Opinión
Ver día anteriorLunes 14 de marzo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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De Cancún a Cabo Cortés
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ace quince años, especialistas en planificación urbana y turística alertaron a las instancias oficiales sobre la necesidad de parar el crecimiento hotelero de Cancún, Quintana Roo, por estar sobresaturado. Era urgente, dijeron, consolidar lo existente, atender de preferencia las necesidades de la población (la mayoría pobre), poner orden en la franja costera y los servicios vinculados con el turismo, atacar la contaminación, mejorar los servicios públicos básicos (agua, drenaje, salud y transporte) y establecer políticas de desarrollo sociocultural para contrarrestar la delincuencia. Ninguna autoridad hizo caso. Por el contrario, se alentó desde el gobierno más crecimiento hotelero y urbano sin planeación alguna. La especulación inmobiliaria se impulsó modificando el uso y densidad del suelo para dar paso a nuevos desarrollos, hoteles y condominios de gran altura.

Con la llegada de los panistas a Los Pinos, desde el fondo federal destinado a alentar el turismo se hicieron negocios inmobiliarios y venta de terrenos que agravaron la situación. Dos huracanes en 2005 mostraron nuevamente la fragilidad de Cancún, que ya tenía un serio competidor: la Riviera Maya. Hoy la ciudad alberga un millón de habitantes y alrededor de 35 mil cuartos de hotel, 15 mil más de cuando la advertencia de los especialistas. Las autoridades locales, que van de salida, quieren que siga creciendo.

Contra esa intención se manifestaron los delegados de la Sedeso y la Profepa en Quintana Roo porque la zona hotelera está sobredificada, las vialidades sobresaturadas, igual que el drenaje. Los funcionarios federales responden así al anuncio del cabildo municipal de modificar la densidad y uso del suelo en ocho áreas a fin de construir más hoteles y condominios. Una práctica que permite hacer negocios a funcionarios e inversionistas. Mientras, la ocupación de cuartos bajó este año más de 10 por ciento en comparación con el anterior y las cosas no pintan bien para el futuro, pues la Riviera Maya y otros polos turísticos atraen visitantes que quieren seguridad, calidad ambiental, paisaje y precios atractivos. Hoy, más que hace 15 años, urge consolidar lo existente, detener la especulación urbana (que va de la mano de la corrupción) y atender los problemas sociales más urgentes, que incluye el narcotráfico y sus secuelas.

Pero los funcionarios olvidan las experiencias negativas, al fin que no rinden cuenta por los errores que cometen. Un ejemplo lo tenemos ahora con el megaproyecto hotelero Cabo Cortés, en Baja California Sur. En 124 hectáreas se planea construir 28 mil cuartos de hotel, dos campos de golf, una marina con capacidad para casi 500 embarcaciones y los demás servicios que demanda un proyecto de magnitud semejante al Cancún de principios de siglo. Pero con la diferencia que está en una región semidesértica con severas limitaciones de agua y cero infraestructura para las decenas de miles de personas que trabajarán en un proyecto de tal envergadura. Nuevamente, al lado del lujo, pobreza y desigualdad. Otro aspecto muy negativo es que el megaproyecto español es vecino del Parque Nacional Cabo Pulmo, que encierra una riqueza natural de primer orden (desde humedales hasta arrecifes), pero muy frágil. Por su singularidad fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidad para la Educación, la Ciencia y la Cultura. La respuesta de la autoridad ambiental ha sido descalificar a quienes cuestionan el megaproyecto por pretender construir argumentos perversos y que sólo buscan confundir.

Seguramente no se refiere únicamente a las organizaciones ciudadanas que defienden el ambiente, los recursos naturales, muy críticas del citado megaproyecto, sino también a prestigiosos científicos mexicanos y de otros países. Como el maestro Exequiel Ezcurra, ex director del Instituto Nacional de Ecología, quien ha expresado su inconformidad sobre Cabo Cortés. A medida que el sexenio se acerca a su fin, abundan los que con argumentos perversos, cuestionan a los funcionarios del sector ambiental. Lo mismo por Cabo Cortés, que por Sempra-Costa Azul o las mineras canadienses. Qué piel tan sensible cuando se les exige cumplir con su deber y defender el medio ambiente.