FOTO: Anónimo, Barbarous Mexico, 1911 |
Ramses A. Cruz Arenas
y Carlos Rodríguez Wallenius
Tierra rica, pueblo pobre. Desde
antes de conformarse como nación,
México ya era un territorio virtuoso.
No sólo por la extensión que tiene,
sino por la riqueza que alberga: minerales
como la plata y el oro –de los que ocupa respectivamente
el segundo y noveno lugar a escala
mundial–, recursos hídricos importantes
y un inmenso litoral de 11 mil 122 kilómetros
producto de tener costas en 17 de los 32 estados.
Todo esto complementado por una diversidad
biológica que lo convierte en el quinto
país megadiverso. Esto a su vez se retraduce
en una gran diversidad cultural: se estima que
ocupamos el octavo lugar mundial entre los
países con la mayor cantidad de pueblos indígenas.
No es para menos, ya que se estima
que en el país se hablan entre 56 y 62 lenguas,
dependiendo el criterio utilizado, sin contar
las que han desaparecido a lo largo del tiempo.
El país, con un producto interno bruto (PIB)
calculado por el Banco Mundial en 874 mil
810 millones de dólares, está dentro del Grupo
de los 20, que no es otra cosa que coquetear
con los países económicamente más poderosos
del orbe, los del Grupo de los Siete, pero seguir
bajo la denominación de países emergentes.
El campo mexicano es un ejemplo pulcro de
la devoción a las ventajas comparativas y es
difícil cuantificar bien a bien lo que exporta
–porque eso incluye a humanos y drogas–,
sin embargo de lo que sí es cuantificable
vemos que, de acuerdo con la Secretaría de
Agricultura, en 2009 se exportaron unos 15
mil 876 millones de dólares. La producción
del campo nacional con orientación a la exportación
tiene a nuestro vecino del norte
como principal destino y son los productos
agroalimentarios, las hortalizas, verduras y
frutales los que más mercado encuentran.
Los saldos de la modernidad. He acá que
tenemos un país potencialmente moderno
insertado en las lógicas de mercado y teniendo
como aliado de primer orden a Estados
Unidos (EU), la principal economía mundial.
Sin embargo, esto tiene implicaciones catastróficas
para el país pues por un lado lo vuelve
sumamente receptivo a los vaivenes del mercado
de EU y lo resiente de forma inmediata.
Más aún, tenemos una gringo-dependencia,
que se expresa en que 85 por ciento de nuestro
comercio es con ese país, lo que puede
resultar fatal en caso de que nos suspendan
sus compras. Pero más allá de eso, queremos
destacar los verdaderos rostros de la falsa modernidad
que nos están queriendo vender en
el país. No somos un país en vías de desarrollo,
por el contrario vamos rumbo al barranco:
– Estamos pobres, no hay de otra: La pobreza
debería ser declarada pandemia en
México, pues es una enfermedad que nos
pega a todos. Según el Consejo Nacional
de Evaluación de la Política Social (Coneval),
en 2008 habían en el país 47.2 millones
de pobres; en lugares como Chiapas estos
pobres representan el 76.7 por ciento de la
población. En otras palabras, la mitad de los
mexicanos vive en la pobreza; sin embargo,
no significa que la otra mitad viva fuera de
ella, vive luchando no caer en esa condición.
En su tercera década neoliberal el país ha
evolucionado a polarizar la distribución de
la riqueza, ya que, según la Revista Forbes,
no más de una docena de personas acaparan
más del 10 por ciento del PIB nacional.
– Pero aparte de pobres estamos jodidos. De acuerdo con el Centro de Análisis Multidisciplinario
(CAM) de la Facultad de Economía
de la Universidad Nacional Autónoma
de México (UNAM), durante los tres años
recientes la canasta básica subió en 93 por
ciento, esto significa que cada vez se puede
comprar menos con lo que ganamos, y de al
tiro la mitad de la población mexicana en pobreza
pasa las de Caín pues en 2010 el salario
mínimo más elevado –zona A– fue de 57.46
pesos y la canasta alimenticia recomendable
(CAR) se podía adquirir con 165.15. En otras
palabras, si se vive con el salario mínimo solamente
se puede adquirir el 34.79 por ciento
de la CAR. El mismo CAM estima que para que un trabajador con salario mínimo pueda
acceder a la CAR se necesitan 23 horas de las
24 que ocupa un día. Como decía el buen
Chava Flores “los probes estábamos divididos
en dos clases: en miserables y muertos de
hambre, yo pertenecía a las dos”.
