19 de febrero de 2011     Número 41

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Tamaulipas


FOTO: Archivo

Sorgueros: organización
e infraestructura, claves

Lourdes Edith Rudiño

En el universo de conflictos que presenta el campo relacionado con la apertura comercial y los desequilibrios en las cadenas productivas, hay honrosas excepciones de organizaciones campesinas con un alto perfil empresarial que afirman estar más que adaptadas a las circunstancias cambiantes del mercado. Es el caso de la Comercializadora Valle Hermoso, SA de CV (Covahesa), de Tamaulipas, que asocia a poco más de 800 productores, todos enfocados al sorgo (y algunos, muy pocos, al maíz amarillo), y beneficia con sus procesos comerciales y de crédito a más de tres mil. Esta agrupación operó 200 mil toneladas de sorgo en 2010.

Adalberto Guevara, directivo de Covahesa, afirma que en términos generales el norte de la República es el que mejor ha logrado adaptarse a la apertura del Tratado de Libre Comercio (TLCAN), si bien esto no es generalizado –en el propio Tamaulipas, hacia el centro y sur la liberalización de precios y acceso a importaciones de las dos décadas recientes han causado estragos porque la infraestructura de acopio es insuficiente–. Para Covahesa, la apertura significó en principio “sudor y lágrimas”. Estados Unidos, particularmente Texas, es el principal productor de sorgo del mundo, y México, el primer importador. “Pero así como hemos sufrido reveses económicos, como en 1996, cuando el mercado nos golpeó con bajos precios, también hemos tenido experiencias muy dulces, donde el mercado nos paga muy bien, como el 2008 o el momento actual. La clave está en la organización”.

Covahesa, ubicada precisamente en Valle Hermoso, se constituyó en noviembre de 1994, con la intención de que los campesinos afrontaran unidos la liberalización comercial. Adalberto Guevara afirma que los productores recibieron capacitación, asesoría externa, información práctica del manejo de cobertura de mercados, y todo eso los ha preparado y los ha ayudado a adaptarse al mercado libre. Pero además, “en el norte del país hay una infraestructura instalada de acopio bajo techo para prácticamente toda la producción, y no batallamos por tener el sorgo a la intemperie, con pérdida de calidad (…) los almacenes son propiedad en algunos casos de los productores y en otros de comercializadores, y mucho de organizaciones”.

Esta infraestructura, aunada a la fortaleza que tiene la organización en materia de acceso al crédito (de banca privada), permite a los miembros de Covahesa administrar sus cosechas. “Generalmente cuando salen la producción (del campo al mercado) , la presión (a la baja) sobre los precios es muy fuerte, por eso hay que administrar las cosechas. Por ejemplo, en la cosecha tardía del Bajío les pagaron el sorgo a dos mil 100 o do mil 150 pesos la tonelada. Nosotros decidimos guardarla de septiembre-octubre de 2010 para acá y hoy por hoy estamos vendiendo 500 pesos arriba”.

Adalberto Guevara destaca el hecho de que la organización ha contado ininterrumpidamente con financiamiento para pignorar cosechas desde 1996/97, en principio con el extinto Banrural y “luego con la banca privada, a pesar de que somos una organización de ejidatarios”. La clave es que “nunca hemos quedado mal. Se puede ver nuestro historial con la banca, con paquetes de diez centímetros de ancho y en ninguno hay falta de pago. Eso es básico para cualquier organización. Tenemos créditos con Banamex, Bancomer, HSBC, Banco del Bajío y Ven por Más. Con la Financiera Rural tenemos cuatro años que no operamos; sus trámites y sus análisis no corresponden a la realidad del país; por ejemplo, nos piden que nuestros estados financieros estén auditados en tiempo y forma y muchas cosas más que dificultan el crédito. Yo les digo ‘ve el buró de crédito’ y luego me dices lo que quieras”. Otro factor clave de Covahesa es la agricultura por contrato, que realiza desde hace siete años, para garantizar la comercialización del sorgo y establecer alianzas con los clientes.

