Valle de México. La productividad de los campesinos del Mezquital es superior a 8.5 toneladas por hectárea y supera las diez por hectárea de alfalfa o de maíz verde para forraje con un tamaño medio de la propiedad de 1.5 hectáreas. Como la familia campesina generalmente tiene más de cinco personas, podemos estimar que se trata de 300 mil personas, muchas de origen indígena de las etnias: otomí, hñähñu y nahua. Veinte años después, se formó el Complejo Agropecuario Industrial de Tizayuca (CAITSA) que utiliza el maíz forrajero producido en más de 15 mil hectáreas del Valle del Mezquital. En 2009, CAITSA tenía 28 mil 500 vacas estabuladas que producían anualmente 183 millones de litros de leche, la cual se industrializa con tecnología avanzada para producir leche pasterizada, yogur y otros derivados industriales de las marcas Lala y Alpura. Para ello se ocupa el trabajo de dos mil operarios y los forrajes de diez mil predios campesinos. El valor estimado de esa producción de lacticinios es posiblemente mayor a dos mil 500 millones de pesos. Pero se sabe que muchos de los campesinos del Mezquital emigran a Estados Unidos a pesar de tener los altos rendimientos ya citados.

Conclusiones de la comparación. El sistema menonita fue desarrollado de abajo hacia arriba. Partió de la experiencia comunitaria, se sustentó en pequeñas mejoras graduales de integración a los mercados locales y finalmente arribó a las fábricas de lacticinios. Todo ello dentro de un ambiente de solidaridad y distribución amplia del ingreso. El sistema del Valle del Mezquital y CAITSA partió de las directivas del gobierno federal hacia abajo. El Mezquital se volvió productor forzado de forrajes, porque resulta insalubre producir hortalizas con agua muy contaminada y esta situación se consolidó con la formación de CAITSA, creada por el gobierno federal para alojar a cientos de establos lecheros del Valle de México, con un diseño centralizado que ha tenido muchos problemas de contaminación ambiental y, para sustentar este modelo, se aprovecharon los forrajes baratos del Mezquital. Los campesinos no han participado en la conducción de CAITSA y los productores lecheros no tienen relaciones solidarias con los campesinos. Solamente privan relaciones mercantiles, en un mercado controlado por los compradores (monopsonio).

Este análisis comparado indica la importancia de promover innovaciones tecnológicas que partan de la base de los productores hacia el mercado, tomando en cuenta las especificidades de éste. Porque la alternativa de diseño, sustentada en modelos burocráticos y mercantiles, operada por unos pocos técnicos y empresarios, pudiendo ser productiva y rentable, va a generar poco beneficio social y creará muchos problemas de marginación.

Conclusiones finales: De esto se desprende que son cuatro los criterios generales que deberán cumplir las innovaciones, técnicas y sociales que pretendan elevar la productividad del campo mexicano:

1) Las innovaciones deben tener un costo de oportunidad que resulte atractivo para los campesinos y productores rurales, en comparación con otras opciones como la migración o el ingreso a las bandas de delincuentes.

2) Las innovaciones deben ser vistas como oportunidades para crear sistemas complejos de integración solidaria, agrícola e industrial, entre pequeñas y grandes empresas.

3) Las innovaciones deben tener un diseño que parta de la experiencia y conocimiento de los productores confrontados con la necesidad de entrar en el mercado, en vez de ser diseños burocráticos o mercantiles que partan de concepciones apartadas de la realidad social.

4) La tecnología debe ser vista como un instrumento para alcanzar las metas anteriores y no como un fin en sí misma, que sólo se justifica por sus costos y rendimientos en abstracto.

*Una buena parte de las observaciones de los menonitas de Ciudad Cuauhtémoc, de los campesinos del Valle del Mezquital y de CAITSA surgieron de visitas del autor a esas regiones. Muchas de estas ideas han sido suministradas, comentadas y discutidas por y con mi colega, Carlos Viniegra Beltrán, a quien se le agradece su crítica constructiva, pero el autor asume como suyas las conclusiones y los posibles errores u omisiones de este trabajo.

Profesor titular, Departamento de Biotecnología, UAM-Iztapalapa