Paliacate pintado por Mitzi Martínez
Gerardo Can Pat,
constancia de un poeta maya
Carlos Montemayor
Uno de los más brillantes poetas de lengua maya, con gran profundidad en el idioma, con una gran cadencia y musicalidad, fue Gerardo Can Pat. Su muerte prematura en 1994 fue una gran pérdida para las letras mayas contemporáneas. Tuve una muy cercana amistad con él durante muchos años. Su buen humor, su conocimiento gastronómico y su destreza en el piano y el órgano alegraron un largo viaje que emprendimos por Francia en 1991 con Víctor de la Cruz y mi hijo Emilio; el poeta Serge Pey se unió a nosotros y en Toulouse leyó en francés algunos poemas de U k’aayilo’ob in puksi’ik al. Gerardo y yo trabajamos juntos en la etapa final de los seis volúmenes de canciones mayas tradicionales y actuales organizando y traduciendo los originales en maya, traduciendo su libro de poemas y revisando su ensayo sobre las fiestas de La Virgen de la Candelaria.
Tibolón, lugar donde nació, es un pequeño poblado maya de poco más de mil trescientos habitantes, situado en la zona central del estado de Yucatán, en el municipio de Sotuta. En sus alrededores se extienden asentamientos de antiguas haciendas henequeras y azucareras donde nacieron muchos de los que serían habitantes del poblado después de 1925, como Pétenchac, Chaklikab, Kinkanché, Kanchaltún, Dsemukut o Temozón. En 1971 se benefició con la energía eléctrica y desde 1990 lo comunicó una angosta carretera asfaltada con el pueblo de Holcá. Se encuentra en una zona de importantes ciudades antiguas, en la línea de Chichén Itzá a Mayapán, y quizás posee por ello un elemento de relevancia: dos montículos ocultos entre maleza y altos laureles de gran follaje cerca del centro del poblado. Situados a unos pasos de la iglesia muchas veces destruida y hoy nuevamente restaurada, a unos pasos también de uno de los dos pozos del pueblo, presidiendo en su corpulencia verde el campo central donde se puede caminar entre matones de flores silvestres y enjambre sonoros de abejas que las cubren con un rumor que pareciera el de la tierra, los dos montículos tienen la estructura de las antiguas pirámides mayas. En esos “cerros” Tibolón conserva su memoria milenaria y el talismán a cuyo alrededor gira su vida: lugar sagrado para todos, los montículos se convierten en la noche en el registro de fulgores y portentos inexplicables que Gerardo menciona en su libro sobre las fiestas de La Virgen de la Candelaria.
Un día de junio Santiago Domínguez Aké, Miguel May May y yo visitamos a Gerardo. Juntos ascendimos a las cimas de los dos cerros. Desde lo alto, en medio de la maleza y el ruido vigoroso de los pájaros y del día, sentí que la tierra guardaba las antiguas pirámides, las protegía con todo su cuerpo, las escondía de la luz, de la intemperie. Alrededor, el poblado parecía un guardián, un cordón de custodia. Rodeado de esa luz, de ese clima, en el corazón no solamente del pueblo, sino del centro ceremonial que fue ese lugar antes de llamarse Tibolón, me pareció estar más cerca de la fuerza espiritual de los mayas.
La poesía de Gerardo Can Pat es fresca, o mejor aún, verdadera. Primero, porque nace de la naturaleza más profunda de la lengua maya y del orden familiar de su comunidad. Segundo, porque es una poesía íntima, sin artificios retóricos. Para explicar algunos aspectos de su poesía debemos recordar que la lengua maya cuenta con un mayor número de elementos y matices que el español. Por ejemplo, hay diferente duración silábica por la existencia de vocales dobles y simples y por la presencia de vocales rearticuladas, lo que para fines poéticos representa una diversidad importante y, por supuesto, rítmica. Otro rasgo relevante es el ascenso y descenso tonal, cuya atrayente fuerza se ha impuesto en la fonética del castellano que se habla en Yucatán. Por último, hay que destacar que la carga acentual prosódica no coincide necesariamente con las sílabas de vocales largas ni mucho menos con los ascensos o descensos de tono. Estos elementos otorgan al maya una gran riqueza sonora, y son fundamentales en la poesía de Can Pat. Una riqueza sonora que es imposible transmitir en una traducción. Los poemas se ordenan en cuartetas de versos medidos y rimados que suelen ser de diez, once o trece sílabas. El equilibrio del ritmo y la búsqueda de la medida llevaron a Can Pat a utilizar otro rasgo característico del maya: la contracción. El maya hablado goza de una gran facilidad para contraer numerosos tipos de expresiones. Es común decir tin bin, por táan in bin, “yo me voy”; ko’ox tum por “vámonos ya”; ba’ax ku ya’alik a tzikbe’enil por “qué me cuentas de ti o de tu persona”.
Toda lengua es una visión del universo, no sólo un inventario de símbolos fortuitos. A los valores propios del comportamiento cotidiano en los pueblos mayas (como la importancia de que una muchacha responda o hable por vez primera a un joven, la de construir una casa como señal de un nuevo matrimonio, la presencia de los abuelos o la plaza como reunión de hombres y muchachos), hay otros elementos lingüísticos que suponen una diferente concepción del mundo. Las voces puksi’ik’al y tuukul, “corazón” y “pensamiento”, desempeña funciones de una mayor dimensión que la que pueden desempeñar ahora en la poesía de lengua española. Quizás la poesía arcaica griega pudiera darnos algunos referentes que nos permitieran regresar a la frescura de estos conceptos ya viejos para nuestra literatura. En este sentido, creo que la palabra griega thymo podría representar el valor de la voz puksi’ik’al maya.
Mente o pensamiento tiene una función importante en muchos aspectos de identidad, de individualidad y de conciencia. Can Pat usa la palabra káaytuukul para referirse a sus poemas: literalmente “cantos del pensamiento”. A este respecto, dos voces que no tienen correlatos exactos en maya y en español permean todos los poemas: inspiración y arrepentimiento. En lengua española arrepentimiento proviene de penitencia o castigo (del latín poena, poenitus); un arrepentimiento sin castigo, sin dolor, no es posible dentro del universo semántico de que parte esta voz.
En maya, en cambio, es una perífrasis: u suut u tuukul, literalmente, “regresar a la mente”, “regresar al pensamiento”. Se está diciendo ahí algo más que sólo arrepentirse: es, sí, un proceso de recuperación, de rescate, de resurgimiento; pero en maya no va unido a una punición, sino a un reencuentro consigo mismo, a un regreso a sí, a la propia mente, y es común escuchar en los pueblos, al referirse a un muchacho que se ha arrepentido o corregido, cuando hablan en español, que “recapacitó”.
El tema aparece en un poema que pude haber traducido como “El muchacho arrepentido”, pero que titulé “El muchacho que regresa”, primero, porque regresa a él, a su mente; segundo, porque el paralelo con el hijo pródigo es cercano. Asimismo, en la cuarteta final del poema “Teech yéeten teen”/ “Tú y yo”, opté por “si volviera a ti tu pensamiento” en vez de “si te arrepientes”.
En ese pensamiento y su mente surgen funciones relevantes para otros poemas. Tal es la insistencia en el último pensamiento del amante que siente morirse físicamente o que muere para “ella”, como una última conciencia de sí, último afán de una individualidad que se ha entregado a una mujer. También, en el poema “Mi último pensamiento”, la noción de que la mente de ella es hermosa como su cuerpo denota una estructura, una entidad moral, parte del alma que piensa y da continuidad de ser, de identidad, a un individuo.