Y, como quiera que sea, el clima les ha jugado bien. “Esta zona es de una superficie muy grande de temporal y dependemos más de los eventos climáticos que de otro tipo. En los diez años recientes, hemos tenido dos años malos y el resto tres o cuatro regulares y cinco o cuatro buenos. Los huracanes que llegan dejan húmeda la tierra y eso nos beneficia”.

Además de que los productores en cuestión tienen asegurados sus bienes y cultivos contra imprevistos climatológicos, y por eso lograron salir adelante luego de que el ciclón Emily en 2005 afectó la infraestructura campesina.

Tamaulipas es el principal estado productor de sorgo, con 2.6 millones de toneladas cosechadas en el año agrícola 2009, de un total nacional de 6.1 millones.

Pero no todo es miel sobre hojuelas. Las deficiencias- país en materia de infraestructura de caminos y transporte afectan a los socios de Covahesa. Los precios que recibe el productor de sorgo están en relación con los llamados “precios de indiferencia”, esto es los que se calculan con base al precio que tendría sorgo importado en los diversos centros de consumo, y como Valle Hermoso está muy distante de sus principales compradores-consumidores en México (Nuevo León y Jalisco, principalmente, pero también Puebla y Veracruz), el cargo del flete y las deficiencias de caminos deben ser cubiertas por los productores.


FOTO: David A. Nafría

También el rentismo es otro asunto preocupante. El entrevistado considera que el principal reto hoy de Covahesa es “mantener a nuestros productores como productores. Esto, por el tamaño que tenemos, porque el promedio de tenencia de la tierra es de 70 hectáreas, cuando los que siguen hacia arriba son muy grandes. Y lo vemos en el acopio que hacemos. Hace siete años poco más de mil productores acopiamos 80 mil toneladas; fuimos a conocer una cooperativa de sorgueros en Corpus Christi, Texas; ellos tenían el mismo volumen pero sólo eran 20 productores. Esa es una gran diferencia, y también vemos diferencias importantes con productores de nuestra propia región”.

Entonces –como es un hecho que aquí, como en muchas partes, el rentismo es un fenómeno que va en ascenso– hay gente que se desanima con la actividad agrícola y decide rentar. “Yo les digo (a los asociados de Covahesa): ‘prefiero que tú tomes en renta tierras, a que dejes tu tierra en otras manos. ¿Cómo podemos lograr que se mantengan como productores?, haciéndolos acceder al crédito y no sólo para la producción, sino para infraestructura, para mejora de bodegas y maquinaria, para el proceso comercial; dándoles los insumos más baratos ”.



FOTO: Colectivo Smbiosis

Tamaulipas

Cultura fronteriza
en el Bajo Río Bravo

Jaime Peña Ramírez

El análisis de los procesos sociales fronterizos ha quedado a la mitad del Bravo, sin observar el área nortesur como una sola región, tal como resulta sugerente. La frontera en general se caracteriza por la presencia de dos lenguas en conflicto cuyo resultado es una lengua reprobable desde los amantes de Chakespeare o Cervantes en cada país; es espacio de convivencia y de conflicto en muchos sentidos, y tiene otros elementos generalizables.

Sin embargo, hay microregiones con elementos de identidad que reflejan el todo fronterizo pero tienen además en común factores naturales e históricos diferenciables del resto. Nos referimos a las llamadas ciudades gemelas conformadas por Ciudad Juárez-El Paso, Laredo-Nuevo Laredo y Tijuana-San Diego. Vemos a dos países compartiendo suelo, clima y agua como unidades interactuantes que no se explican la una sin la otra; en el aspecto cultural, que nos toca desarrollar enseguida, tenemos semejante ley.

