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FAOT 2011: el final
A

lamos, Son. Las dos últimas noches de gala del Festival Cultural Alfonso Ortiz Tirado ofrecieron la oportunidad, sobre todo, de escuchar buenas voces haciendo buenas cosas, algo que, según me cuentan oídos confiables, no ocurrió en todos los recitales del encuentro. La penúltima sesión fue protagonizada por el bajo ruso Mikhail Svetlov, bien conocido en la Ópera de Bellas Artes, debido a varias participaciones en producciones nacionales. Sus versiones a piezas de Chaikovski y Rajmaninov (más interesantes estas últimas) dejaron testimonio de su dominio pleno de la materia musical y poética.

En otras regiones y otros registros del repertorio, Svetlov cantó y expresó con buenas dotes histriónicas obras de Mussorgski, Mozart y Rossini, exhibiendo además una voz amplia y gruesa, que no pierde presencia en las profundidades de su registro. En este sólido recital, Svetlov fue acompañado por la Orquesta de Cámara Kremlin, dirigida por Misha Rachlevsky. En sus acompañamientos, tanto como en sus actuaciones puramente instrumentales (Chaikovski, Rajmaninov, Rimski-Korsakov, Sarasate), el ensamble de cuerdas mostró ese nivel superior y esa envidiable cohesión sonora que suelen tener la mayoría de las orquestas de aquellas latitudes. Sí, muy aplaudido el Bésame mucho cantado al final por Svetlov, un poco (o un mucho) a contrapelo del contenido básico de su programa.

La gala de clausura de la edición 27 del FAOT fue una noche merecidamente triunfal para los dos jóvenes cantantes mexicanos que la protagonizaron, la soprano María Alejandres y el tenor Alan Pingarrón. Lo mejor de la noche, sin duda, los tres números de La bohemia, de Puccini, que narran el primer, fogoso encuentro de Rodolfo y Mimí. Muy bien logrado, también, el dueto de Romeo y Julieta, de Gounod (obra particularmente establecida en el repertorio de Alejandres), cantado no sólo con buenos méritos vocales sino también con una justa mezcla de pasión y lirismo. Sendas arias de la misma ópera fueron resueltas con un alto nivel interpretativo por ambos cantantes.

Antes, Pingarrón hizo una dulce y bien articulada versión de Una furtiva lágrima, de El elíxir de amor, de Donizetti, mientras Alejandres mostró su creciente afinidad con el bel canto puro a través de una cristalina versión a un aria de Los puritanos, de Bellini. La última parte de esta gala de clausura fue dedicada por los cantantes a una bien elegida y bien resuelta selección de piezas de zarzuela, de Sorozábal, Chapí y Penella, a las que aplicaron con habilidad los elementos prosódicos y expresivos propios del género.

Por si quedaba duda, esa noche María Alejandres demostró que es sin duda la soprano mexicana preeminente de la actualidad. Además de su notable dominio de afinación, registro, coloratura y las demás herramientas básicas de su oficio, sorprende en una voz tan joven su infalible sentido de las gradaciones dinámicas, manejadas con una inesperada madurez tanto en su función puramente musical como en el plano del énfasis dramático.

Por su parte, Alan Pingarrón aplica un rico y redondo timbre a una forma de cantar que privilegia la claridad y la buena articulación por sobre los adornos. No se equivoca Octavio Sosa, experto en estos temas, cuando afirma que el color de la voz de Pingarrón es similar (guardando las distancias del caso) al de un joven Luciano Pavarotti.

En suma, una muy satisfactoria clausura a cargo de dos voces mexicanas jóvenes a las que sin duda vale mucho la pena dar seguimiento puntual. El eficaz acompañamiento en esta noche de gala, a cargo de la Enrique Patrón de Rueda al frente de la Filarmónica de Sonora, refrendó de nuevo tanto la preparación concienzuda de los materiales como el progreso de la orquesta, un progreso que ojalá se mantenga y se promueva.

De los conciertos instrumentales del FAOT 2011, sólo pude escuchar el ofrecido por el Cuarteto White, que dejó constancia, de nuevo, de su solidez y profesionalismo. A pesar de las difíciles condiciones acústicas del templo en el que tocaron, los cuatro músicos supieron poner de relieve la fresca transparencia de Haydn, la tenacidad rítmica de Revueltas, y el cálido lirismo de Dvorák, en un programa preparado a conciencia y presentado con rigor.