19 de febrero de 2011     Número 41

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


FOTO: Karl Lumholtz

Aridoamérica

El sur es “profundo”, el norte es “bárbaro”. Desde los tiempos del imperio azteca, Aridoamérica era tierra de hijos de perra: chichimecas; paisaje áspero y gente ruda que no valía la pena conquistar. Desinterés compartido por los españoles, hasta que en Parral y otros parajes del norte encontraron plata y en los bárbaros la mano de obra a someter. Entonces los nómadas se hicieron guerreros. Los más temibles: los apaches, a quienes combatían rancheros fuereños atrincherados en colonias militares. Aniquilados los apaches, prosperaron las haciendas a costa de las colonias. Y los rancheros se rebelaron: de matar apaches pasaron a ser apaches. En 1910 se fueron a la revolución y encabezados por un forajido se volvieron los nuevos bárbaros del norte… Una y otra vez el septentrión insumiso se apersona en nuestra historia. En 2008 campesinos y rancheros de Chihuahua encabezados por una caravana de tractores, en su marcha Del Chamizal al Zócalo, nos recordaron que los “apaches” cambian de montura pero siguen ahí.

Sin grandes ciudades y con escasa y desperdigada población, Aridoamérica era territorio de cazadores, recolectores y agricultores precarios, a quienes los aztecas dejaron en paz y la conquista llegó tarde. Tarahumaras, pimas, pápagos, tepehuanos, indios pueblo, eran etnias numerosas. Pero había también una legión de tribus más pequeñas cuyos nombres –posiblemente postizos– dan fe de una pasmosa y hoy extraviada diversidad.

No levantaron grandes templos y se han olvidado sus lenguas, cantos y dioses. Pero hubo un tiempo en que la sierra, los valles y el desierto fueron de ellos y es de justicia dejar constancia de sus nombres, los verdaderos, cuando menos los que les pusieron los españoles: sus verdugos. Estaban los hijos de la tierra, los hijos de la sierra, los hijos de las piedras, los hijos del lodo; pero también los cabezas blancas, los cabezas de guacale, los del pellejo blanco, los manos prietas, los del pescado, los del sombrero, los cocoimes de tecolote, los enemigos del cerro, los malaflechas, los del hedor fiero, los desorejados, los cometunas, los comesacate, los colorados, los negritos, los salineros, los gavilanes; por ahí andaban los tuigare, que llaman palo, y los guacadome, que llaman gente de las nueces; sin olvidar a los tobosos, los cocoimes, los osata, los jumanos, los cholotes, los babosarigames, los jojocomes, los chisos, los chimates, los otahuay, los cucubipi, los cacucot, los guamuchicat, los papacolani, los bajopapay, los boomes, los cocosut, los ajames, los tuiniamare, los amotamancos, los cacuotaomes, los mastajamezquite, los bamimamar, los cotomamar, los teimamar, los aymamare, los sinibiles, los mopatutur, los totomonos, los opulas, los cocomaguacales, los bacopo, los pobas, los estoyto, los subuitutilca, los esauqui, los cuicuigas, los trimomomos, los cusirbipicas, los pinanacas, los pinanuas, los lapagados, los mascagua, los opoli, los pocodomen, los panigan, los tuicuigan, los conquemartaxan, los tuidamoydan, los balayogiglas, los sunigugiglas, los satapayigliglas, los guazapayogiglas, los bobori, los popos, los duros y los utacas. Trascendieron un poco más a los registros históricos los grupos étnicos que integraban las huestes llamadas apaches: navajos, coyoteros, chiricagües, tontos, gileños, mimbreños, faraones, mescaleros, llaneros y lipanes.

La minería impulsó la colonización: nacieron pueblos, se roturaron tierras y se establecieron pastizales a la vez que se buscaba concentrar y someter a los nómadas, que respondieron con insurrecciones. Pero además del explicable encono de los originarios, serranías, desiertos, clima extremoso, lluvias erráticas y heladas frecuentes hacen de la región un ámbito arisco, y la agricultura de los españoles tuvo que refugiarse en estrechos valles donde sembraron maíz y trigo.

Se forjó ahí un tipo humano peculiar: los rancheros. Agricultores libres y autosuficientes que sobrevivieron a los apaches, a la deserción del capital y al abandono del gobierno. Los rancheros fueron muro de contención de los predadores que venían del norte, pero la paz significó para ellos el inicio de otra guerra igual de cruenta, ahora contra terratenientes como Luís Terrazas y sus socios del gobierno porfirista, que en vez de impulsar una agricultura farmer como la estadounidense, apostaron por el latifundio.

