Santos se mostró precavido y en busca de un contragolpe con su trío de atacantes
El portero Oswaldo Sánchez reconoció que los Guerreros no hicieron méritos para ganar
Lunes 17 de enero de 2011, p. 3
A veces los goles son verdaderos actos de justicia. Cuando acompañan una victoria merecida o cuando reivindican a un jugador cuyos esfuerzos al final se reflejan en el marcador. Ayer sucedió todo esto con Juan Carlos Cacho, quien le devolvió el alma a Pumas cuando pescó una pelota complicada ante el arco de Santos. Pero, sobre todo, con Dante López, el delantero que ha sido repudiado por su afición, porque no le perdonan que sea capaz de generar tantas opciones y fallarlas casi todas.
Ayer, después de obsesionarse en esos estallidos de potencia con los que deja en la carrera a los mediocampistas y defensas rivales; con esos combates cuerpo a cuerpo en los que siembra a más de un hombre en el césped; después de olvidarse de que, además de él, existen otros nueve jugadores que portan la camiseta de los Pumas; después de todo eso, Dante anotó un gol conseguido con nervio, sudor y corazón.
La presión pesaba en Ciudad Universitaria. El primer encuentro en casa, precisamente contra el subcampeón que los echó en las semifinales del torneo pasado –rival que no gana en la cancha felina desde el Verano de 2002–, y con el homenaje al ex arquero Sergio Bernal programado. Demasiadas cosas en un juego.
Los antecedentes llevaron a Rubén Omar Romano –que no pudo estar en el banquillo por sanción– a organizar a Santos con muchas precauciones y una defensa durísima, de corte casi militar, así como apostar a los contragolpes potentes y asesinos de ese trío de delanteros despiadados que son Daniel Ludueña, Christian Benítez y Carlos Darwin Quintero.
El planteamiento tan rígido le cedió casi por completo el derecho a la pelota a los auriazules, que se fueron desbocados para pelear por su primera victoria de esta campaña. La idea del técnico Guillermo Vázquez quedó clara desde el principio. Atrás confiaría en la pierna fuerte y el rigor de la defensa que comanda Darío Verón, Marco Palacios y Efraín Velarde. Adelante, con tres hombres. Mostradas las cartas de uno y otro lados, unos aguantaban, otros embestían.
Martín Bravo hacía lo que acostumbra: pelear cada centímetro de la cancha, meter la pierna en cada oportunidad; es pícaro, juega como si estuviera en disputa el honor de su barrio, como si el encuentro fuera en algún potrero de su natal Santa Fe, Argentina, pero el gol no caía.
El Guti Estrada era el encargado de impedir que el argentino se saliera con la suya. Varias veces escenificaron duelos como si fueran cuchilleros: parecían dos rivales que se miden en un oscuro callejón.
La apuesta lagunera fue un tiempo efectiva, terminaba la primera mitad y los locales no lograban abrir el marcador. López de pronto salía desbordado, como poseído por algún demonio y ganaba la carrera, pero su mirada estaba absolutamente concentrada en la cabaña de Oswaldo Sánchez y ni siquiera volteaba a ver a sus compañeros.
En una escapada por la izquierda se metió al área y atrajo a Oswaldo Sánchez; en el extremo derecho Bravo avanzaba sin sombra alguna, lo razonable habría sido habilitarlo. No ocurrió así dentro de la lógica del paraguayo, quien sacó un disparo que el cancerbero cerró de forma inteligente. El argentino se llevó las manos a la cabeza y reclamó incrédulo que su compañero desperdiciara una oportunidad como esa. Dante se disculpó, apenado.
El catenaccio lagunero
El catenaccio lagunero funcionaba como maquinaria de relojería. Aunque los delanteros albiverdes siempre estaban de espaldas al marco y perdían tiempo en salir. Estaban prácticamente ausentes.
Después de insistir tanto, una serie de circunstancias se ajustaron caprichosamente para que cayera el primer gol de Pumas. Leandro Augusto envió un centro desde la esquina izquierda, Verón la intentó, pero dio con Fernando Arce, quien no supo qué hacer con la pelota y prácticamente se la mandó a Juan Carlos Cacho, que la prendió de volea sin pensarlo, o mejor aún, acomodándola con el pie.
Cumplida la misión, Memo Vázquez decidió cambiar al anotador que hace una semana también rescató el empate contra Toluca y en su lugar alineó a Francisco Palencia. El veterano de larga cabellera entró metido en su papel de comodoro. Daba órdenes, regañaba, indicaba a sus compañeros dónde colocarse. Debía demostrar lo mucho que puede aportar a un equipo que estuvo a punto de jubilarlo.
De nuevo Dante entró al área, una vez más tenía a un hombre libre –ahora Palencia– para rematar a Sánchez, pero se engolosinó y desperdició la oportunidad. Paco, hecho una furia, le reclamó tanto egoísmo.
Regañado otra vez, Dante no bajó la guardia. En una última explosión, una carrera endiablada, se metió al área de Santos, hizo una gambeta, un túnel –ocasionando que el vigoroso Felipe Baloy fuera al suelo–, para enfrentar a Oswaldo Sánchez y cruzar un disparo que se coló hasta el fondo. El paraguayo apenas cabía de alegría y se quitó la camiseta ante la afición, por lo que el árbitro Miguel Ángel Flores lo amonestó.
Oswaldo Sánchez aceptó que Santos no tuvo méritos para ganar el partido y Pumas hizo todo para sacar el resultado. No es pretexto, pero nos está costando, tuvimos pocos días de pretemporada
, dijo el portero. De cualquier modo, es una victoria merecidísima
, agregó.
A veces, los goles son verdaderos actos de justicia.