En tales microregiones la cultura fronteriza no puede verse sin la otredad, tal como el resto de las relaciones sociales del ser fronterizo; la raíz profunda de este fenómeno podría explicarse por el hecho de que aquello no era la frontera, sino parte de la nación, visto desde el inconsciente colectivo del sur, y que es una frontera por ganar, desde el enfoque del norte. Así, la memoria histórica de lo que “fue nuestro”, siempre latente, y los deseos de ganar fronteras, como parte del ser estadounidense, se conjugan como telón de fondo del escenario fronterizo. En la vida cotidiana, el norte avanza efectivamente sobre el sur siguiendo la pista al capital, depositando la moderna basura o vendiendo los alimentos básicos, y el sur, hacia el norte, ateniéndonos a la fuerza de trabajo, a ciertos productos agrícolas de lujo o a los estupefacientes. Mientras que la demografía empuja al norte, la economía empuja al sur. De cualquier manera, dice el populus en el Bajo Río Bravo: lo más bonito de Matamoros es Brownsville, y en consecuencia, lo más feo de Brownslville, Matamoros.

En la unidad regional hay dos lenguas: una de dominación, de orden, de mando, que no logra imponerse, y una dominada que no se abandona: aún más, exige respeto por el otro. La hegemonía tiene una simiente pedagógica, de exigencia del “consenso activo de los dominados”, como pensaba Gramsci. Así, se genera una fusión-confusión de lenguas cuya expresión cultural es el enriquecimiento de una tercera, o el empobrecimiento de ambas, si el hecho es calificado por las buenas conciencias del centro de ambos países; sin embargo, cualquier “moda norteña” termina por imponerse en lo nacional, después del escándalo. El mundo de las cosas y el consumo, las tecnologías de avanzada, las desgracias de la televisión, entran desde la frontera y no se quedan ahí, sino pasan al sur; esto da vida al gran comercio fronterizo de allende el Bravo o del Colorado. Nuestro país entero se transforma en frontera.

El mundo desarrollado exige fiesta perenne en el norte y por la frontera llegan los estupefacientes que la hacen posible; no es raro que la marihuana que dejó de sembrarse en Colombia destinada a Estados Unidos en los 80s haya sido sustituida de inmediato por producción mexicana para el exigente mercado; al igual, miles de trabajadores agrícolas transitan por la frontera, buscando sobrevivir, exigidos por la ganancia. Aquí, gran parte de la explicación de una frontera abierta al mundo, cosmopolita, cobijo de razas latinoamericanas y mexicanas de todas las lenguas y colores; frontera que escandaliza, pero también atrae.

Una característica de la población de las áreas rurales es la continua movilidad de la fuerza de trabajo: la migración cíclica es una constante de la región, sólo en diciembre se observa el retorno programado. Existen pueblos enteros abandonados aquí y allá, por el trabajo en California, Florida o Chicago, que suelen rehabitarse cuando la demanda de trabajadores disminuye, a partir de septiembre. El movimiento decembrino, además de climático, es fenómeno religioso-cultural, tanto como resultado de cuestiones económicas; el casorio, padrinazgo o cualquier tipo de fiesta se programa para diciembre, con marrano, borrego, cabrito o becerro sacrificado, o al menos fajitas de influencia norteña; tales fiestas son comunes en el sur y tienden a imponerse del otro lado. La invitación es a la familia extensa, que llega a constituir un verdadero ejército hambriento a la hora de la cena. El asunto culinario, sensible a la globalización comandada por McDonalds y Kentucky, se ancla todavía en el maíz de los pequeños tamales norteños, de cerdo o de frijoles deliciosos, el asado de puerco navideño o el cabrito –de Saltillo o Nuevo León?– en su caso y las tortillas de harina o de maíz como constantes, según el gusto, que venían de Arabia y del sur del continente; todo ello, sureño o norteño, dependiendo de donde se mire, superando las leyes que prohíben pasar el puente con tamales de puerco o comida en general del sur, cuando el norte engorda al mundo entero.

