Opinión
Ver día anteriorDomingo 13 de febrero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Se cierran los espacios
E

l gobierno presenta datos y anuncios acerca de las buenas condiciones económicas del país y la verdad es que es fácil rebatirlo. Una forma bastante efectiva de refutar esas visiones idílicas es cuando analizamos el fenómeno migratorio, pues es una especie de laboratorio en el que se refleja con meridiana claridad los conflictos no resueltos del país, sobre todo a través de entrevistar a los propios migrantes, tanto en sus lugares de destino como de origen. En el primer caso, hemos confirmado que 95 por ciento de ellos se decidieron por tan triste destino por la falta de oportunidades en el país y, a pesar de la crisis vivida en el país vecino, no volvieron a México, pues como ellos nos dijeron, está peor, a lo que habría que añadir por supuesto la inseguridad. Llevan años en Estados Unidos, trabajando como los mejores, por eso los contratan, pero si además son indocumentados los tratan como delincuentes y México ha hecho poco o nada para cambiar esta situación tan lacerante, a pesar de que las remesas que envían son un pilar de la economía nacional.

Esta realidad se completa cuando entrevistamos a las familias o a estos mismos migrantes en sus lugares de origen. Ello nos permite comprobar, de inmediato, si la visión idílica del gobierno es verdad o no. La realidad se impone sobre la teoría, y no soy de las que piensa que si la realidad no embona con la teoría, peor para la realidad. ¿La crisis quedó atrás, el desempleo disminuye, los apoyos al campo son más importantes que nunca, cambiando sus condiciones, etcétera?

En enero visitamos cuatro comunidades rurales, todas ellas enclavadas en la Sierra de Querétaro, las que podemos considerar como nuevos lugares de expulsión. Temíamos la reacción de las comunidades, por todo lo sucedido con los migrantes, centroamericanos y mexicanos, es decir, extorsiones, secuestros, muertes, etcétera en su paso hacia Estados Unidos y que por ello fueran muy reticentes a contestar nuestras encuestas. Sin embargo, nos llamó la atención que, si bien conocían todas estas tragedias fue increíble la forma en la que nos abrieron las puertas de su casa. Se sentían muy contentos pues era la primera vez que alguien se interesaba por ellos y podían hablar de sus problemas. Calidez, amabilidad y generosidad nos ofrecieron todo el tiempo.

Se trata de comunidades muy pobres, no hay empleos. Los hombres, si les va bien, trabajan una o dos veces a la semana como jornaleros por el que reciben entre 60 y 100 pesos diarios, salario totalmente insuficiente para mantener una familia que tiene más o menos cinco o seis miembros. Y las mujeres a veces prestan sus servicios de limpieza una vez a la semana para obtener ingresos, pero es en forma muy esporádica. Sus pequeñas parcelas, aquellos que las poseen, sirven para el autoconsumo. La mayoría de las comunidades visitadas tenían algún familiar en Estados Unidos, pero habían resentido en forma muy drástica la reducción de las remesas que, aunque difícilmente va más allá del consumo básico y gastos en medicamentos, es una entrada muy importante cuando no se tiene otra. Las mujeres se sienten solas y tristes y se quejan amargamente de que su pareja haya tenido que migrar, y si bien reciben un dinero que es indispensable, la soledad es muy grande y criar a los hijos se hace mucho más difícil.

En las comunidades que tienen migrantes se observan viviendas mejor construidas, lo que hace la diferencia con aquellas familias que no los tienen pues sus casas son de palos de madera, con techos de lámina. Parece que el gobierno ha donado terrenos para las viviendas, y en muchos casos el material para su construcción, pero no hay drenaje, las calles están en malas condiciones y si bien tienen estufas, debido al alto costo del gas prefieren utilizar leña como combustible para cocinar. Presentan carencias de todo tipo, en un tanque almacenan agua potable que no funciona, por lo que los habitantes tienen que recoger el agua de lluvia en tinacos y la cloran para poder beberla. El transporte pasa tres veces por semana y a veces no llega pues los habitantes de la otra comunidad no salen.

Una de las comunidades es la más pobre de las que visitamos y está muy alejada de las otras y de muy difícil acceso, con familias numerosas y con mucha desesperación por las condiciones en las que viven. Los migrantes son muy pocos, pues como ellos decían se necesitan entre 20 y 30 mil pesos para poder hacer el viaje, y sus condiciones de ninguna manera lo permiten. Muchos habitantes se plantean la migración interna, hacia las grandes ciudades, lo cual no es por supuesto la solución. Otra de las comunidades se encuentra cerca de la carretera, se observan restaurantes, comercios, tiendas de abarrotes, cuyas casas presentan una combinación de viviendas con construcciones más recientes, antenas parabólicas y, por supuesto, está claro que estos cambios se han debido a las remesas. Pero el trabajo es totalmente esporádico, de albañilería, y no han logrado establecer ningún proyecto productivo que permita el desarrollo de las comunidades.

Es cierto que la mayoría de todas esas familias tienen un programa financiado con recursos federales, tal como Oportunidades, lo que les permite a los hijos que puedan seguir estudiando o el seguro popular y que sin duda ni siquiera podrían vivir sin estos programas, pero también como señalan con toda claridad e inteligencia, no es suficiente para cambiar sus condiciones permanentes de pobreza.

Por eso cuando el gobierno nos ofrece esas visiones que no corresponden a la realidad, y cree cumplir con su responsabilidad con programas asistenciales, lo único que logra es perpetuar un estado de cosas que mantiene al país en la pobreza. Los espacios para hacer de México un país desarrollado se están cerrando, no pueden desaprovecharse.

Mi solidaridad con Carmen Aristegui