Martes 22 de marzo de 2011, p. 26
En algún lugar de Libia, 21 de marzo. Una ciudad sitiada y aporreada, cuyos pobladores sobrevivientes llevan días sin comida, agua ni energía eléctrica y enfrentan ataques cotidianos: eso era Ajdabiya este lunes, mientras las fuerzas de Muammar Kadafi luchan por retener su asidero en esta puerta de entrada estratégica al este de Libia.
Pese a la destrucción de los tanques y la artillería del régimen por los pulverizadores ataques aéreos occidentales, y a la aterrada retirada de sus tropas, los rebeldes, como ha ocurrido antes en esta guerra, no lograron capitalizar su ventaja y retomar la ciudad. Más bien huyeron en pánico abyecto al primer atisbo de un contrataque.
Existe, sin embargo, un sólido reducto de resistencia dentro de Ajdabiya, cuyos militantes me guiaron por brechas del desierto hacia las zonas que han arrebatado combatiendo día tras día al enemigo. Esos combatientes se preguntan por qué el liderazgo opositor en Bengasi no aprovechó el conocimiento local para usar esas rutas, acudir en auxilio de ellos y sorprender por la espalda a las tropas del régimen.
Las sendas del desierto han sido usadas también por los desesperados residentes de la ciudad para escapar. Apenas queda dentro de la ciudad la cuarta parte de sus 135 mil habitantes. Las calles vacías reverberan con el estruendo de las explosiones y todas las tiendas están cerradas; el hospital aún atiende a los heridos, pero su magro material de curación no sirve para los casos graves, que han tenido que ser trasladados en ambulancias, a menudo con el riesgo de cruzarse en la línea de fuego.
Aunque los combatientes revolucionarios, los Shabaab, han logrado controlar el centro de la ciudad y algunos suburbios, persiste una amenaza constante de los soldados de Kadafi. Mi intérprete libio y yo tuvimos que movernos repetidas veces por calles secundarias y callejones mientras nuevas andanadas de granadas y fuego de rifles Kalashnikov venían desde distintas direcciones.
Gran parte de los tiroteos ocurrían con absoluta indiferencia respecto de quién estaría al otro lado. Mire lo que han hecho
, dijo Hamza Zwas, militante de 26 años, señalando un gran hoyo en un costado de una casa que acababa de recibir un disparo de obús. Así es como disparan: hemos tenido muertos, heridos, porque no se fijan en lo que hacen. La gente tiene miedo; por eso muchos se fueron.
La casa que fue tocada estaba vacía; sus moradores se marcharon la semana pasada. Selim Ansabi, de 18 años, hijo de la familia vecina, murió hace tres días, cuando el auto en que viajaba fue alcanzado por un proyectil de artillería. “Su amigo, que iba manejando, perdió un brazo –dijo Abdalá, padre de Selim, meneando la cabeza–. Ninguno de los dos era Shabaab; no eran combatientes. ¿Por qué disparan armas tan malas en medio de la ciudad? Deben de saber que matarán personas, que habrá heridos.”
En algunos casos, dicen los pobladores, los muertos eran personas señaladas en listas proporcionadas por informantes. Shawad Mohammed fue asesinado frente a su casa; a Yadulá Bajti se lo llevaron, y su cuerpo apareció tirado junto a un montón de tierra dos días después. Naji Yunis Alí no esperó a que los agentes secretos que acompañan a los soldados vinieran por él y huyó con su familia.
Entonces destrozaron el lugar. Estaban furiosos, llegaron en un gran camión blindado y derribaron la pared, luego entraron y destruyeron todo
, relató Mujtar Issa, primo de Alí. Traían un retrato de Naji. Dijeron que si se había ido a Bengasi lo atraparían y lo colgarían. Eso nos pudo haber ocurrido a muchos; tenemos miedo.
No sólo la población local tiene razones para temer. En un cuarto trasero de la planta baja de una casa cercana hay tres prisioneros capturados por los rebeldes. Dos, oriundos de Chad, son presuntos mercenarios, miembros de un grupo reclutado por Kadafi en África subsahariana, según acusaciones. El tercero, un hombre de 60 y tantos años, afirma ser libio, pero sus captores dicen estar convencidos de que es tunecino.
El cuarto donde están encerrados tiene una pesada puerta atrancada con una barra de metal. Cuando los sacaron, su aspecto era de pavor. El anciano rompió a llorar. Dijo llamarse Muld Miujtar y afirmó entre sollozos que es pobre y que había estado durmiendo a la intemperie desde que llegó a la ciudad, hacía poco tiempo. “Me arrestaron porque soy forastero; les tienen mucha desconfianza a los extraños. Me hicieron esto en las manos –dijo, mostrando muñecas y dedos hinchados–. ¿Cómo pueden pensar que estoy en el ejército? Ya estoy muy viejo para pelear. ¿Qué me va a pasar? ¿Cree que me maten, señor?”
El comandante local, capitán Adil Zwei, abrazó a Mujtar y le aseguró que nadie le haría daño. “Ya tenía lastimadas las manos cuando lo detuvieron; mis hombres no son responsables –afirmó–. Los protegeremos a todos, pero es un problema. La gente de aquí está muy enojada, no podemos decir que tenemos a estos hombres.”
Los dos que vienen de Chad, Asil Hussein Baqua y Hussein Abdulrajab al-Hussein, relataron que trabajaban en Trípoli cuando unos oficiales les dijeron que debían ir a combatir a los terroristas
. A cambio de sus servicios les ofrecieron dinero, un departamento a cada uno y la ciudadanía libia.
Baqua, de 38 años, quien dijo que llevaba ocho años en Libia y trabajaba en una fábrica de cerámica, añadió: ¿Qué opción teníamos? La policía nos hubiera metido a la cárcel si rehusábamos. Nos dijeron que sólo estaríamos de guardia en los retenes
.
Al-Hussein, de 27 años y desempleado, señaló: Llevo tres años en Libia; no tengo nada contra la revolución. Lamento haberme metido en esto
.
Los dos hombres estaban vendados, a causa de lesiones que dijeron haber recibido cuando el camión en el que iban fue alcanzado en un ataque aéreo, el domingo pasado. El capitán Zwei estaba ansioso de entregar sus prisioneros a las autoridades rebeldes. “Eso ocurrirá cuando los oficiales de Bengasi lleguen aquí –dijo–. Pero no sé cuándo será eso. Creíamos que sería hoy, luego de todos los bombardeos de las potencias extranjeras. Nosotros entramos y salimos de aquí, podemos mostrarles el camino.”
Cuando partimos, las fuerzas de Kadafi estaban en control de las entradas este y oeste a Ajdabiya, disparando proyectiles hacia la ciudad que el coronel dijo en repetidas ocasiones que lo amaba y a la que él amaba. Como no ha habido grandes bombardeos hoy, nos preocupa que los extranjeros no sostengan los ataques
, comentó el combatiente Hamza Zwas, sobándose el hombro debajo de una playera de Abercrombie&Fitch. Recibió un balazo en los primeros días de la insurrección, pero volvió a la contienda luego de ser operado en Egipto. Llevamos un tiempo peleando y continuaremos
, dijo.
En el camino a la salida encontramos a Abu-Gadi Mohammed, de 37 años. Su familia acampa fuera de la ciudad para escapar de la violencia. Su esposa, Zahiya, se vio precisada a dar a luz allí. “Estoy muy molesto y preocupado de que ella haya tenido que pasar por esto –comentó–, pero está bien y ahora tengo una nena que nació sana. Le pondré Amal (Esperanza).”
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya