l fin hubo fiesta para la opinocracia mediática interesada en participar del poder. Las fuerzas vivas, que se concentran en una sola persona, destaparon
al candidato al gobierno del Edomex: un hombre que viene desde abajo, el señor Eruviel Ávila Villegas. La euforia, preñada de alabanzas, apunta, sin análisis o pudores, hacia el conocido y hasta familiar dedo elector
El alboroto durará varios días hasta que queden asentadas, como verdades inmutables, algunas versiones públicas del oficialismo mexiquense. Mientras la búsqueda de arcanos, méritos adicionales y significados por tan profundo hecho político se establece en el imaginario colectivo, bien se puede atender a la bifurcación que tomará el fenómeno. Una atenderá, con el cuidado de siempre, al señor Peña Nieto, la reveladora figura que yace en la mera base del triunfalismo que todo lo invade. Después las baterías se enfocarán en el nuevo y arrollador liderazgo que llevará a las huestes de simpatizantes del priísmo a la asegurada victoria. Todo, según apuntarán los guionistas y sus cajas de resonancia alquiladas, estaba previsto desde el inicio. Un incandescente y transparente proceso selectivo para la continuidad gritarán a coro tendido.
No hubo dudas, nadie quedó herido en el camino, la voluntad popular se impuso sobre pruritos y ambiciones personales. Cierto, fue un acto penoso dirán compungidos, duro en su tratamiento pero discreto, toda una puesta en escena sin traspié alguno. Pocas referencias al hecho de que los bastidores sustituyeron a la apertura y el debate. Se dice, y seguirá afirmando con el desparpajo de siempre, que el conductor designado supo tejer fino. Sin duda actuó pensando en la gran misión que le aguarda más allá de las urnas locales. Peña Nieto antepuso sus intereses de clan, de grupo encaramado en el poder, de familia y hasta pasó sobre el atractivo de los negocios al amparo del poder. Su egregia mirada estuvo puesta en la entrevista, cercana misión superior que le aguarda un poco más allá de esta etapa local. Un heroísmo sin comparación que valga, sólo aplicable a quien atisba hacia el destino que los masivos intereses de la plutocracia y la televisión (junto con apoyadores laterales y derivados) le tienen deparado desde hace más o menos cinco gloriosos años de entrenamiento.
El PRI del Edomex se inauguró con un discurso vetusto, antidemocrático, triunfalista pero, sobre todo, clasista. Los orígenes humildes del abanderado salieron a relucir sin temor alguno a las comparaciones con los del gran dedo elector. Este sí es de una clase distinta, coronada por el perfumado y acicalado toque metrosexual. Dos perfiles de la misma estirpe no podían caber y el joven Del Mazo quedó al margen aunque llevaba la delantera en simpatías y conocimiento público. También campeó el orgullo civilizatorio que da la presunción de unidad: cínico eufemismo del autoritarismo vertical enquistado en la detraseidad del priísmo. Otra vertiente del discurso priísta, por si no fuera suficiente lo dicho, se ha apoderado, con la ayuda de sus generosos altoparlantes, del conocimiento pormenorizado, experimental, de la problemática local
. Don Eruviel ha competido, sin la menor duda, con las mejores armas. Ha ganado en lides múltiples, desventuradas unas, gloriosas todas las demás. En sus variadas campañas electorales ha recorrido, alega, su estado del que es ciudadano por nacimiento. Con eso intenta deslindarse de cualquier otro avecindado, tal y como lo es la inmensa mayoría de los habitantes de ese extenso, empobrecido y expoliado estado de la República.
El discurso del abanderado mexiquense no dio para más, al menos por ahora. Se les agotaron pronto los fusibles de ideas con que adornar estos momentos de sonoro destape unitario. Vendrán, se espera, los intentos por profundizar en la oferta política. Y entonces se podrá penetrar, con mejor información y criterio, en los reales alcances de un priísmo que se vanagloria de ser la clase mejor formada y hecha del país. Por ahora ha ido quedando en evidencia la escasa solvencia e imaginación de sus dirigentes. La presentación ha sido simplona, poco destilada, retórica –en el sentido rollero de la palabra– y reveladora de las intrínsecas limitantes conceptuales del abanderado y de aquellos que declinaron
en su favor.
Pero el griterío mediático continúa bordando sobre un ritornelo generalizado y, en su final, falso. El PRI en el Edomex, afirman con desparpajo los difusores de consigna, es imbatible en las urnas. Sólo una coalición de opositores (PAN, PRD) puede hacerle frente. Suman, sin más, a los votantes pasados de ambos conjuntos. Todo aquel o aquellos que se opongan a tan egregia cruzada para extirpar el cáncer priísta enraizado en el poder estatal es un retrógrado, un necio que sólo estorba los designios superiores de estrategas consagrados. En realidad, tal alianza propone juntar dos burocracias: una panista y la otra chuchesca perrediana. No son categorías distintas, son versiones cercanas, maniobreras, desfondadas de apoyo popular. La alianza de tales opuestos en el Edomex nunca se ha dado y tampoco es necesaria. La evidencia dura corre por otro carril del sentimiento y las simpatías de los electores del estado. Quienes han derrotado al priísmo local han sido la izquierda, en dos ocasiones (1988 y 2006), y el panismo en la restante (2000). Ninguna de las dos fuerzas requirió del apoyo de la otra. De hecho, el récord de votos lo tiene Andrés Manuel López Obrador, ese político al que descartan con simpleza y mucha ira interna algunos vociferantes de los medios electrónicos y las columnas periodísticas diarias.
Las izquierdas de base han ido cerrando filas. Sus agrupaciones llevan parte de la ruta caminada y el discurso que han ido lanzando al paso de los días es articulado y horada las conciencias. El candidato propuesto, Alejandro Encinas, es un militante formado en innumerables lides, limpio y con un amplio horizonte local y nacional. Mejor propuesta no la tiene ninguna otra agrupación. Ya se verá si los compromisos adquiridos a trasmano por los chuchos con el señor Calderón les impide apreciar esta oportunidad. A pesar de esto, los demás están dispuestos a unirse para dar una pelea con la mira puesta en el triunfo.