OJARASCA FOTOS

Regreso de la Caravana, Selva Lacandona. Abril del 2001. Foto: Yuriria Pantoja Millán

 

 

Así en África como en América Latina

 

Después del desastre

también hay futuro

 

Hubo un tiempo en que el Estado apoyaba a los campesinos. Y luego vino un tiempo de sequía para el Estado, que se vio endeudado. Entonces fue puesto bajo la tutela del FMI y el Banco Mundial. “Privaticen, liberalicen, abran bien grandes sus fronteras”, nos dijeron, dándonos a entender claramente que, a partir de este momento, la gestión de los asuntos económicos de nuestros países ya no nos incumbía. Fue en ese momento que el Estado desapareció: no más asesoramiento, no más créditos ni nada más para nosotros, los campesinos. Al mismo tiempo, las naciones ricas del norte se hundían bajo los excedentes agrícolas. ¿Y qué fue lo que pasó? Inundaron con ellos a países como el nuestro. Los campesinos, sin subvenciones, sin ayudas, de repente tuvimos productos demasiado caros frente a la competencia desleal de los productos de los campesinos del norte, que tienen muchas subvenciones. Despojados de medios de subsistencia, los campesinos fueron barridos a las ciudades para engrosar las filas de los miserables. Entonces, para que los habitantes de las ciudades no se rebelaran, se justificó con bajos precios la entrada masiva de productos agrícolas. Pero al mismo tiempo mataban a los campesinos locales.

Después nos inundaron con expertos, para ayudarnos. Nos dijeron que no éramos competitivos porque seguíamos usando el azadón. Pero no hubo nadie que nos diera nada. Y sin sostén, sin apoyo, nos quedamos por completo librados a nuestra suerte. Los programas de reajustes estructurales rompieron la confianza entre el Estado y los campesinos, que sin embargo suministraban la mayor parte del Producto Interno Bruto. Nosotros pensamos: si ya no hay Estado, si ya no quedan estructuras que nos apoyen, tenemos que cuidarnos solos. Fue en este contexto que nacieron las organizaciones de productores agrícolas tal como las conocemos hoy. Los movimientos de los campesinos indignados por su situación se originaron en los poblados, y llegaron a nivel nacional. En aquella época, el estatus de campesinos estaba tan devaluado que si le preguntaban a un campesino qué oficio tenía, contestaba: “no tengo”. Así de intenso era su sentimiento de ser nada.

Hemos remontado muchos obstáculos con tal de mejorar nuestra situación. Pero tenemos que seguir luchando por sobrevivir. Ahora el reto es combatir el acaparamiento de nuestras propias tierras a manos de países extranjeros y empresas privadas. Estas tierras son malbaratadas por nuestras autoridades, muy a menudo por la presión de los más altos responsables del país. Intentamos presionar a nuestros dirigentes locales para que dejen de vender nuestras tierras al mejor postor. Pero en el país, el movimiento campesino que lucha contra el acaparamiento de las tierras sigue siendo débil, sobre todo porque falta información. Hemos exigido que nos reconozcan el derecho de las familias a explotar las tierras que ocupan, que los espacios de sabana de cada poblado sean reconocidos como propiedad de la comunidad, que los demás espacios que rodean el pueblo se consideren bienes comunitarios administrados entre todos nosotros.

Entonces nos dicen: si eso sucede, no vendrán los inversionistas, porque no se sentirán seguros. Así que, para atraer inversionistas, ¿debemos no ser nadie en nuestras tierras? Si un inversionista viene a nuestra casa, debe gozar de absoluta seguridad. ¿Por qué todos pueden tener seguridades y nosotros no? ¿Por qué los campesinos no tienen ninguna garantía? Nadie se preocupa por nosotros; si tenemos problemas, vamos a la mezquita o a la iglesia a rezar. Nada más. Pero la economía debería ser justa para todos, no sólo para los inversionistas extranjeros. ¿Cómo alimentar a nuestro continente? Nosotros, los campesinos, lo sabemos muy bien: simplemente déjennos trabajar, sin ponernos trabas a cada momento como la OMC, el Banco Mundial, el FMI, la liquidación de nuestras tierras, las semillas transgénicas, y todos esos expertos que nos fastidian.

 

Mamadou Cissokho

 

El autor senegalés Mamadou Cissokho, uno de los líderes africanos más respetados y trepidante de la actualidad, preside en forma honoraria la Red de las Organizaciones Campesinas y de Productores de África del Oeste (ROPPA).

Mediante una transposición apenas perceptible, estas palabras parecen venir de nuestro futuro inmediato. O de un pasado inminente del que podríamos liberarnos, como lo hacen hoy en África occidental millones de campesinos originarios que han decidido resistir al gran capital que los condena al despojo, la expulsión, la extinción, el olvido. ¿Cómo no vernos en el espejo africano?

Ésta es una versión de “Déjenos trabajar y alimentaremos África” (Le Temps, 9 de febrero. Traducido del francés por Amandine Semat).