ulián López El Juli llegó en las últimas a la Plaza México y la conquistó. ¡Vaya si la conquistó! El torero madrileño llenó de belleza el coso al imponerse al público. Hechizo culmínate de su torear que era elegía suave al conjugar el verbo ser y transmitir las sensaciones que llevaba en su cuerpo y cristalizaron al encontrarse a un toro de regalo de la ganadería de Xajay de encastada nobleza que le permitió expresar un toreo al que sólo llegan los grandes de la torería y salir de la plaza con orejas, rabo y en hombros, mientras los restos del toro eran paseados en triunfal vuelta al ruedo.
No era fácil el regalito de Xajay, al que metió en su muleta con la cadencia de su torear. Ese torear que asimiló en sus inicios de torero en la plazas mexicanas. El de Xajay, con su maciza musculatura, hacía que sus embestidas retumbaran en la plaza y volcarán la transmisión del peligro que promovía la emoción en el tendido. Desde las épocas de David Silveti no había escuchado los olés con tal intensidad, hasta promover el delirio colectivo.
Toros encastados bravos y mensos que abrían su vuelo primero, alegres, sujetos a la fuerza de su herencia y alfombraban la arena con su poderío al airoso movimiento de su temple. Lástima que los toros de Xajay empiezan a acusar, al igual que todas las ganaderías mexicanas, debilidad.
Vaya muleta poderosa la de Julián López El Juli, lo mismo con el de regalo, que en el quinto de la tarde o en el segundo. En el quinto ya había dado las primicias de un faenón que tiró al bote de la basura al pinchar en cinco ocasiones a pesar de que estos fueran en todo lo alto. La muleta de El Juli se probaba en el embestir delicioso del toro de regalo, al que llevaba imantado imprimiéndole la vibra candente de su interioridad. Julián ondeaba el espacio, primero con el capote y luego con la muleta. Con el capote echó a volar su fantasía y llenaba el coso de sonidos graves. Lances que parecían provenir del más allá. Con la muleta el aire estremecía acompasadamente su alegre recital torero. El Juli imponente vibraba y se sensibilizaba en las muñecas, destacando en el coso, lleno en los numerados, como un robusto tronco en campo de trigo y componía majestuoso orfebrería milagrosa.
La plaza se quedaba en silencio al rematar sus pases naturales en medio de una fantasía que le salía del alma. Buqué a cante grande que comunicaba a la multitud desde sus madrileñas entrañas. Fuerza, vida que sugería su presencia al barrer a sus alternantes que, pese a la voluntad, se apocaban frente al quehacer de la maestría del torero que se hizo en la México y ayer se consagró con la mejor actuación en lo que va del serial. Paso a un torero.