uede leerse en la web de la UNAM un mensaje del pasado 10 de febrero: “A pesar de los avances registrados en materia educativa, México no está inserto en la sociedad del conocimiento, estableció el rector de la UNAM, José Narro Robles. Es preocupante, abundó, que los mexicanos tengan, en promedio, una escolaridad menor a nueve años, un rezago educativo de 33 millones de personas, y casi 6 millones de quienes no saben leer ni escribir. ‘Eso nos hace vulnerables frente a la posibilidad de incorporarnos plenamente al desarrollo’”.
Es aún más preocupante, agregaría en apoyo de lo dicho por enésima vez por el rector de la UNAM, que no sólo no estamos haciendo nada por incorporarnos a la sociedad del conocimiento, sino que ni siquiera nadie en este país lo está discutiendo (al menos públicamente). Sencillamente parece ser un asunto que al gobierno, a los partidos políticos, al propio sistema
educativo tampoco le interesa, con rarísimas excepciones, como es el caso referido. Y vaya que hay debate en el mundo desarrollado sobre el asunto.
Escribo el 11 de febrero desde el marco de la OCDE Conference Higher Education in Cities and Regions Stronger, Cleaner and Fairer Regions, que tiene lugar en Sevilla, España. He oído a numerosos conferenciantes de diversos países del mundo exponer las dificultades y los mil puntos de vista sobre las articulaciones de las instituciones cuya responsabilidad es generar ciencia básica, ciencia aplicada y tecnologías, con una industria altamente compleja que en el mundo se desarrolla con velocidad meteórica.
Acaso el programa de mayor valor estratégico de la OCDE sea el Programme on Institutional Management in Higher Education (IMHE), una red internacional de profesionales y líderes de la educación superior, responsables políticos, gestores e investigadores, que ha reunido una vasta información sobre la educación en el mundo. Su propósito es la mejora de la calidad de la enseñanza y el aprendizaje, la medición del desempeño y los resultados del aprendizaje, el acceso y la competitividad regional, haciendo especial énfasis en la innovación.
Oír el discurrir de los conferenciantes de la Conferencia de Sevilla y los problemas que refieren, muestra una falla básica en la operación del IMHE. Una y otra vez, al referirse a la relación universidad-desarrollo industrial, se hace referencia más específicamente a la relación de la industria con la investigación científica y tecnológica. En Sevilla, por ejemplo, está creciendo de manera acelerada una importante industria de generación de energía eléctrica a partir de la radiación solar; una industria limpia, sin lugar a dudas, inmersa en una gran preocupación por la innovación en términos de su productividad. En Andalucía hay también una industria aeronáutica, con preocupaciones análogas. Pero en lo que toca a su vinculación con las universidades, repito, la innovación se espera como un producto de la investigación universitaria. No está mal, por supuesto. Pero en la universidad se piensa en la empleabilidad y se olvida la innovación en la formación de los recursos humanos. En este par de asuntos coincide y converge con la operación del IMHE.
No está mal pensar en el empleo de los egresados, pero sería mejor si se añadiera la preocupación por formar a egresados capaces de innovar al punto de poder volverse empleadores en industrias innovadoras. Algo que sólo es alcanzable si la universidad forma egresados innovadores lo que, a su vez, sólo es alcanzable por conducto de métodos y profesores asimismo innovadores.
En Europa estos egresados están siendo generados por un número creciente de universidades que cruzaron por el proceso de Bolonia, y su cambio radical en la organización del conocimiento y la adquisición del mismo por los estudiantes.
Sin embargo, es observable que, hasta hoy, es prácticamente inexistente la vinculación del trabajo que llevó a cabo el proceso de Bolonia, y la OCDE con su programa del IMHE. Al final de cuentas, las universidades exitosas en las transformaciones creadas por el proceso de Bolonia, terminarán haciendo quizá un mejor trabajo que el que lleva a cabo el IMHE, pero se antoja que una articulación inteligente entre esas universidades y el programa referido de la OCDE sería un atajo haca el crecimiento de la productividad europea.
El proceso de Bolonia ya ha terminado, y continuará, con vida propia, desarrollándose de muy diversos modos en las universidades europeas. Será un desarrollo desigual que dará ventajas a países como Alemania, Finlandia, Noruega o Dinamarca, ventajas ahora más acentuadas, si su educación superior, que tomó la delantera, puede mantenerla.
Ver a México desde estos escenarios, es mirar que cada día que pasa, es mucho tiempo perdido. El debate político sobre la sociedad del conocimiento no está a la vista, y mucho más lejos se ve cómo emprenderemos un camino cuya dirección apunte hacia algún modo de crear un acuerdo nacional producto de la conciencia de nuestro atraso formidable. Sólo crear un sistema de enseñanza básica para los niños, digno de ese nombre en el siglo XXI, se muestra como la cuarta tarea de Hércules. Comienza por limpiar los establos de Augías (aquí llamados SNTE), mediante el desvío de los ríos Alfeo y Peneo, para barrer toda la inmundicia acumulada.