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Chiapas, Soconusco Modernidad y barbarie, binomio perfecto
Ramses A. Cruz Arenas El Soconusco ha sido históricamente la región más productiva de Chiapas. Este paso costero goza de una tierra virtuosa en la que casi todo producto tropical se da. En tiempos del encontronazo con los españoles, el territorio era el mayor productor de cacao en Mesoamérica. La producción decayó cuando, a la par que se descubrían nuevos sitios para producirlo, la población originaria era exterminada como saldo de su entrada al sistema mundo capitalista. La ganadería también encontró espacio idóneo, por ejemplo en una zona contigua conocida en la Colonia como El Despoblado había un predio ganadero, llamado la Estancia Grande, que con sus cerca de diez mil cabezas rallaba en lo absurdo. Otro periodo económico importante se desató en la región con el cultivo del café y su explosión productiva de finales del siglo XIX. Esta región tiene el mayor producto interno bruto per cápita del estado y más de la mitad de su población se dedica a actividades primarias. A diferencia de gran parte de Chiapas, el Soconusco cuenta con una agricultura altamente tecnificada, no es casual que su producción agrícola tenga una clara vocación hacia el mercado nacional e internacional. Hoy los rostros productivos más visibles del Soconusco son las inmensas plantaciones de banano que lo convierten en una prolongación de las repúblicas bananeras centroamericanas, y las atomizadas, pero presentes en toda la región, huertas de mango Ataulfo y Manila. Además hay un considerable territorio dedicado al cultivo de caña, papaya y palma africana, y en los tiempos recientes se observan productos tan exóticos como el rambután. Y sobrevive el sistema de fincas cafetaleras. Si en tiempos remotos el cacao daba renombre a la región, hoy lo hace el mango Ataulfo. Dicen los huacaleros –gentilicio de Tapachula– que esta variedad fue detectada en la huerta de un productor local del que, además del nombre, también se tomaron las yemas y varetas de este producto que se concentra en 21 municipios de Chiapas –básicamente del Soconusco–, en los que se ocupan más de seis mil productores con más de 30 mil hectáreas. Según de la Secretaría de Agricultura (Sagarpa), el valor de la producción en campo es de 500 millones de pesos y en anaquel de mil 500 millones de pesos. La fruta genera 900 mil empleos directos y un millón de jornales indirectos. El problema de esta tierra pródiga es que ahí donde se presenta la vanguardia de las fuerzas de mercado en Chiapas, también se dan las relaciones sociales más abigarradas y, a secas, inhumanas. Tierra de extranjeros y extranjeros en su tierra. Si el Soconusco tiene una vocación de la producción de cara a las exigencias del mercado mundial, también hay que reconocer que es una tierra de extranjeros por excelencia. Al ser un puente natural que une a Centroamérica con México, ha sido lugar de paso y ruta comercial desde tiempos inmemoriales. De los tiempos de los que sí tenemos recuerdos, sabemos que la población originaria prácticamente ha desaparecido víctima del genocidio que comparte con el resto de los pueblos del continente. Sabemos también que al escasear trabajadores, se realizó todo tipo de acciones para asegurar mano de obra, trayendo, con o contra su voluntad, a personas de diversos pueblos. Algunos, como los kanakas, traídos en el siglo XIX desde las Islas Polinesias, vinieron sólo a morir en estas tierras y únicamente se sabe de ellos por trabajos especializados; otros, en cambio, dejaron su huella hasta el presente: tzotziles de los Altos y mames de Guatemala. Pero también imprimieron sus huellas los negros y mulatos, chinos, japoneses y alemanes. Actualmente la región es una de las principales rutas de paso de los migrantes centroamericanos en busca de mejores condiciones de vida en Estados Unidos. Acá algunos pueden encontrar trabajo como empleadas domésticas y jornaleros, pero al amparo de la migración se genera una serie de factores degradantes como el tráfico humano, la trata de blancas, el abuso de autoridad y el pandillerismo. Prostitución y esclavismo –en la forma de trabajo forzado y privación de la libertad– son productos tangibles de este fenómeno.
