n Europa se juega la supervivencia del modelo solidario que ha existido desde hace cinco décadas. Esa región ha enfrentado desde hace casi un año presiones del mercado de dinero. Luego de que se detuviera la recesión en las economías desarrolladas, los grandes inversionistas que dominan ese mercado se plantearon garantizar el retorno de su dinero y aumentar el rendimiento de su capital. Revisaron las condiciones de los principales deudores. Su fuente de consulta fue lo que los propios países reportaban a las distintas instancias de supervisión y control, incluidas las pruebas de resistencia a tensiones que habían practicado a sus bancos. Encontraron los eslabones débiles y decidieron actuar.
Los propósitos de garantizar el pago y ganar más podían cumplirse al mismo tiempo. Atacaron primero a Grecia, cuyo gobierno había publicado información verídica del endeudamiento y del tamaño del déficit fiscal. Con esa revelación esos grandes capitales alertaron a agencias calificadoras, que rápidamente advirtieron justamente a esos mismos inversionistas que podían presentarse dificultades para cumplir con compromisos crediticios, que era lo que había señalado el gobierno socialista griego. La respuesta de los mercados
fue aumentar sustancialmente los intereses requeridos para refinanciar la deuda, debido a que el riesgo había aumentado.
Lograron que la Europa del euro les garantizara el cumplimiento de los pagos de la deuda griega y cobraron mucho más. Al mismo tiempo exigieron al gobierno presentar un plan de austeridad que redujera el déficit, liberando los recursos necesarios para pagar los intereses adicionales cobrados por una mayor prima contra el riesgo. Con esto, se castigó a la población por excesos y falsedades de otros, traicionando uno de los valores fundamentales de la Europa unida: su modelo económico y social solidario y equitativo.
Este modelo europeo solidario permitió que la crisis afectara relativamente poco el nivel de vida de los europeos, pese a provocar un alud de despidos. Comparado con lo que sucedía en otros países, incluido Estados Unidos, es claro que el modelo europeo es socialmente recomendable. Obviamente le costó dinero a los gobiernos europeos: al aumento del despido correspondió automáticamente un aumento de los gastos del Estado para garantizar un ingreso mínimo a los parados.
Este modelo solidario es el que atacan los mercados. Cada batalla, es decir, cada momento en el que gobiernos de la periferia europea subastan títulos de deuda, los mercados van por más euros. En las batallas recientes han logrado salir victoriosos. Esta semana, por ejemplo, el Tesoro español colocó 6 mil millones de euros en bonos a 10 años a 5.6 por ciento, pagando una prima de riesgo adicional de 2.56 por ciento respecto del bono alemán. Hace un año, una colocación española similar pagó primas de riesgo por 0.76 por ciento. La colocación de 2011 costará mil millones adicionales de intereses, que ganan los mercados y pierden los españoles.
Se ha planteado repetidamente que Europa no puede permitir que los mercados se impongan y derroten un modelo social que permitió alcanzar y luego mantener niveles de vida adecuados. El dilema económico es un dilema político y social. Mercados que exigen austeridad y gobiernos que recortan programas sociales. La crisis no fue provocada sólo por los estadunidenses. Banqueros, gobiernos y algunos europeos participaron en la colosal expansión del crédito y se beneficiaron. Castigar a poblaciones enteras por algo ajeno a su desempeño es evidentemente injusto.
El capitalismo es injusto, pero en Europa lo era menos. Cada colocación de deuda es una nueva batalla por recursos limitados. Hasta ahora han ganado los grandes capitales, pese a la resistencia civil: huelgas generales, manifestaciones, paros sectoriales no han servido. En las próximas batallas los afectados tendrán que ensayar nuevas tácticas de resistencia para obligar a sus gobiernos a modificar el sentido de su responsabilidad: primero la población y luego, si alcanza, los mercados. De otro modo perderán la guerra distributiva.