l tercer informe anual del presidente Obama sobre la situación de la Unión puede leerse como el punto de arranque y, sin evitar el lugar común, la hoja de ruta de una suerte de segundo gobierno, que se ha inaugurado dos años antes de que concluya el primero. Constituye la reacción más acabada y, por el tiempo transcurrido, la más meditada a la golpiza recibida en las elecciones intermedias de octubre último. Detalla los enfoques, políticas y acciones que Obama y sus renovados estrategas consideran los más adecuados para obtener la relección en otoño de 2012. Si bien casi nadie lo alude, hay un obstáculo que puede tornarse formidable. Si, tras el shellacking electoral, para usar el calificativo empleado por Obama, éste no alcanza una recuperación ostensible, nada le asegura obtener de nuevo la candidatura demócrata. Despedir sin ceremonias al líder cuando su partido estima que sus expectativas electorales son tan pobres que apuntan a la derrota es mucho más común en los regímenes parlamentarios (ha ocurrido una y otra vez en el Reino Unido y recién en Australia) que en los presidenciales. De llegar a esta deplorable situación, Obama sería en extremo vulnerable ante el fuego amigo de su propio partido. Por otra parte, el discurso fue hecho más para presenciarse y oírse que para ser leído y meditado. Desde Cicerón –como recuerda Robert Harris–, más que el contenido, lo que importa en la oratoria política es la expresión. Hubo coincidencia en que, desde este ángulo, quedó muy por debajo de la magistral pieza proferida en Tucson días antes, aplaudida de forma casi unánime. Es ilustrativo advertir que el agudo analista político Paul Krugman (NYT, 27/1/11) se haya dedicado a disectar la respuesta republicana (la oficial, porque inusualmente hubo otra: la del Tea Party), tras liquidar el discurso con una breve apreciación: “a ho-hum affair” (un asunto aburrido).
El segundo gobierno de Obama, que durará dos años y podrá ser sucedido por un tercero los siguientes cuatro, va a caracterizarse por la cautela, más que por la audacia; por seguir caminos conocidos y seguros, más que por abrir nuevos; por tratar de recuperar apoyo en estratos políticos tradicionales, más que por construir bases de opinión y acción políticas renovadas; por moderar la retórica de reforma y transformación, en el país y en el mundo, más que por continuar enriqueciéndola; por seguir a la sabiduría convencional, más que por desafiarla. Se procurará que estas mudanzas afecten menos las expresiones públicas que las acciones gubernamentales. Puede abrirse o hacerse más manifiesta una brecha entre discurso y realidad. En una palabra, y para desgracia de todos, buen número de las características que tanto entusiasmo suscitaron en los dos años de Obama I, no va a estar presente en el periodo de Obama II.
La mudanza más notable, quizá la más dañina, se halla en el enfoque de conjunto de la política económica. La examina David Bromwich en Obama Incorporated, aparecido esta semana en la columna de blogs de The New York Review of Books. En general, se asume que hay que dar por concluida la fase de intervencionismo activo que caracterizó la política anticíclica de los años recientes. Se interpreta el voto de octubre como un rechazo a la intervención estatal. De manera inesperada y gratuita, se anuncia la extensión a cinco años de la congelación del gasto público
, inicialmente prevista para sólo tres. Se afecta así un instrumento básico para consolidar la incipiente reactivación económica, que ha resultado insuficiente en términos de creación de empleos. Es bien sabido que las operaciones de liberalización monetaria no rendirán frutos en términos de impulso inmediato al crecimiento. La QEII fue mal recibida por Europa y los BRICS. Es muy improbable que la Reserva Federal insista en reditarla. Parece erróneo suponer que en octubre se votó contra la política anticíclica. Si acaso, se votó contra la insuficiencia y lentitud de sus resultados; se votó contra una reactivación raquítica y contra la persistencia de un nivel intolerable de desempleo.
Bromwich subraya una perturbadora tendencia, manifiesta tanto en el debate sobre inmigración como en las escaramuzas acerca del sistema de salud. Al tratar de acomodar a sus adversarios, Obama tiende a asumir sus posiciones. Sorprende el entusiasmo con el que ha abrazado las premisas de sus opositores: en cuestiones que afectan la economía y la vida pública, ahora se dice que el gobierno es el problema y la empresa privada la solución; lejos de confirmar que la desregulación ha sido una causa eficiente del colapso financiero, se dice ahora que el camino hacia la economía sana pasa por mayor desregulación. Esta concesión retórica, adoptada como táctica, puede tornarse contraproducente como estrategia. Los enormes cortes presupuestales, que voluntariamente serán aún mayores, afectarán las iniciativas de creación de empleos, a las que aludió sin dar detalles.
Es difícil ver con expectativa similar a la despertada por la primera la segunda parte del gobierno de Obama. Con todo, recordando el desastre no mitigado de las dos administraciones de Bush, cabe esperar que consiga los objetivos sucesivos de que su candidatura no enfrente obstáculos insalvables de ser relecto en 2012. No hay, en el actual horizonte, mejor alternativa para el país del que depende, en los hechos y mientras éstos no se modifiquen, la suerte de México.
Poste restante – Calderón estableció nuevo récord: aceptar las credenciales de 32 nuevos embajadores. La hazaña ocurrió el 20 de enero y, para mayor burla, fue seguida de la comida de Año Nuevo para el cuerpo diplomático. En la práctica protocolar, que Alameda (antes Tlatelolco) prefiere olvidar, la de acreditación es una ceremonia solemne que suele incluir, por lo menos, los himnos nacionales respectivos y una conversación entre embajador y jefe de Estado. ¿Cómo se comprimieron 32 ceremonias en tres horas? Sacrificando tanto la ceremonia como la sustancia. Tras los tres minutos otorgados a cada uno, los nuevos embajadores y los demás se vieron forzados a escuchar al anfitrión: media hora de perorata (3 mil palabras). Calderón ha inventado la línea de montaje de los representantes diplomáticos.