L
a pobreza en algunos lugares de México se encuentra al nivel de Zambia
. Así cabeceaba nuestro periódico las escalofriantes vivencias de Angélica Enciso, en su visita al poblado de Cochoapa, Guerrero, publicadas el pasado martes.
Cochoapa está clasificado como el municipio más desamparado del país y que como consecuencia de las situaciones traumáticas en que viven, enfrentan entre otros problemas, graves abusos contra las mujeres en que priva una crueldad aterradora aunada a la expectativa de vida de los niños nacidos en 2005, que es sólo de 40 años. Todo esto en la época de los grandes avances en la tecnología médica y el crecimiento de las comunicaciones vía Internet.
La angustia es una constante en el tipo de comunidades como la visitada por La Jornada. Lo mismo en el miserable tugurio, en la calle no pavimentada o en el pueblo. Determinando que se tome conciencia de problemas tradicionales como la dote. Cuando una pareja se va a casar el novio debe otorgar a los padres de la novia dinero. Tradición que se desvirtuó y la consecuencia ha sido el incremento de los casos de violencia hacia las mujeres, agregado a problemas de territorialidad generadores de violencia entre sus moradores con y sin intervenciones policiacas. Existe una irritabilidad extrema que se actúa sin control y se vuelve más peligrosa cuando median el alcohol y las drogas. Se responde destructivamente aun sin provocación y las respuestas son cada vez más cruentas.
La situación traumática crónica en que nacen y viven los habitantes de esa comunidad conduce a presentar evitaciones de las situaciones o actividades que recuerdan el trauma original, dando lugar a una incapacidad laboral como es, entre otras, el que la tierra
ya está agotada y la cosecha del maíz es escasa
, como menciona Angélica Enciso en su espléndido reportaje, donde la tierra ha sido dañada y no produce. La anestesia síquica interfiere y matiza las relaciones interpersonales tanto en la pareja como con los hijos o los demás integrantes de la comunidad. La labilidad emocional, la depresión, y los sentimientos de culpa ligados a las deudas, hacen surgir una conducta de autorreproche, de intentos suicidas y de homicidios. Las adicciones se presentan como la medicina de los marginales para evadir el terror tanto en el exterior como el que proviene del interior.
La repetición de los acontecimientos traumáticos como las pérdidas de los padres, hermanos e hijos en poblaciones en que el promedio de vida es de 40 años, determina que las violaciones se sucedan periódicamente. La incidencia de disturbios, desorganización y violencia es tal que parece no poderse hacer nada al respecto.
La pobreza de los más pobres y la marginalidad siguen creciendo no solamente en los estado más miserables, como Guerrero, Oaxaca o Hidalgo, sino en la emigración hacia las afueras de las ciudades, generando las ciudades perdidas (como Neza y anexas) o incluso en poblaciones menores. Esto es independiente de los que alcanzan a emigrar a Estados Unidos. Aunque no está en el reportaje, los niños en estas comunidades, en virtud del hacinamiento, son expuestos a experiencias de escenas primarias de los padres alcoholizados que acompañan la actividad sexual con hostilidad, golpes, originando que se institucionalice como parte de la vida cotidiana. En este escenario no es de extrañar que las niñas sean abusadas sexualmente dentro del hogar.
Como he mencionado en otros artículos, el exilio del marginado es doble: el de la exclusión del grupo con el que no comparten ni simbología ni textualidad y, otro, que pesa y gravita sobre toda la población mexicana que carga con la culpa inconsciente generada por la injusticia, la desigualdad social y las características sociales económicas y sicológicas. Es el teatro de la crueldad, el de la doble repetición respecto del cual Artaud y Derrida sentenciaban: al teatro como repetición de lo que no se repite, el teatro como repetición originaria de la diferencia en el conflicto de las fuerzas, donde el mal es la ley permanente y lo que está bien casi no se da y la crueldad se sobreañade a la maldad. Tal es el límite mortal de una crueldad que comienza por su propia representación. Puesto que siempre ha comenzado ya la representación, ésta carece de fin. Este movimiento es el del mundo como juego, este juego es la crueldad como unidad de la necesidad y el azar. El azar es lo infinito y no dios
.
Pensar la clausura de las representaciones, es pensar la potencia cruel de muerte y de juego que permite a la presencia, nacer en sí, gozar en sí, por medio de la representación en que en ella oculta su diferencia. Pensar la clausura de la representación es pensar lo trágico, no como representación del destino sino como destino de la representación: su necesidad gratuita y sin fondo. Drama que viven miles de comunidades a lo largo y ancho del país y que Cochoapa es un símbolo y que seguirá quién sabe cuanto tiempo más. Ya don Silvio Zavala, el gran historiador, hablaba de la dificultad casi insuperable de las comunicaciones por el aislamiento que representan estas comunidades en nuestra geografía, caracterizada por la montaña, la interminable montaña, que aísla estas poblaciones.