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El cofundador de Los Folkloristas murió a los 80 años en su casa del Distrito Federal

Falleció Salvador El Negro Ojeda, un son en sí mismo

Era un crisol de culturas, un sincretismo de simbologías, afirma David Haro

A la vida no hay que tomársela en serio, dijo en estas páginas el cantautor jarocho por elección

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El Negro Ojeda durante un concierto en su honor, en el Palacio de Bellas Artes, en abril de 2003Foto Carlos Cisneros
 
Periódico La Jornada
Jueves 10 de febrero de 2011, p. 8

Salvador El Negro Ojeda murió ayer por la mañana en su casa de Coyoacán. Con más de seis décadas de carrera, fue maestro de generaciones de trovadores, soneros, rumberos...

El artista, de 80 años, “era un crisol de culturas, un sincretismo de deidades y simbologías; ése era El Negro para mí”, calificó el cantautor veracruzano David Haro, amigo del chilango de nacimiento, aunque rumbero, jarocho y trovador por vocación, como él mismo se nombraba.

El Negro Ojeda, un son en sí mismo, un son de vida, dijo Haro, padecía desde hace tiempo una bronquitis pulmonar, pero nada que lo pudiera detener. Si yo no hubiera hecho música me hubiera muerto; tan fácil como eso, declaró en alguna ocasión Ojeda, pilar en el redescubrimiento de la música popular de nuestro país y maestro de infinidad de cantautores, quienes veían en él una especie de patriarca.

Era todo grande: gran amigo, intérprete, maestro y un viejo a toda madre. Me duele mucho. Pasé mucho tiempo con él y eso fue muy grato. Cantaba como pocos; cuando tomaba una canción la convertía en otra cosa, generalmente mejor, y eso es la gran virtud de un intérprete, aseguró el cantautor Rafael Mendoza, otro cercano al Negro, quien lo influyó.

La música, curativa

El Negro consideraba que la música es curativa para la humanidad. Es lo único que me levanta. Me saca de las depresiones más horribles, afirmó una vez en estas páginas. Contaba que la experiencia que lo marcó fue descubrir, en 1946, la música popular cubana. Fundó un grupo de rumba con el que debutó en un restaurante de Paseo de la Reforma. Los siguientes 15 años, previo paso por el Orfeón Infantil Mexicano –donde extendió sus conocimientos en la música coral–, formó a diferentes grupos de aficionados a géneros musicales –como el folclor mexicano y latinoamericano y la canción vernácula–, dijo en otra entrevista publicada en este diario.

Ojeda, creador de decenas de discos, tuvo un universo de música maravillosa que a todos, sobre todo a los jóvenes, nos transmitió. Hay tantos, que no recuerdo los nombres de quienes le aprendimos. Era un tótem para todos los músicos de México que le seguíamos; el papá de los jóvenes. ¿Cómo calificarlo, si este maravilloso hombre tenía cien mil lados, cien mil caras? Se queda un hueco en la cultura popular de México, dijo la cantautora Tehua.

Salvador Ojeda nació en la ciudad de México en 1931, pero se decía jarocho por adopción. Tocaba la guitarra, el piano, el contrabajo y las percusiones. Además destacó por componer sones, corridos, huapangos y boleros. Era un investigador de toda la música popular mexicana. Con la instalación, en 1962, de su café cantante Chez Negro (foro para artistas nacientes) se dio la piedra angular para la creación posterior de las llamadas peñas, foros enfocados en el canto nuevo, el de contexto social y la trova. En Chez Negro se presentaban desde principiantes que poco después brillarían en mayor o menor medida, como Gerardo Tamez, Nacho Méndez, Matilde, Jano Portillo, Margarita Bauche y Berta Cabal, hasta profesionales consagrados, entre ellos, Lola Beltrán, Chamín Correa, Paco Michel y Milla Domínguez.

Fue en ese lugar donde conoció a René Villanueva y los hermanos Ávila, con quienes fundó la trascendental agrupación Los Folkloristas, del que fui director musical los siguientes dos años, periodo en el cual grabamos tres discos y realizamos innumerables giras, programas de radio y televisión, aseguró el artista.

David Haro insiste en la pedagogía orgánica de El Negro para con sus colegas jóvenes: “Cuando lo conocí la vida me dio en toda mi muerte, porque este hombre era algo así como un son en sí mismo, pero un son de vida. Un excelente intérprete, un tipo que recreaba la vida de un canción. Tenía esa sensibilidad. Le aprendimos muchas cosas y si hablamos de él es hablar de un color que refiere mucho a la rumba, al color de mi rumba en este caso. Era amor, alegre, versando siempre, de un lado para otro, llevando serenatas. Era un compendio, un cancionero de cosas incluso sui géneris. No sé si lo quise o lo amé hasta el alma. Era un amigo incomparable.”

Rafa Mendoza abunda: “No se queda un gran hueco físico, porque era muy flaquito, pero es una pena que se nos muera la gente que queremos y que nos ha marcado. A la distancia, cuando lo conocí realmente me enseñó mucho. Nunca me dio una clase, porque sólo de escucharlo le aprendías. Como diría nuestro querido Marcial (Alejandro), ‘¿pa’ qué más profundidad?’”

Tiempo de solidaridad

Tehua agrega: “Además de gran personaje, como músico era extraordinario. Habrá un sinfín de gente que le agradecemos su gran apoyo, su solididad, su confianza. Cuando llegué a México yo sólo cantaba el chuntata-chuntata y un querido amigo me dijo: ‘cantas bonito pero tienes que aprender a tocar mejor la guitarra’. Me llevó a mi casa y en ese momento conocí a don Salvador Negro Ojeda. Es mi compadre (fuimos ambos padrinos de Luz, la hija de Marcial Alejandro y Maru Enríquez).

Mucho tiempo de solidaridad en la canción, en los escenarios. Queda un hueco, como el que dejamos todos, pero la gran enseñanza que a tantos y tantos muchachos dio, desde roqueros hasta soneros; desde veracruzanos, oaxaqueños y hasta cubanos.

David Haro incluso le compuso una pieza, Gea, que, a través del auricular durante la entrevista, cantó: Gea, tu piel de cobre/ Gea es el son de tu corazón/ es el son sonoro del Sotavento/ la rumba rica que rumba adentro...

A la vida no hay que tomársela en serio, reiteró en varias ocasiones Salvador Ojeda, quien mostró su rumba y su canción en escenarios como el Palacio de las Bellas Artes, foros, escuelas, plazas, festivales... Era un autodidacta influido por la música cubana. Desde su tribuna, dictaduras en Latinoamérica, así como cambios sociales y utopías iban llenando su bagaje. Más que su preocupación por la música social, le interesaba la música en general.

Jamás me llamó la atención saber cuántos discos iba a vender, cuánta lana me iba a ganar o cuántos autógrafos firmaría, porque siempre sentí la necesidad de ser libre, afirmó en estas páginas para una entrevista. Contra la música comercial no tenía queja, pero le desagradaba la mala música intencionada. Ése era El Negro, quien admitía que su presencia siempre estuvo al margen de los medios, de lo comercial, como todo cantante considerado de contexto social.

Mi regla de oro es jamás ir a pedirle chiche a nadie; voy adonde me invitan, haya o no dinero, y agradezco que me den la oportunidad de expresarme, aseveraba el llamado Contestatario del star system, definido así por Paco Ignacio Taibo.