Y algunos rancheros resistieron con las armas la expropiación de sus tierras pero otros tuvieron que migrar a las minas, a los aserraderos, a Estados Unidos… Los fusileros de San Andrés fueron primero los más reputados mata apaches. Más tarde resistieron a Terrazas y se enfrentaron con el gobernador Creel. En 1910 se fueron a la revolución con Pancho Villa.

Herederos de estos avanzados son los agricultores mestizos de Aridoamérica, cuya tradición de lucha se reanimó a mediados del pasado siglo, cuando dieron vida en Chihuahua a la Unión General de Obreros y Campesinos de México (UGOCM). Y se han mantenido; en los 30 años recientes debieron enfrentar las políticas de ajuste estructural. Lucha de la que surgieron la Alianza Campesina del Noroeste (Alcano), el Frente Democrático Campesino (FDC), el Barzón de Chihuahua y, más recientemente, Agrodinámica Nacional.

La etapa más reciente del movimiento campesino de Chihuahua resulta de la resistencia a la conversión neoliberal por la que el Estado mexicano se desafanó de sus compromisos con el fomento agropecuario. La lucha se desata entre 1982 y 1988, años en que el maíz y el frijol, que habían tenido precios garantizados por el gobierno, se devalúan 43 y 52 por ciento, respectivamente. A fines de 1985 y principios de 1986, los agricultores toman 69 bodegas de Conasupo y un mitin en Ciudad Cuauhtémoc congrega cinco mil airados labriegos. La batalla por los precios y la comercialización se extiende pronto al financiamiento y al seguro agrícola, y a principios de los 90s se adentra en el debate sobre las nuevas reglas de juego que supone la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y la definición de políticas compensatorias como Procampo.

El ascenso de la movilización agraria en Chihuahua, de la que son protagonistas destacados los pequeños productores campesinos que no disponen de riego, coincide con el derrumbe productivo de la agricultura temporalera del noroeste del estado, determinada por una combinación de sequías, heladas, erosión y plagas, con alza de costos, caída de precios y políticas públicas neoliberales. Y los campesinos se van.

Hace años, visité una de las bodegas que habían sido de Conasupo, por las que el FDC había luchado denodadamente y que había pasado a manos de los pequeños agricultores. Los ahora dueños me esperaban tomando el fresco y unas cervezas, frente a una bodega vacía. “Es que no ha llovido –me explicaron– y los que dependemos del temporal, nomás no levantamos cosecha”. “¿Y desde cuándo no les llueve?”, pregunté. “Bueno: tiene como diez años que empezó la sequía –me contestaron–. Pero en una de estas vuelve a llover”. Los aferrados de la bodega eran gente mayor; los jóvenes se van.

Con una precipitación media anual de 423 milímetros en Chihuahua la única agua segura es la que viene de abajo, cuantimás que la que cae en la sierra escurre para Sonora donde llena las presas. La Sierra Tarahumara es demasiado fría y escarpada, el desierto árido en extremo y la sequía recurrente en las llanuras. Ahí, en las llanuras, es donde se siembra, pero para garantizar cosecha hace falta regar. No con aguas rodadas como las de los valles costeros del Pacífico, sino con el líquido extraído de pozos profundos. Y esa agua sale cara, pues demanda fuertes gastos en diesel o electricidad para las bombas. Además de que para ser competitivo con ese sistema de cultivo, se requieren campos extensos y fuertes inversiones, lo que saca de la jugada a los agricultores modestos.

Chihuahua vive un persistente proceso de descampesinización cuyas causas son agroecológicas, económicas y de políticas públicas. El agronegocio prospera, sí, pero tiene problemas de fondo pues su competitividad depende del subsidio a los energéticos y la libre disponibilidad de aguas fósiles, con la perversa paradoja de que cuanto más barato es sacarlas, más rápido las depredan; en cambio los campesinos temporaleros resultan cada vez menos viables como productores de granos y sus estrategias ganadero-forrajero-frutícolas tienen que competir con la cercanía de Estados Unidos.

La tierra de Pancho Villa es aún el estado fronterizo más campesino, pero es también una entidad en histórica simbiosis con el país vecino. En Mesoamérica es emblemática la resistencia de las comunidades del sureste profundo, en Aridoamérica en cambio el reto es desafiar la globalidad en su propio terreno. Los migrantes; la binacionalidad; las remesas; la maquila; el narco, y el intenso flujo transfronterizo de personas y mercancías, pero también de información y valores, son fenómenos ancestrales o condiciones novedosas que llegaron para quedarse. Con ellos habrá que armar el rompecabezas de la utopía aridoamericana. Quién les manda.