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Desaprovecha México Lourdes Edith Rudiño Entre 1946 y 2010 el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) y sus instituciones predecesoras investigaron y generaron 260 variedades mejoradas de maíz a partir de semillas criollas, nativas, de México, con el interés de atender las necesidades de productores de pequeña y mediana escala en condiciones de temporal. El esfuerzo es valioso si se toma en cuenta que cada desarrollo implica de 12 a 15 años de trabajo de diversos especialistas coordinados (genetistas, fitopatólogos, entomólogos, fisiólogos, expertos en semillas, etcétera) y que su validación en campo toma tres años más. Es valioso también porque hoy por hoy más de 70 por ciento de la producción de maíz en México ocurre con maíces criollos no mejorados, y por tanto hay un gran margen de posibilidad de aumento de rendimientos. Sin embargo los efectos que estos desarrollos han tenido en el campo mexicano son muy limitados; decisiones y apatía gubernamentales, aunados a la complacencia con las semilleras trasnacionales, están en la raíz de esta situación, según lo demuestra el relato que nos hace en entrevista Alejandro Espinosa Calderón, investigador en producción y tecnología de semillas del INIFAP. La mayoría de las variedades del INIFAP, dice, llegaron a la paraestatal Productora Nacional de Semillas (Pronase), la cual multiplicó y comercializó las que más demanda tenían por parte del productor, y con ello cubrió hasta el año 2000 entre 55 y 60 por ciento del mercado de semillas de maíz en México. El resto estaba en manos de las empresas privadas, altamente penetradas por el capital trasnacional. Pero la Pronase dejó de operar desde 2001 y fue extinguida formalmente en 2007. Así que las grandes compañías avanzaron hasta adueñarse de 92 por ciento del mercado hace tres años, para luego retroceder un poco y cubrir hoy día alrededor de 80 por ciento del mercado, debido a que surgieron los agentes que debían ocupar el vacío que dejó la Pronase, –microempresas semilleras, algunas propiedad de los agricultores– que hoy atienden 15 por ciento. Del lado de las trasnacionales, Monsanto es la principal oferente, con una cobertura de 60 por ciento del mercado total de semillas de maíz en México (reportada en 2007) con híbridos de maíz de alto rendimiento con valor de 110 millones de dólares, y apuesta a ganar más espacios, por medio de la presión para que los maíces transgénicos sean autorizados comercialmente en México. Alejandro Espinosa asegura que de esas 260 variedades hay algunas destacadas como la Cafime (generada en 1958, para condiciones de temporal en zonas tipo Bajío) y la H-507 (de 1961, para zonas tropicales, específicamente Michoacán) que siguen sembrándose y comercializándose. Comenta que hay entre 20 y 35 microempresas semilleras –algunas desaparecen, surgen nuevas y por eso el número es variable– que le están dando la batalla a las trasnacionales en los valles altos (Tlaxcala, Estado de México, Puebla) y en Veracruz con esos materiales generados por el INIFAP, pues “nuestros maíces son competitivos: siempre hemos demostrado que en rendimientos por hectárea o les ganamos o estamos muy parejos con las trasnacionales. En precio, el ciclo pasado las corporaciones vendieron a dos mil 500 pesos el saco y las microempresas a 700 u 800”. Los precios de las trasnacionales están más altos en México que en otros países (en algunos casos los duplican) porque cuando desapareció Pronase no tuvieron competencia alguna y han abusado de la situación, señala. Adicionalmente los materiales del INIFAP provienen de maíces nativos, esto es, se adaptan a las condiciones agroecológicas de lugares donde se siembran, mientras que los híbridos de las grandes corporaciones tienen germoplasma de otras regiones y de otros países, lo cual representa riesgos y daños fitosanitarios muy graves. “En un afán de comercializar sus variedades (las corporaciones) las han llevado a lugares, como los valles altos, donde es riesgoso que se siembren por ser susceptibles a algunas enfermedades. Por ejemplo, el carbón de la espiga es una de las enfermedades más graves del maíz; la tuvimos en México en los años 50s y logramos controlarla con variedades mejoradas, con fuentes de tolerancia, y nos dimos cuenta de que si usábamos variedades de fuente tropical se presentaba esa enfermedad. Desde hace cinco años ha resurgido la enfermedad en valles altos, incluso en Toluca. Las tierras afectadas no producen nada, sólo carbón en lugar de mazorca y las esporas duran en el suelo siete años teniendo efectos en posteriores cosechas. En 2010 en Atlacomulco se presentó otra enfermedad, mancha de asfalto, que es tropical y ocurrió porque allí se sembraron variedades que son ajenas a esa zona”. Así, resultan mucho más convenientes las variedades mejoradas del INIFAP (y de otras instituciones nacionales) que implican más respeto por la sustentabilidad ambiental, las condiciones agreocológicas y el bolsillo del productor. ¿Por qué las microempresas no han avanzado más? Alejandro Espinosa explica que el INIFAP tiene una unidad de productos y servicios “que se supone que es la que promovería el uso de las semillas (del instituto) pero eso no ha funcionado. Sí han funcionado los investigadores y éstos, con la gente cercana a ellos son los que han promovido el desarrollo de las microempresas” mencionadas. “Pero las microempresas, para producir semillas, compran cada año la semilla de los progenitores de la variedad, que es la semilla registrada –es como si comprara el pie de cría– y con ella obtienen la semilla certificada que se vende a los productores. Por muchos años, las autoridades del INIFAP no han entendido y no han tenido el apoyo real para que se produzca la suficiente semilla registrada, de tal forma que cada año los microempresarios quedan en una situación desventajosa porque les venden mucho menos que lo que necesitan”.
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