En el Bajo Bravo una característica específica es el gran temor a los ciclones por los desastres que acarrean sus vientos e inundaciones, de tal modo que es trascendental saber cómo andan los pronósticos del tiempo para iniciar una plática; las sequías, las inundaciones y las heladas son recurrentes y contribuyen a formar una serie de temores y expectativas comunes. El antiguo temor al Bravo se ha superado parcialmente por las presas de almacenamiento construidas aguas arriba del área y forma parte de la historia regional que la distingue de otras áreas. Los viejos farmers de origen mexicano temen a los naguales, y los estadounidenses, a la invasión del sur, como parte del inconsciente colectivo, que alimenta el Estado bajo el pretexto de la seguridad nacional. El avance de la mancha café es verdad y la disminución de blancos es también demostrable, pero el temor se maneja como preocupación racista que suprime la aspiración al arco iris. Tal preocupación hay que ocultarla cuando viene la cosecha y la necesidad de trabajadores de cualquier color.

La frontera glorificó a los comerciantes exitosos, contrabandistas y pateros. Sin embargo, los símbolos de valentía han perdido raiting como resultado de que tales actividades se han combiando con el narco y el tráfico de armas, los cuales son manejados ahora, en gran parte, por policías de ambos países, vinculados al crimen organizado. La música norteña que plasma las historias regionales (acordeón, que olvidaron por ahí los alemanes constructores del ferrocarril, combinada con cuerdas de bajo sexto y percusión) es la sureña del otro lado. El bingo de lado norte y la lotería en el sur son una constante familiar. En recientes fechas de gran violencia, los jóvenes del sur se van a los nuevos antros abiertos en el otro lado y se quedan a dormir con familiares. Igualmente, se ve la prosperidad de nuevos restaurantes en el lado norteño en estos últimos años por el mismo motivo.

Algunas ideas de las planteadas en los textos de Jaime Peña que publicamos aquí fueron tomadas de El agua, espejo de los pueblos. Ensayos de ecología política sobre la crisis del agua en México en el umbral del milenio, Plaza y Valdés, 2004, reimpreso en 2008 (coordinado por Jaime Peña); Agricultura y medio ambiente fronterizos. El Bajo Río Bravo, de Jaime Peña, Plaza y Valdés, 2008, y el ensayo “Vaivenes migratorios fronterizos. El caso del ejido Sandoval de Matamoros, Tamaulipas”, del mismo autor, publicado en el libro coordinado por Ana María Aragonés y Blanca Rubio con el título de Nuevas causas de la migración en México en el contexto de la globalización. Tendencias y perspectivas a inicios del nuevo siglo, Plaza y Valdés-UNAM, DGAPA, 2009.

El hecho de tratarse de una región agrícola de importancia nacional en ambos lados es un elemento fundamental de diferencia respecto a las otras microregiones; aunque la agricultura está en declive por la fuerza de la ciudad y la industria sobre ella, aún signa los tiempos de intensa actividad regional y de relativo estancamiento, conforme el ciclo agrícola se desenvuelve; la rama influye sobre los espacios, experiencias y formas de organización productiva y política de los habitantes del área. La práctica de la democracia en las asambleas ejidales, aunque debilitada por el estilo vertical y corporativo del Estado, ha servido para el avance de la participación en otros frentes, como la asamblea sindical o popular en las coolonias, cuando se realiza. Al norte del Bravo la experiencia democrática se despliega también en las organizaciones de usuarios del agua y de productores; tienen presencia política en el Congreso por la vía de sus representantes, aunque también sufren de las promesas incumplidas.

La cultura del área es una síntesis de los todos nacionales, inclusive de influencias internacionales: se trata de un sincretismo específico y actuante; por lo demás, es preciso distinguirla de las pautas estatales o del capital, para el análisis de lo que es. No se trata de analizar los engendros de la violenta subcultura del narco, cruzando el puente en estos momentos; se trata de recuperar una forma de percibir el mundo, de actuar en él conforme a tal percepción y de identificar las diferencias que hacen la unidad sin pretender superarlas y de encontrar las coincidencias de una sola cultura con gobiernos distintos y con problemas sorprendentemente parecidos si abundamos sobre su origen.

