n los tendidos de la Plaza México, casi llena, se desvanecía el listón de cielo que a lo largo de la corrida fue añil, luego dorado en la púrpura del sol de la tarde, y se desmayaba en una inefable palidez, hasta llegar a la oscuridad del coso. Como se desvanecieron los aficionados y no aficionados en su ánimo de llegada al coso al levantar oleadas de aire gélido, al margen de las faenas –torería pura– que ejecutaba el maestro navarro Pablo Hermoso de Mendoza, que llegó vestido a la cueva de Mixcoac al estilo rondeño, en juego con el sarape mexicano de El Pana.
Al ver torear a Pablo me sentía impregnado de ese vago perfume que sale del ánimo de lo bello y ennoblece aún a los espíritus más cerrados. Vaya temple, maestría y clase de este torero que conseguía meter debajo del caballo y rematar las suertes al bravo y noble toro de Los Encinos, mientras la plaza vibraba en tono diferente, como sacudida por un lamento que hería el aire ¡el aire martinete ronco! pasaba del sol a la sombra y acariciaba los rostros y luego los enfriaba de emoción ante el clasicismo del torero navarro. Sólo hasta su segundo enemigo, más débil y más suave, les concedió a los no aficionados un toquecito de su toreo espectacular de revueltas y vueltas que los entusiasmaron. Lástima que a este noble toro lo falló con el rejón de muerte y dejó a los aficionados de moda con las ganas de aplaudirlo y sacarlo en hombros.
Con este toro debutó el caballo Manolete, hijo del famoso Cagancho, que giraba, giraba y giraba cual estatua; seguido y despacio, acompasando el paso en la arena mexicana, dejándose en las pezuñas las huellas de su debut y un temblor estremecedor en el coso. Manolete en medio del aire martinete se revolvía alrededor del toro en un palmo de terreno, girando al ritmo de su paso. Bailaba el caballo por burlerías que se perdían en el misterio de este arte torero de doble eco apagado.
En la noche el alma mexicana a caballo, trágica, misteriosa y lírica se concentraba en el torear de este navarro amexicanado, cuyo torear es cada vez más al estilo del temple despacioso, desmadejado que nos gusta a los mexicanos. Es mucho torero Pablo que oscureció y acabó de enfriar el resto de la corrida, incluido El Pana que se desdibujó.