l Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) dio a conocer los resultados del Censo de Población y Vivienda 2010. De acuerdo con la información general difundida por el presidente de ese organismo, Eduardo Sojo, en México hay 112 millones 336 mil 538 personas. Entre la multitud de cifras que arrojó esta encuesta, las cuales serán de gran utilidad a los especialistas para ayudarnos a entender cómo es hoy nuestro país, hay dos apartados que resultan muy interesantes: la religión y las modalidades que adoptan las uniones conyugales. Me voy a referir aquí a la relación entre estos dos indicadores.
Las cifras sobre la religión declarada por los mayores de 5 años muestran que 83.9 por ciento de los mexicanos son católicos, seguidos por los protestantes o evangélicos (7.5 por ciento), de otras religiones (2.5 por ciento) y por quienes declararon no tener religión alguna (4.6 por ciento). Lo anterior deja en claro que la población mexicana es mayoritariamente católica. Como en estas fechas se ha impuesto la celebración de un día de la familia
–en cuya promoción participa activamente la Iglesia católica–, me interesó examinar con mayor detalle las cifras sobre la situación conyugal de la población mexicana, recurriendo a los datos originales del censo, que pueden consultarse en la página de Internet del Inegi.
De acuerdo con estos resultados, que se refieren a los mayores de 12 años, hay 46 millones 651 mil 603 personas que mantienen algún tipo de relación conyugal (55 por ciento del total). Las modalidades que adoptan estas relaciones pueden dividirse en dos grandes categorías: casados y unión libre. Entre los primeros existen tres grupos, pues hay quienes se casan sólo por lo civil, otros solamente por la Iglesia, y quienes se unen simultáneamente mediante matrimonio civil y religioso. Con estos datos a la vista está justificado preguntarse: ¿cuál es la participación de la Iglesia en estas uniones y, por tanto, en la integración actual de las familias mexicanas?
Los datos definitivos del censo revelan algo muy interesante, pues la Iglesia apenas participa en la mitad de las uniones conyugales, lo cual resulta sorprendente tratándose de una población que es, como hemos visto, mayoritariamente católica. Una proporción importante de las personas que deciden casarse o unirse lo hacen al margen de una intervención religiosa, ya que 23 millones 377 mil 94 personas establecen relación de pareja por la modalidad de unión libre o se casan sólo por lo civil, lo que en conjunto representa 27.5 por ciento del total. Por su parte, los matrimonios en los que existe alguna participación de la Iglesia representaron 27.4 por ciento (el porcentaje restante agrupa a las personas solteras, separadas, divorciadas, viudas o con datos no especificados).
Si bien las cifras globales indican, como hemos visto, que para 2010 la Iglesia participaba apenas en la mitad de las uniones conyugales, estos datos resultan por demás reveladores cuando se consideran por separado algunos grupos de edad. Por ejemplo, la mayoría de las personas de más de 60 años encuestadas se casaron por la Iglesia (43.4 por ciento), mientras en las uniones de menores de 30 años la participación religiosa ¡sólo fue de 7.1 por ciento!, lo que muestra que los más jóvenes están optando por las uniones conyugales en las que esta institución no participa.
Lo anterior muestra que existe una contradicción, pues la población de nuestro país, que se declara mayoritariamente católica, al decidir sobre las características de su relación conyugal expresa un comportamiento laico. Esto indica que los mexicanos han decidido alejarse de uno de los preceptos torales para esta Iglesia: el sacramento del matrimonio, el cual para ella constituye la única vía moralmente válida para la procreación. Esto no es trivial, pues esta laicidad se encuentra en la base de la integración actual de las familias mexicanas.
Si bien es necesario realizar estudios enfocados a esclarecer el comportamiento de la población mexicana mayoritariamente católica en otros temas, al tratarse de un asunto tan importante como el rompimiento con los principios del catolicismo en las uniones conyugales, queda justificada la hipótesis de que quizá este divorcio se exprese con la misma intensidad en otros terrenos, como el de la salud sexual y reproductiva e incluso en otros tan distantes como la orientación política de los votantes, sobre los cuales la Iglesia afirma tener gran influencia.