ILUSTRACIÓN: Gerardo Vargas Frías |
– Rusticidio a mansalva. El campo y los
rústicos del país resisten, pero vaya que les
ha tocado bailar con la más fea, pues tienen
que sortear elementos como la crisis, que ya
se antoja perpetua, el encarecimiento de los
insumos y el bajo precio de los productos del
campo. A eso debemos sumar las políticas de
fomento para abandonar el campo. Y es que
la lógica de mercado tiende a homogenizar
la producción sin importarle el hecho de que
si algo ha caracterizado a los campesinos del
país es la diversidad a la que le apuestan. La
milpa y el café son claros ejemplos de ello. Sin
embargo en la fiebre del Tratado de Libre Comercio
se apuesta por ver hacia fuera. Aquellos
campesinos que son de autosubsistencia
hoy tienen que preocuparse porque cada vez
son menos y cada vez menos la tierra destinada
a los productos de éstos. Por ejemplo, de
acuerdo con las estadísticas del Sistema de Información
Agropecuaria y Pesquera (SIAP),
de la Secretaría de Agricultura, en la primera
década del milenio se perdieron un millón de
hectáreas de la superficie sembrada dedicada
al cultivo del maíz y el frijol, pues pasó de
poco más diez y medio millones de hectáreas
en el 2000 a poco más de nueve millones 400
mil en 2009, lo que a su vez equivale básicamente
a la superficie destinada en 1980. Así,
crece la población nacional pero se abandona
la base productiva propia del país. Y si bien el
campo no aguanta, más vaya que los campesinos
sí. El CAM estima que 88.9 por ciento de
los campesinos no puede adquirir la canasta
básica. Además este mismo organismo calcula
que cerca del 22.5 por ciento de las tierras
ejidales del país están por ser propiedad de
empresas trasnacionales, y véalos ahí siguen.
– Bienvenidos al mercado de carne: migrar o
morir. Pero no todos siguen, otros más optan
por el éxodo forzado. En México todo parece
indicar que una de las ventajas comparativas
que tiene el país es su mano de obra, y por tanto,
los gobiernos de la década reciente, si bien
no han promovido abiertamente la migración,
han hecho todo lo posible para que se migre.
Así el país bien puede ser de origen, de tránsito
o destino. Según los datos de la Organización
Internacional para las Migraciones, cerca de
diez por ciento de la población mexicana se
encuentra en Estados Unidos y representa el
30 por ciento de la población de migrantes
que vive en ese país. A ello es necesario sumar
que al ser México el puente que une a Centro
y Sudamérica con EU, es el paso forzado de
millones de personas, y no es cualquier paso
pues con sus cerca de 9.3 millones de migrantes
es el corredor más importante del planeta.
Pero el éxodo no solamente se da al exterior,
una parte importante de la población se está
moviendo dentro de los límites del país. La Secretaría
de Desarrollo Social, en su Encuesta
Nacional de Jornaleros Agrícolas, estima en
más de 9.2 millones la población jornalera.
De ésta, se considera que existen poco más de
dos millones de población jornalera migrante,
que el 39.1 por ciento de la población jornalera
agrícola es menor de 18 años y se calcula
en cerca de 711 mil 688 la población jornalera
agrícola migrante. Migrar les permite a muchos
vivir, pero a otros más los mata.
Epílogo: los rostros del México bárbaro Hoy, al cumplirse la primera década del siglo
XXI, nuestro país reproduce nuevas barbaridades
sobre los más humildes de los mexicanos.