Producto de sangre: café negro. El café le ha dado rostro al estado y es que en Chiapas, según las estadísticas oficiales, a su cultivo se le destina una superficie de cerca de 243 mil hectáreas en 88 municipios –de los 118 que hay en estado– y en él se ocupan unos 75 mil productores. Hoy por hoy Chiapas es el principal productor del aromático a escala nacional, sea convencional u orgánico; empero, es posible diferenciar a grandes rasgos dos modelos: la pequeña producción en huertas familiares que muchas veces va de la mano con el acuerpamiento en organizaciones sociales, y, por otro lado, la producción en fincas, cuyo principal reducto está en el Soconusco. Han sido las grandes plantaciones de café propiedad exclusiva de extranjeros y sus descendientes, principalmente alemanes que, aprovechando ese espíritu “emprendedor” tan propio de los paneuropeos, asentaron sus reales en esta provincia y la insertaron de lleno en el sistema mundial. La producción de café necesita de una importante mano de obra en la época de cosecha, lo que llevó a que se estableciera un suministro continuo, desde los Altos de Chiapas, de indígenas enganchados y con sueldos de miseria, que más que trabajadores libres eran semi-esclavizados. Aunque hoy se quiera decir que eso se modificó, la realidad nos muestra que el cambio es superficial. No se engañen aquellos que toman la promovida Ruta del Café; incluso lo que verán como maravillosas fincas enclavadas en cerros cubiertos de vegetación y con una casa grande hecha de maderas preciosas son sólo producto del trabajo indígena. Aquel que se atreva a transgredir la casa grande, encontrará la casa de los trabajadores –como le llaman los finqueros o los guías de turistas de la mencionada ruta, aunque los jornaleros les llaman galeras o polleras– y ahí está la verdadera fuerza de una finca. Si antes la fuerza esclavizada parcialmente se obtenía de los tzotziles de los Altos sobre todo, ahora se obtiene de los pueblos originarios de Guatemala. Quizás esto sea para expiar las culpas, pero todo parece indicar que éstos son más baratos y ofrecen la ventaja de que tampoco cuentan con derecho alguno, ya que si bien muchos de ellos son certificados por el Instituto Nacional de Migración, una vez enganchados son propiedad del finquero. Sobre ellos los tratos son siempre más crueles, pues el Soconusco comparte con el país una xenofobia velada hacia los centroamericanos. También son sometidos a jornadas de trabajo extenuantes, salarios que muchas veces son retenidos por los contratistas y de miseria cuando se les paga; generalmente los contratistas cobran una comisión y ellos establecen las condiciones de trabajo. Una finca cafetalera cuenta con una mano de obra permanente para los trabajos de mantenimiento, pero requiere una población flotante que se emplea en tareas específicas en particular durante la cosecha. Los salarios están relacionados con estos tiempos; en teoría, los que trabajan en la cosecha ganan más, porque se les paga por cada caja que recolectan, pero aunque se les debería pagar unos 90 pesos por caja muchas veces se les paga menos. Un jornalero que se aplica desde que el sol sale hasta bien entrada la tarde hace una caja al día. Aun hoy la mentalidad progresista también se baña de arcaísmo, pues pese a las condiciones mencionadas los finqueros siguen considerando que les hacen un favor a los jornaleros porque “cosas como los baños y colchonetas que puedan alcanzar no las tiene en sus lugares de origen”. Los esclavos están ahí, sólo hay que buscarlos, especialmente en la producción que requiere fuerza de trabajo permanente, tal como el café, pero también el banano. Para ambos productos se ha documentado esto. Si bien tal relación en el café ya es ancestral, no deja de sorprender que hace apenas unos meses se desmantelara una red compuesta por los capataces de varias fincas bananeras que traficaban centroamericanos y los tenían privados de su libertad, básicamente como esclavos. ¿Cómo es posible que vanagloriándose de ser la región más productiva del estado persistan este tipo de relaciones sociales? Hay que ser enfático en una idea: estas relaciones no son un remanente del pasado, son sólo posibles como resultado de las fuerzas productivas que la región ha alcanzado, de la avanzada capitalista que, pese a sus teóricos, no es una fuerza liberadora, por el contrario es un sistema sumamente violento, que en la búsqueda de maximizar la ganancia no le importa que estas formas persistan en su seno.
