¡Ventura, Ventura y ya!
, le gritaron cuando salía de la México bajo una lluvia de cojines
Decenas de miles abuchearon injustamente a Rodolfo Rodríguez El Pana
Lunes 21 de febrero de 2011, p. a50
Pablo Hermoso de Mendoza llenó la Monumental Plaza México de bote en bote; una vez más deslumbró a conocedores y villamelones por igual con la excelente doma de sus siete caballos, verdaderos capotes y muletas con crines que saben parar, templar y mandar, mientras vuelan sobre la arena, respondiendo a las órdenes de las riendas. Y sin embargo, a pesar de todo, las dos faenas de ayer carecieron de verdad torera y acabaron del peor modo posible.
Más espectacular, más circense que nunca, pero también más ventajista y, en ciertos momentos, incluso ratonero, como cuando al cuarto de la tarde –segundo y último del cómodo lote que le proporcionó el hierro de El Encino- le clavó un par a dos manos a toro pasado, por encima de la grupa de su tordillo Pirata, que en ambos turnos usó para realizar la suerte suprema.
A Peluquín, negro bragado y paliabierto que abrió plaza ayuno de trapío, lo saludó con dos rejones de castigo a bordo de Curro, y dio varias vueltas al redondel, al hilo de las tablas, aprovechando la alegría del cornudo. Luego, montado en Chenel, puso dos banderillas largas, otras dos desde la silla de Ícaro, y concluyó con tres cortas haciendo girar a Pirata en torno del testuz, arqueándose como un espejo cóncavo.
El entusiasmo del público, que ya acariciaba los pañuelos soñando con la oreja, se enfrió en cuanto el jinete mató a su colaborador de un artero espadazo en el riñón zurdo. Y se acabó el cuento. Las expectativas creadas por el navarro siguieron enfriándose en cuanto saltó al ruedo Doble Letra, negro bragado también, pero sin la codicia ni la fuerza de su hermano.
Lo peor, en este caso, fue que el europeo se equivocó al dosificarle el castigo, de tal modo que Doble Letra se le fue, literalmente, para arriba, a la hora de embestir a Pirata para las banderillas cortas y, en consecuencia, el caballo recibió dos duros golpes en la panza. Ya en franca decadencia la faena, por la evidente pérdida de dominio, vino el tramposísimo par a dos manos, al que siguieron dos sartenazos traseros, separados por un horrible pinchazo, y de inmediato, al comprender que el visitante no llegaría al clímax, la gente comenzó a gritar pidiendo un séptimo cajón de regalo, que por fortuna no estaba en corrales.
Que el rejoneador vasco había convocado a una abrumadora mayoría de villamelones se puso de manifiesto apenas compareció el segundo de la tarde, Catavino, cárdeno bragado de la dehesa zacatecana de Malpaso, que desgraciadamente, en los chiqueros, se quebró la cepa del pitón izquierdo. Vestido de verde y plata, Rodolfo Rodríguez El Pana se dio cuenta de la fractura y se negó a salir del burladero de matadores.
La gente creyó que tenía miedo y cuando, acto seguido, Catavino remató en tablas, el asta se le desprendió automáticamente, lo que desató una indignada rechifla: los incautos, que los había por decenas de miles, chillaban convencidos de que el maestro tlaxcalteca ordenó que su cuadrilla descornara a la res. Y de allí en adelante, le pitó el resto de la tarde.
El michoacano Pepe López, por su valiente parte, no pudo con su primero, un manso que lo buscaba por el lado zurdo, y desperdició a su segundo, un bravo de verdad, que tumbó al picador empujando al caballo con la furia de los cuartos traseros. A ambas reses, hay que decirlo con respeto, las mató de impecables estoconazos. Y cuando Hermoso de Mendoza se retiraba del embudo de Mixcoac, bajo un diluvio de cojines, un grito buscó herirlo en su amor propio: ¡Ventura, Ventura y ya!
, anunciando el ya cercano fin de su reinado en los toros.