Martes 25 de enero de 2011, p. 6
San Cristóbal de las Casas, Chis., 24 de enero. A la vista de la hermosa catedral amarilla y blanca de San Cristóbal, adornada desde la Colonia por manos indígenas, no queda sino pensar en Samuel Ruiz García y su paso definitivamente histórico por las tierras del sureste mexicano. Medio siglo de esta ciudad, y de todas las tierras mayas y zoques de Chiapas, están marcados por los pasos de El Caminante, como él mismo gustaba llamarse.
Desde la tarde de hoy comenzó a congregarse (una palabra que gustaba al jTatik) gran cantidad de personas en el atrio y las naves del templo, para esperarlo por última vez. O por siempre
, como dice un diácono tzotzil que acomoda los arreglos florales que van aumentando al pie de la escalinata al altar donde tantas veces ofició y habló don Samuel (la gente lo llama así, sencillamente), un obispo de los que siempre hay muy pocos, y ahora sin él, muchos menos. A media noche lo seguían esperando.
Su huella es ineludible. Cuántos gobiernos estatales y federales lo espiaron, calumniaron, amenazaron, escarnecieron. Cuántos lo temieron. El curita
, solía llamarlo con desdén un secretario de Gobernación en los años de la peor ofensiva paramilitar oficialista contra choles y tzotziles a finales del siglo XX, con la masacre de Acteal (1997) en el centro. Hoy se cumplen 51 años de su consagración como obispo de la Iglesia católica en la entonces diócesis de Chiapas, que después dio paso a la de Tuxtla Gutiérrez; Ruiz quedó al frente de San Cristóbal, la diócesis que abarca los Altos, la selva Lacandona, la zona norte, las selvas y sierras fronterizas: la vasta región que a mediados de la década pasada sacudió la conciencia nacional con el levantamiento zapatista y la revelación a México y el mundo de unos pueblos indígenas profundos, valientes y ejemplares.
El mismo obispo hubo de descubrirlos, como no lo hizo ninguno de sus antecesores, con excepción de fray Bartolomé de las Casas, su lejano precursor y definitivo maestro. Ambos vinieron a aprender humanismo en la tierra de los hombres verdaderos
. Generaciones de pueblo amaron a Samuel Ruiz. Generaciones de caciques políticos, finqueros y gobernantes lo odiaron como el enemigo que efectivamente era para ellos. Su prolongado contacto con las comunidades lo llevó a su hoy famosa opción preferencial por los pobres
, que adquiere cuerpo hacia 1974, y se define ampliamente en los años 80.
Una corona floral del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, fundado aquí por el propio Ruiz en 1989, está junto a una de la familia de Mariano Díaz Ochoa, ex alcalde priísta y ex líder de los tristemente célebres auténticos coletos
que llegaron a apedrear la curia por considerar al jTatik un rojillo, irremediablemente aliado de esos indios que solían ser despreciados y humillados por los coletos, que como tales fueron derrotados por la historia, es decir, por estos pueblos a quienes se consagró el obispo. Hoy todos le rinden homenaje.
Polémico para los poderes eclesiásticos y políticos, vituperado sin argumentos válidos por los intelectuales criollistas y oficialistas, tuvo su momento culminante tras el alzamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 1994. Resultó el único mediador válido para el Estado y los insurrectos, y corrió gran riesgo. En aquellos meses, sus homilías eran conferencias de prensa para centenares de periodistas del mundo entero, que acudían a sus misas en el templo de Santo Domingo o esta catedral; era la nota
, y algunos albergaban cierto morbo, esperando que lo asesinaran como a don Arnulfo Romero, en San Salvador.
Contra lo que era un lugar común, no fue zapatista. Tampoco oficialista, pero tenía legitimidad para servir de puente. Sin él, tal vez Chiapas se hubiera bañado realmente de sangre. Esta catedral se llama desde entonces de la paz
. Sus pasillos, su atrio, sus rústicas torres son un monumento a la paz. Pocos mencionan ahora que también medió en los años más duros de la intolerancia religiosa de los católicos tradicionales contra los nuevos evangélicos. Don Samuel, católico, salió en defensa de los indígenas que decidieron dejar de serlo. Su compromiso con los derechos humanos fue parejo. También lo supieron miles de mayas guatemaltecos refugiados en Chiapas durante la guerra en su país, apoyados por el jTatik y sus equipos pastorales.