Y es que se ha reestructurado el sistema
económico que empobrece y depreda, el
sistema político que excluye, que promueve
una relación gobierno-sociedad con base en
la corrupción. Las formas como se expresa el
México bárbaro las podemos observar en el
saqueo de recursos naturales (agua, tierra, paisaje,
minerales, petróleo, etcétera), el trato discriminatorio
hacia los pueblos originarios, la
triple explotación de las mujeres campesinas,
la expoliación de los migrantes en las ciudades
y en los campos agrícolas, el autoritarismo
antidemocrático de gobernantes y, tal vez más
evidente en la actualidad, el narcotráfico y la
criminalización producto del combate a esta
actividad por el gobierno calderonista. Pero la
guerra al crimen organizado, como reflector
de la barbarie mexicana, es una acción que
no tiene futuro, porque no se está atacando
al corazón del problema, que es el sistema
que empobrece, explota y excluye: la serpiente
no se morderá la cola. A esto se agrega el
hecho de tener a Estados Unidos al lado, y
es que nuestro vecino es el mayor consumidor
de drogas de todo el orbe. Así, mientras
la demanda exista, la oferta se dará. Sin embargo
no todo está perdido, las alternativas de
solución se están construyendo desde abajo,
desde las comunidades que autogestionan sus
servicios, desde los campesinos que producen
sus propios alimentos de forma sustentable,
desde los pueblos originarios que construyen
su autonomía, y por aquellos que apostamos a
un México más humano.
ILUSTRACIÓN: Fernando Castro Pacheco, El henequén, 1947 |
El espejo de los
pueblos originarios
Ramses Arturo Cruz Arenas
Exordio: Cuando hablamos del México bárbaro nos
referimos a una idea que fue plasmada en dos obras
de gran envergadura. La primera se conforma de
una serie de artículos del periodista estadounidense
John Kenneth Turner, quien luego de haber entrevistado a
cuatro “revolucionarios” –Ricardo Flores Magón, entre ellos–
pertenecientes a la Junta Organizadora del Partido Liberal
Mexicano, viaja al México porfiriano a investigar lo que éstos
le habían contado. Acompañado por Lázaro Gutiérrez de
Lara, Turner se centra en recorrer las fincas henequeneras
de la península de Yucatán y las de producción de tabaco en
el Valle Nacional. A finales de 1909 los reportajes de Turner
empiezan a ser publicados en American Magazine. Como libro,
México bárbaro aparece en 1911 pero en español sólo es
traducido en 1955, siete años después de muerto Turner.
La segunda es una obra de historia económica que ve a la luz
un siglo después que la de Kenneth Turner y es producto de
Armando Bartra. El México bárbaro de Bartra es precedido
por el levantamiento indígena del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional. La tesis, que es mucho más compleja, se
puede resumir en que la barbarie no es un elemento externo a
la modernidad, que este rasgo no viene de un pasado remoto y
asalta el presente moderno, que la barbarie en concreto es producto
de la propia modernidad y por ello espejo de la misma.
Esta tesis no sólo es válida para México, lo es para el planeta
entero. Así la barbarie frente a la modernidad fue desarrollada
especialmente por el marxismo crítico desarrollado en la Escuela
de Frankfurt. Dejando fuera a Theodor Adorno y Max
Horkheimer, fundadores de esa escuela, quien mejor plantea
esta tesis es el filósofo Walter Benjamin, quien en la tesis nueve
de Tesis sobre la historia nos dice:
Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus novus. Se ve en
él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre
lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca
abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener
ese aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que
para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos,
él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre
ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse,
despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un
huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y
es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán
lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las
espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta
el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.
Tal idea se vuelve radical cuando en la tesis siete menciona
que “no hay documento de cultura que no sea a la vez
un documento de barbarie”. Pero las ideas de Adorno, y de
toda esa escuela, hicieron eco en Latinoamérica. En México
quien mejor retomó las tesis fue Bolívar Echeverría, el filósofo
méxico-ecuatoriano que fue a su vez el mayor impulsor de
la obra de Benjamin de quien tradujo al español Tesis sobre la
historia. En sus Quince tesis sobre modernidad y capitalismo
expone “La historia contemporánea, configurada en torno al
destino de la modernización capitalista, se encuentra ante un
dilema: o persiste en esta dirección, y deja de ser un modo
(aunque sea contradictorio) de afirmación de la vida para
convertirse en la simple aceptación selectiva de la muerte, o
la abandona y, al dejar sin soporte a la civilización alcanzada,
lleva en cambio a la vida social en dirección a la barbarie”.
