caba de aparecer mi sexta novela traducida al francés con el título Les Greffiers du diable (Los escribanos del diablo), (www.vilmafuentes.com) presentada en el Salón del Libro de París esta semana.
Cuando se publicó en su lengua original, el español, se tituló Flores negras. Hacía alusión a una escena donde el siquiatra Julio Villarreal, quien siempre llega tarde a sus citas, y a sus sentimientos, después de romper en dos partes cada uno de los objetos de su departamento en París para dar exactamente la mitad a la mujer que, tras dejarlo, le exige esa mitad, trata en vano de recordar su rostro.
Entonces, cuatro años después de la muerte de su padre, aparece en su mente la cara de este hombre, muy joven, como cuando él era niño y lo vio pedir a un trío que tocase Flores negras, la canción favorita de su esposa. Villarreal siente las lágrimas brotar de sus ojos porque, al fin, con un retraso de cuatro años, puede llorar la desaparición de su padre.
Durante el periodo de la escritura, pensé en llamar a esta novela Estrellas muertas
, esos vacíos que dejan los astros luminosos al morir y convertirse en agujeros negros, después de unas cuantas semanas de brillo intenso, supernovas, cuando alcanzan su máxima densidad masiva. Estrellas muertas que seguirán emitiendo su luz negra durante los años-luz correspodientes a su distancia. Antes astro rey, como el sol de nuestra galaxia, hoy vacío, agujero negro que sigue atrayendo con su enorme fuerza gravitacional todo lo que yerra alrededor suyo. Su luz de estrella muerta sigue iluminando fantasmas. Un ex presidente mexicano se instala en París: su capacidad magnética, su atracción gravitacional, continúa atrapando y devorando a quienes se le acercan, semejante a una estrella muerta.
La idea de poner la palabra muerta
de entrada no me complacía y pensé en llamar a esa novela estrellas negras
. Como este título ya había sido dado a otro libro, pensando en la escena del siquiatra, terminé por titularla Flores negras.
Algunas veces, durante las presentaciones de Des Châteaux en enfer (Castillos en el infierno), hablé de Flores negras, tal cual, en español. Fleurs noires, apenas dos sílabas, parecía una frase pálida, sin aliento, aspirada en su propio soplo antes de acabar de salir de la garganta. Para colmo, algunas personas creyeron que se trataba de una referencia a Baudelaire, como si yo hubiese podido atreverme a parodiar Les Fleurs du mal con mi novela.
Claude Fell, después de presentar Des Châteaux en enfer, en Lyon, me propuso traducir Flores negras. En el curso de la conversación, fui recordando escenas y personajes. No sé por qué, olvido lo que escribo. Novela de absoluta actualidad, según la crítica francesa, donde el destino de un periodista demasiado curioso, sea mexicano o australiano, es fatal.
Fell, el mejor de los traductores de esa generación, del español al francés, ¿no ha traducido a José Lezama Lima, a Octavio Paz, a Salvador Elizondo y a tantos otros para hacerlos conocer en Europa antes que sus propios países siquiera los lean?
La petición de Fell era halagadora. Conoce el español y domina el francés –hay traductores que creen conocer la lengua de la cual traducen sin conocer a fondo la propia. Durante la traducción, hablábamos de la novela con su nombre mexicano. Fleurs noires nos sonaba pálido, o más bien no nos sonaba. La necesidad de cambiar el título se hizo evidente. Nos pasaron por la mente muchos. El nombre de una vieja canción: ¿por qué no Les feuilles mortes?, dijimos riendo.
Al fin, Alzira Martins, editora en Actes-Sud, me propuso Les greffiers du diable, título de un capítulo de Flores negras.
Acepté. La novela, ¿no es la ambición luciferina de un hombre que tuvo el poder, pero sobre todo de quienes pretenden, un periodista, una joven que se sueña escritora, una vieja novelista, escribir las memorias
del poder, como si pudiese haber una memoria del vacío que deja una estrella muerta?