erminó la temporada de corridas de toros en la Plaza México. Nuestro coso estará cerrado los próximos meses en espera de los novilleros y torerillos sin contratos, ni fama, ni orejas. Torerillos a los que no les salen los novillitos cómodos y tienen que salirle a los pregonados que aparecen en los novenarios de los pueblos con la ilusión de llegar a la México.
La plaza vacía se extinguía en medio del aroma que dejaron los toreros famosos sobre el ruedo. Fue a la hora propicia de la magia en que el misterio del coso, añoraba las faenas que quedaron para el recuerdo y enfriaban la piel. La hora en que las divinidades inferiores, semejantes a las mujeres de la mitología gitana, de cabellos azabache y ojos almendrados, se desnudaban en los olivares y llaman por la noche a los aficionados y toreros que no vuelven. Seguro estas ninfas llamarán por lo pronto a los torerillos a repetir la historia vulgar por repetida del torerillo anulado, devorado por la mujer, la muerte como castigo al delito invencible del amor.
Mal oscuro, misterioso como la raza que conduce a la muerte y aqueja a la fiesta brava y antes de morir necesita desembarazarse del polvo de los ruedos de los pueblos y la sangre de los torerillos que después de años no la hacen o algunos, la mayoría, nunca llegan a la México. Pero la raza amante del sol y la sangre, ni aún en la eterna sombra se resigna a renunciar al toreo. La tarde de ayer, el ruedo parecía bañarse en el frío maléfico de la agonía. Fantasías alucinatorias perdidas en los túneles del coso, basados en una antigua cultura torera.
En la plaza silenciosa se abre una tregua a la ida, se guardan los gritos, los oles de los cabales y los aficionados conversan en pequeñas tertulias de sus toreros preferidos y las polémicas generadas por sus actuaciones. En el centro el hechizo que en el culebreo ponen las bailaoras en el tablao penando por los torerillos a los que tratan de satisfacer su sed de amor. Por lo pronto en la plaza de Valencia se inició la temporada española de corridas de toros, en la que El Juli, que está incontenible, acabó con el cuadro con su envidiable torería.