Así las cosas, eso que llamamos modernidad es también representación
de la barbarie. Sin duda el concepto de México
bárbaro se lo de debemos a Kenneth Turner, pero éste sólo es
reflejo del México realmente existente.
-El rostro indígena: Si algo ha caracterizado la continuidad
del México bárbaro es la relación que se tiene con los pueblos
originarios. Ambos autores destacan esta condición étnica en
sus respectivas obras. Por ejemplo Turner hacía ver cuál era
el trato de la Casta Divina para los mayas de Yucatán, que no
era sino el reflejo del trato que tenía el régimen porfirista con
los indígenas. Por su parte, Armando Bartra nos da sobradamente
testimonios de lo que pasaba con los indígenas en las
plantaciones tropicales de café, chicle, hule, tabaco así como
en las monterías, todas ellas economías de enclave orgullo
del porfirismo.
En 1994, con el levantamiento zapatista el Estado declaró
tener una deuda histórica con los indígenas. Hoy esa deuda
sigue pendiente. Y es que Vicente Fox no resolvió nada en
15 minutos ni en todo el sexenio y Felipe Calderón imitó a
Salinas de Gortari en su “ni los veo ni los oigo”. Los pueblos
originarios están ahí y se han hecho especialmente visibles
aquellos que están en resistencia, pero a ¿qué se resiste? Por
razones de espacio esbozaré sólo tres elementos:
-La falsa dicotomía indio y mestizo, barbarie y modernidad: Nuestra historia nos ha hecho identificar al mestizo con
la modernidad y al indio con la barbarie, ya que a los pueblos
originarios se les ha visto siempre de manera peyorativa. Así
de inmediato se asocia al indio con lo atrasado, con el lastre
que no permite al país avanzar glorioso hacia la modernidad.
Por ejemplo, para los finqueros de Chiapas los indios eran
flojos por naturaleza y ellos eran los destinados a sacarlos de
ese marasmo para encauzarlos al progreso. Estos flojos hombres
siempre trabajan de sol a sol y aquellos que han estado
en algún pueblo indígena sabrán que la vida laboral inicia
mucho antes de que el sol salga. Hoy mismo no hay una acepción
positiva a la palabra indio. Por ejemplo la Real Academia
Española nos aporta algunas definiciones de indio:
-Inculto: de modales rústicos.
-Indio de carga: indio que en las Indias Occidentales conducía
de una parte a otra las cargas, supliendo la carencia de
otros medios de transporte.
-Caer de indio: caer en un engaño por ingenuo.
-Hacer el indio: divertirse o divertir a los demás con travesuras
o bromas. Hacer algo desacertado y perjudicial para quien
lo hace. Hice el indio al prestarle las cinco mil pesetas que
me pidió.
-¿Somos indios?: se usa para reconvenir a alguien cuando
quiere engañar o cree que no le entienden lo que dice.
-Subírsele a alguien el indio: montar en cólera.
ILUSTRACIÓN: Angelus novus, de Paul Klee |
Así pues, el indio sirve para cargar, para mofarse, es perjudicial
e iracundo, ingenuo e inculto. Carlos Montemayor en
Diccionario del náhuatl nos dice que la palabra naco es la voz
despectiva para indio. Aún hoy es común escuchar que se
tiene pelo de indio cuando éste no es dócil, o se exclama “no
seas indio” como sinónimo de no ser necio, atrasado, inculto.
