n la calle de Sullivan 43 se encuentra el Museo Experimental El Eco, una original obra del artista de origen polaco Mathías Goeritz, quien llegó a México en 1949 tras una vida de aventuras en el mundo artístico europeo. Allá lo conoció el arquitecto jalisciense Ignacio Díaz Morales quien acababa de fundar la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara y advirtiendo su talento, lo invitó como maestro de la flamante institución. Un lustro más tarde fue contratado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en donde formó generaciones de arquitectos.
Cultivó una estrecha amistad con el pintor Jesús Reyes Ferreira, el rey del color, y con Luis Barragán. El notable trío gestó varias de las mejores obras de arte mexicano contemporáneo, entre las que sobresalen las Torres de Satélite. Plasmó su exuberante talento y creatividad en expresiones plásticas como escultura monumental y de pequeño formato, vitrales, óleos y dibujos, superficies texturizadas, diseño gráfico y arte religioso.
Una de sus obras más novedosas fue el museo experimental y de vanguardia El Eco, que se inauguró en 1953, bajo una idea que nombró arquitectura escultórica emocional
. Explicaba Goeritz que la función de esa arquitectura era la emoción. Vale la pena transcribir los pensamientos que lo inspiraron, muchos de los cuales sería gran idea retomar en la actualidad: “El arte en general y la arquitectura también, naturalmente, constituyen un reflejo –un eco del estado espiritual del hombre de su tiempo. Pero el arquitecto de la actualidad, individualista e intelectual, exagera a veces por haber perdido el contacto con la comunidad (como existía, por ejemplo, en la Edad Media) y por querer destacar constantemente sólo la parte racional y lógica de la arquitectura. El resultado es que el hombre del siglo XX se siente aplastado por tanto funcionalismo, por tanta lógica y utilidad de lo que enseñan como ‘arquitectura moderna’, y busca una salida”.
El Eco, realizado en un pequeño terreno de 500 metros, es expresión de estas ideas. Considerado por muchos críticos como una locura, Goeritz insistió siempre en que era experimental. Explicaba: Toda esta arquitectura fue entendida precisamente como experimento. El Eco quiere ser expresión de una libre voluntad de creación que, sin negar los valores aportados por el funcionalismo, pretenda incorporarlos y someterlos dentro de un concepto espiritual moderno
.
El novedoso experimento funcionó pocos años como centro de arte y después se convirtió en un cabaret. La UNAM lo adquirió en 1962 y estableció ahí el Centro Universitario de Teatro, que coordinaba Héctor Azar, conocido como el foro isabelino
. En 1983, el Centro Libre de Expresión Teatral y Artística (CLETA) tomó el edificio y lo convirtió en el Foro Tecolote e inició su decadencia. Afortunadamente hace unos años la UNAM concluyó un proyecto de recuperación del edificio, reincorporándolo como parte del patrimonio artístico mexicano y devolviéndole su calidad emocional. En estos días El Eco presenta varias exposiciones temporales, que van acorde con la vocación original del museo.
Y como ya llegó la hora de comer caminemos unas cuadras hasta el afrancesado Hotel Imperial. Está situado en la esquina del Paseo de la Reforma y Morelos y se dice que fue el primer hotel de lujo de la ciudad. Aquí se encuentra el restaurante Gaudí, que ha renovado su cocina con la presencia del experimentado don José Luis Hernández.
En un luminoso espacio con amplios ventanales, permite disfrutar de la vista del Paseo de la Reforma, mientras degusta excelente cocina española. Puede acompañar el aperitivo con un queso de oveja y croquetas e iniciar la comida con unas pochas con almejas o un arroz negro. Si le gusta el pescado, el besugo al horno es excelente. De carne qué le parece un cordero lechal al estilo Castilla o un rabo de toro estofado y si le queda lugar para el postre, una torta de Santiago con el café.