Defender el maíz

José Pedro Turuseachi

Nos hemos hecho daños muy grandes, muy fuertes y no lo reconocemos. Justificamos que la humanidad necesita desarrollo y, por el hecho de ser civilizados, imponemos leyes para dominar la vida de las diferentes especies existentes en el mundo. Nada contentos con eso, envenenamos y nos envenenamos a nosotros mismos, nuestra comida, el agua, la tierra, el aire. ¿Cómo vamos a justificar que estamos haciendo buen trabajo si nuestra casa está destruida?

Hasta mediados del siglo XX, la agricultura nos había mantenido en una relación de amistad, de armonía con la naturaleza. Las prácticas agrícolas industriales, sin embargo, se impusieron y proponen y disponen de avances tecnológicos en su producción y no dan certeza a la alimentación del mundo, pues sabemos que sólo garantizan el mercado y brindan ganancias seguras a las grandes empresas.

A pesar de todos los avances tecnológicos y científicos, en las montañas y barrancas de la Sierra Tarahumara seguimos sembrando maíz en pequeña escala, en tierras que varían entre una y cinco hectáreas con rendimiento de 350 a 500 kilos por hectárea en años regulares y de 500 a mil en años buenos. Realmente la producción es muy baja comparada con el sistema industrial, pero mantiene unida a la familia en torno al cuidado de la tierra y el alimento. Además ayuda a combatir el colapso climático porque no usamos agroquímicos ni productos del petróleo, ni deforestamos grandes extensiones para sembrar.

Se preguntarán: ¿Por qué siguen sembrando? De la respuesta sencilla, “La gente necesita comer para poder vivir” derivan muchas cosas. Poder comer y vivir es la energía de la familia, de todo un pueblo que hace enriquecer la cosmovisión, vivirla y transformarla en una cultura única existente en esta parte del mundo. El cultivo del maíz nos une como cultura.

La agricultura es la herencia ancestral y jamás se debe dejar de hacer, es la base de la economía cultural, por eso en el pueblo rarámuri desde muy temprana edad se tiene la responsabilidad de participar en las actividades de la familia y con ello uno obtiene el derecho a tener sus propios animales y criarlos, y con el tiempo son repartidos los terrenos. Pero vemos que las prácticas familiares y culturales se realizan cada vez menos por toda la invasión de la vida moderna con sus aparentes comodidades.

Ya pocas organizaciones sociales le apuestan a que no se deje de sembrar y promueven tecnologías apropiadas y de menor costo para que los campesinos puedan seguir adelante en la producción de sus propios alimentos saludables. En Consultoría Técnica Comunitaria (Contec) unimos el conocimiento antiguo que se sigue practicando con los conocimientos nuevos para la agricultura sostenible. Escarbamos en la memoria de la gente para que, juntos, recordemos aquellas prácticas que funcionaban para nuestros abuelos y abuelas, y las enriquecemos con lo que hemos aprendido en capacitaciones.

En esta región la agricultura tradicional está muy ligada culturalmente con el cuidado de los recursos naturales, con el agua, con la tierra. Debemos conocer el movimiento de la luna y del sol. Esto se hace con mucha sabiduría y disciplina.

No aceptamos las semillas genéticamente mejoradas, consideramos que romper la dinámica de la reproducción natural atenta contra la sabiduría campesina y alimentaria y contra la economía cultural que por muchos siglos se ha mantenido. No podemos acabar con una historia milenaria por una biotecnología nueva que va a hacernos vivir artificialmente como si fuéramos extraños en nuestra propia tierra. ¡Por eso, con orgullo seguiremos sembrando maíz! De todos colores, tamaños y sabores, hasta que nuestros pies nos permitan caminar y hasta que la conciencia nos ayude a convencer a las naciones. Algún día dirán: “Ellos tenían razón, el dinero no llena la panza, sólo enloquece la mente humana”.

Habitante de la Sierra Tarahumara