-Aquí estamos y no nos vamos: Aunque generalmente pasa
desapercibido creo que el primer gran elemento de resistencia
de los originarios es el de sobrevivir, la larga noche de los 500
años no es una mera metáfora. No debemos olvidar que en los
procesos de Conquista, la Colonia, el México independiente
y el que nació de la Revolución se ha pasado del genocidio
abierto al velado, de la guerra de exterminio a las políticas
de asimilación e integración. Como producto de esto, y otros
factores, en muchas partes del país la población originaria
despareció. Si bien hoy uno de cada diez mexicanos pertenece
a algún pueblo originario, y poblaciones como los nahuas,
zapotecos o tzotziles tienen un importante presencia, actualmente
pueblos como los kiliwa, kumiai, aguacatecos o ixil
están a punto de desaparecer. Junto con estos pueblos resisten
sus saberes, sus culturas, sus conocimientos, sus formas de
relacionarse con el medio y sus gobiernos y cosmovisiones.
-Políticas de exclusión: Pese a que hoy los pueblos originarios
son un ejemplo de alternativas creativas frente al sistema
excluyente, no significa que hayan ganado la batalla. Si actualmente
ser mexicano es casi sinónimo de ser pobre, si se
es indígena la cosa se pone peor y no es por casualidad. Según
el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social
(Coneval) –que mide pobreza multidimensional–, en 2008
se estimó que 93.9 por ciento de la población indígena no
tenía acceso a alguno de los seis derechos sociales que estipularon
–alimentación, educación, salud, seguridad social,
servicios básicos y vivienda–, incluso cerca de 64.2 por ciento
no tenía acceso a tres de estos derechos; también se estimó
que siete de cada diez indígenas son pobres. Con todo, los
pueblos originarios resisten creando alternativas desde abajo.
Pero la mayoría de éstas son a contrapelo de los deseos del
Estado –que en todo caso debería apoyarlas– y muchas veces
son criminalizadas.
-Los que antes eran los últimos hoy son la vanguardia de
la resistencia mundial. La autonomía, como expresión concreta
del derecho a la libre determinación, ha sido la bandera
de lucha del movimiento indígena nacional. Sin embargo,
después de la fiesta de las autonomías vino la traición del
Congreso en la contrarreforma del 2001 (en un país en donde
la traición ha sido una constante no debería de extrañarnos).
Como en todo movimiento social existen reflujos, el propio
movimiento indígena resintió el golpe y la estrategia de contrainsurgencia
social fue brindando sus frutos. Con todo y
esto, en el arranque del tercer milenio los originarios siguen
diciendo ¡ya basta!
La autonomía como un régimen se escapó, en cambio una
parte importante del movimiento indígena optó por tomar
las autonomías por los cuernos, por medio de las autonomías
de hecho.
La expresión más amplia y compleja sigue siendo la propuesta
zapatista que, articulada por medio de los Caracoles, ha
tomado en sus manos la construcción de un mundo nuevo,
donde los zapatistas tienen elementos como salud, educación
y justicia autónomos. Pero también formas de gobierno
nuevas basadas en relaciones que procuran la mayor horizontalidad
posible, que parten de un principio básico: todos
sabemos gobernarnos. Esto nos deja una lección importante,
el ejercicio de la política es tan importante que no podemos
dejarlo en manos solamente de los políticos. A eso debemos
sumar formas de producción bajo una lógica autonómica.
Pero no son los únicos: la autonomía que se busca en el país
no siempre habla de la necesidad de todos los elementos,
existen expresiones que apuestan por algún o algunos pisos
de la autonomía. Tal es el caso de la Policía Comunitaria de
Guerrero que busca pasar a manos de los originarios la capacidad
de brindarse seguridad, pero también justicia. Lo mismo
que la Universidad de los Pueblos del Sur, que impulsa una
educación autónoma a contracorriente de la propuesta estatal
que tiene su contrapeso en las universidades interculturales.
Pero también el ejemplo de Radio Ñonmda (“La palabra del
agua”) nos habla de la necesidad de que los originarios tomen
en sus manos la valiosa comunicación social tan jodidamente
llevada por los grandes consorcios televisivos del país.
Los pueblos originarios de México conforman hoy la punta
de lanza del movimiento de resistencia mundial frente al
capitalismo salvaje, hermanados con los piqueteros en Argentina,
con el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, con
los indígenas del Cauca en Colombia, lo mismo que con los
ecuatorianos y bolivianos. La esperanza se teje en territorios
indígenas. |
|
|