Chiapas El saqueo en Mitzitón Diana Itzu Luna Hace más de cien años la inversión extranjera y la apropiación de recursos naturales y humanos como vestimenta colonial hacían gala en el césped del sureste mexicano con el gobierno de don Porfirio Díaz. Hace más de una década que Armando Bartra nos introdujo en su obra México bárbaro a la brutalidad con la que paseaba la señora civilización y coqueteaba apirañándose de aquello que permitiera una máxima ganancia y dejando barbarie a su paso. Hoy Chiapas se sigue vistiendo a la moda de la bestialidad, sólo que las escalas y los frentes de apropiación y uso para controlar lo vendible cambian según la dinámica de acumulación del capital. El saqueo en la comunidad tzotzil de Mitzitón corre y no descansa. Irrumpe con varias caretas; la tala de bosques es cínica y ya no encubierta. Asalto prolongado hacia mil 800 hectáreas por una jerarquía de funcionarios del gobierno de San Cristóbal de las Casas en los 15 años recientes. Junto a ellos, dicen los pobladores, más de cien personas comandadas por el líder Carmen Díaz hacen rutina “en la tala clandestina de árboles, acompañados de armas de alto calibre; los troncos son transportados en los mismos camiones que trasladan hermanos hondureños salvadoreños y guatemaltecos”. Sólo que la madera fina viaja pocos kilómetros para ser alojada en uno de los aserraderos más viejos de la ciudad colonial, el cual provee de este recurso a una empresa privada de cabañas ecoturisticas de la región. La madera vieja se queda en los aserraderos de caciques locales de Betania, la Cañada y Huixtan. Los migrantes, en cambio, dejan su sudor en tierras de la agroindustria de jitomate en Sonora y Baja California. Finalmente los camiones de tres toneladas se llenan según las coyunturas, es decir, de madera o de tráfico de inmigrantes. Pero las garras del saqueo son oportunistas en dicho contexto; las encarnan también las instituciones de gobierno. Funcionarios de la Secretaría de Medio Ambiente extraen semillas de cedro, ocote y pino con el pretexto de “reforestar áreas muertas” ofreciendo 250 pesos por costal y una que otra pregunta sobre conocimientos culturales, coqueteándose con una que otra farmacéutica. Ahí se unen instituciones académicas imponiendo a su paso estudios en bioprospección. Actualmente el Banco de Germoplasma Forestal es vecino de la comunidad tzotzil y está cobijado por el campamento militar de Rancho Nuevo. También las tácticas de rapiña dibujan “espacios fijos” que desde un mapeo de la geopolítica del capital a escala mayor dejan ver el reacomodo del capital. Una veta importante es la de extraer ganancia vía turismo, para lo que se necesita infraestructura vial: la autopista San Cristóbal-Palenque, que inicia en el poblado de Mitzitón es la opción para llevar el flujo de mercancías y de turistas, y así acumular dinero vía pago de casetas que, dicho sea de paso, están en manos de constructoras españolas. La política del capital a escala estatal permite ver la intencionalidad del complejo turístico Centro Integralmente Planeado Palenque Cascadas de Agua Azul, que no pretende ser sino un espacio de acumulación vía venta de placer que requiere de mayor inversión en cadenas hoteleras, restaurantes y campos de recreación. Mitzitón evoca su historia sin necesidad de sistematizar calendarios. Hace cien años el finquero español Antonio Aguilar acaparaba más de seis mil hectáreas, ahí había peones que cuidaban el ganado del patrón o trabajaban en el aserradero. Ahora en la apropiación de recursos naturales y explotación de trabajo humano participan grupos paramilitares cobijados por funcionarios de gobierno que trasladan inmigrantes centroamericanos y barbechan propiedad comunal para abrir camino a la infraestructura vial. Unos se llevan personas o madera, otros conocimientos culturales, unos cobran 100 pesos por cabeza para dejar “monte pelado”, represión y tortura a su paso. Otros hacen capital político y permiten sin trabas concesiones a constructoras españolas. Otros pocos especulan a mayor escala. Ricardo Flores Magón decía que “los tiempos de Porfirio Díaz se fueron para no volver jamás” y no cito esa linea cómo una intromisión del pasado revolucionario que hoy se asoma nostálgico, sino como un pasado presente que exige desenmascarar las caretas y escalas de los tiempos del México bárbaro de ahora, que se asoman en frentes de saqueo para acumular ganancias.
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