Viernes 11 de febrero de 2011, p. 35
El Cairo, 10 de febrero. Entre los cientos de miles que en la plaza Tahrir propugnan la salida de Mubarak desde hace una quincena es imposible encontrar alguno que se diga dispuesto a votar por Omar Suleiman como su sucesor en unos comicios imparciales. A la vez, entre los pocos miles de fieles que tomaron parte en una manifestación en favor de Mubarak en el distrito cairota de Mujandisín, la semana pasada, era igualmente imposible encontear uno que no. Dado que Gamal, el hijo de Mubarak, ya no era un candidato posible, Suleiman era el único que preferían.
El contraste subraya hasta dónde Suleiman, amigo íntimo y confidente de Mubarak, nombrado vicepresidente por éste al agravarse la crisis, se ha vuelto esencial para su dominio. Incluso siendo la figura decisiva en la que Washington confiaba para que introdujera suficientes reformas políticas y constitucionales para desactivar la crisis, Suleiman no se ha portado exactamente como un hombre que considere necesario un cambio urgente y profundo. Desde advertir que elementos extraños
podrían estar prolongando las protestas, hasta dejar clara su visión de que Egipto no está preparado para la democracia, Suleiman, de 74 años, ha dado la impresión por momentos de ser la cara pública del mismo régimen cuya transición ordenada
debería supervisar.
Las credenciales de Suleiman con Israel, con buena parte de Occidente y otros lugares del mundo árabe, y con el propio Mubarak, no están en duda. Nacido en Qena, en el alto Egipto, graduado de la academia militar de su país y también adiestrado en la ex Unión Soviética, además de estudiar ciencia política en la Universidad de El Cairo, es un funcionario bien instruido y conocedor de la calle, que prefiere las ropas civiles al uniforme militar.
Durante mucho tiempo ha exhibido profunda desconfianza en Irán y ha favorecido la paz fría –y una considerable cooperación en seguridad– con Israel. Ha compartido –y ayudado a gran parte del mundo exterior a compartir– la casi obsesiva preocupación de Mubarak por la amenaza percibida en la Hermandad Musulmana, y la discutible visión de que ésta sería la más probable alternativa al régimen que ha durado 30 años.
Se le atribuye haber salvado la vida a Mubarak en 1995 en Etiopía, al insistir en que viajara en un coche blindado; el presidente escapó ileso cuando un sicario abrió fuego contra el vehículo. Un cable reciente de Wikileaks atestigua el valor concedido por Washington a la relación de inteligencia con Suleiman, pero también cita una declaración de éste en el sentido de que una resolución pacífica al conflicto palestino-israelí sería un gran golpe a las organizaciones terroristas que lo toman de pretexto
.
Lo que es mucho menos claro ahora es qué función desempeñará en el futuro Egipto. Pese a sus antecedentes militares, su relación con el ejército no ha carecido de fricciones, factor que podría volverse crucial en los próximos días y semanas. Y los únicos términos en los cuales es remotamente aceptable para los activistas, si acaso, sería como una auténtica figura de transición, dispuesta a llevar a Egipto con más rapidez hacia elecciones libres y democracia. Desde luego, si eso ocurriera, se podría presentar como uno de mucho candidatos a la presidencia, por ejemplo si fuera adoptado por el hoy gobernante Partido Nacional Democrático. Lo seguro es que la revolución no buscó la victoria de derrocar a Mubarak para ver al viejo Egipto permanecer en su sitio con otro autócrata en el poder.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya