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La narco agricultura: cáncer del campo mexicano Víctor Ronquillo "Hay que barbechar, aflojar la tierra para sembrar, como son lugares donde no puede entrar el tractor ni la yunta, hay que hacerlo a mano o con zapapico. Es laborioso. Sembrar es fácil porque nada más se tira la semilla, pero después de que nace hay que cuidarla. Son plantas muy delicadas, hay que abonarlas y más que nada regarlas”. Este testimonio anónimo procede de uno de los pueblos de la región de La Montaña en Guerrero, donde el cultivo de la amapola para muchos es una alternativa de subsistencia ante las precarias condiciones del campo. Este hombre, como muchos más, pertenece a la legión de los esclavos del narco, quienes cultivan la amapola de la que se extrae la heroína morena, la mexicana, que se consume en las calles de las ciudades de Estados Unidos, donde la dosis ofrecida por un dealer puede llegar a costar 15 dólares. Como ocurre con otros grandes consorcios de negocios internacionales, los que menos ganan son los jornaleros y vigilantes de las cosechas, quienes exponen la vida y la libertad para producir la goma de la amapola, la materia prima para la producción de heroína. En los primeros tres meses del año, con mucha frecuencia a mediados de abril, los campos donde se siembra la amapola se tiñen de un intenso color rojo. Por fin ha llegado el tiempo de rayar la flor. “Nada más se raya la cascarita y le sale agua; después hay que esperar a que cuaje como cuatro o cinco horas y quede ahí pegada. Luego hay que recogerla en un traste”. Allá, en La Montaña a la amapola la llaman maíz bola. El imaginario popular ha encontrado una versión distinta del tradicional cultivo, que por generaciones alimentó a los pobladores de las comunidades indígenas. Desde hace años los precios del maíz cayeron, cada vez es menos rentable su cultivo. Mientras por un kilo de maíz se pagan unos cuantos pesos, de tres a cinco, por el kilo de goma de opio hay quien paga diez mil pesos, poco menos de mil dólares. Pero los beneficios del negocio, del verdadero negocio, están lejos de las apartadas regiones donde se cultiva la amapola en pueblos como Laguna Seca, La Sábana y el Duraznal. Según datos oficiales, desde mediados de los años 90s en la región de La Montaña, en el estado de Guerrero, se produce la mayor parte de la amapola mexicana. “La semilla la trajeron personas que viven acá, al norte de la región, la empezaron a vender secretamente. Después se hizo tan popular que cualquiera le regalaba semilla al vecino o quien fuera. Sólo al principio la semilla era negocio. En aquel tiempo estaba como en 50 pesos la onza. La misma gente que venía del norte, de otro pueblo que se llama Cuautlichán, nos enseñó a sembrarla”. Seiscientos mil jornaleros trabajan para el narco... La geografía de los narco cultivos se extiende por el país, la siembra de mariguana y amapola se ha multiplicado desde mediados de los 90s en Sonora, Sinaloa, Durango, Michoacán, Guerrero, Veracruz, Oaxaca, Chiapas y Morelos. ¿Cuántos jornaleros mexicanos ocupan el último eslabón en la cadena de producción de las trasnacionales del narco, cuántos no han encontrado otra alternativa de subsistencia ante la pobreza y las deplorables condiciones del campo mexicano, que alquilarse como mano de obra barata para los productores de droga? Allá en la intrincada sierra de Sinaloa comienza esta historia. La más socorrida hipótesis atribuye a inmigrantes chinos la introducción del cultivo de la amapola en el sureste mexicano. Lo que es un hecho, es que cuando la Segunda Guerra Mundial, el negocio creció ante la demanda de morfina por parte de Estados Unidos.
Pasaron muchos años para cuando a mitad de la década de los 70s, entre 1975 y 1978, se emplearan 10 mil efectivos militares en la llamada Operación Cóndor con el propósito de erradicar cultivos de amapola y mariguana en el noroeste del país, en la sierra de Sinaloa, Chihuahua y Durango, una región conocida hoy como el Triangulo Dorado. En el Guamuchilito, donde Amado Carrillo fincó una casa para su madre y sus hermanas, un poblado cercano a Novolato, en Sinaloa, la gente no olvida a Amado, quien trajo los beneficios de la pavimentación de las calles, la construcción de la iglesia y de la cancha de básquet. Siempre generoso el llamado Señor de los Cielos, ocupó a mucha gente en el rancho de la familia. Es un hecho que en algunos pueblos serranos de Sinaloa, lo mismo que en Michoacán y Durango, el narco suplió muchas necesidades de los pueblos, generó una verdadera economía, pero el espejismo del desarrollo sólo benefició a unos cuantos con un costo de grave deterioro social. Hace ya algunos años, el 23 de mayo del 2005, Francisco Guevara, dirigente de la Liga de Comunidades Agrarias y Sindicatos Campesinos, denunció la creciente violencia resultado de la penetración del narcotráfico en distintas zonas de Durango, donde por sus características geográficas y la pobreza de sus habitantes, operadores del narcotráfico empezaron a rentar tierras y contratar jornaleros. Desde entonces la siembra de mariguana prosperó como un gran negocio. “Los campesinos de Durango están siendo afectados por la infiltración del narcotráfico, la violencia y la extorsión por parte de autoridades policiacas”, alertó desde ese entonces el líder de una de las organizaciones que hoy reconocen la presencia del narco y sus secuelas en el campo mexicano como uno de los rubros centrales en sus agendas de trabajo. Tema de verdadera emergencia si se toma en cuenta como el narcotráfico ha sido determinante para el deterioro de las redes comunitarias y la degradación social en muchas comunidades y pueblos del México rural. Cuántos jóvenes nacidos en las serranías de Michoacán, Durango, Chihuahua, Sinaloa, o en la región de La Montaña en Guerrero han encontrado como única opción de vida convertirse en carne de cañón de las empresas del narco, hacerse jornaleros, servir de mulas para el trasiego o terminar de sicarios. La narco cultura, el tributo a la violencia, los narco corridos, muestran las historias de la supervivencia en el lado cruel de la vida, cuando no queda más remedio que “jugársela”. Aquel hombre, el del testimonio anónimo en uno de tantos pueblos de la región de La Montaña en Guerrero donde se cultiva amapola, habla sobre lo que el narco ha generado en muchas zonas serranas del país: “La gente se volvió más violenta. A raíz de eso llegó a haber muchos asesinatos. Los emboscaban, los mataban. Empezó a haber muchas armas, compararon pistolas, rifles y hasta ametralladoras”. Las cifras sobre cómo se ha extendido por el campo mexicano el narcotráfico resultan dramáticas. De acuerdo con distintas fuentes de información hay que encender focos rojos de emergencia: -José Narro Céspedes, de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (CNPA) hace unos cuántos días, al ser entrevistado cuando esta organización protestaba por la falta de recursos destinados al campo fuera de las oficinas de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, afirmó: “Ante la grave crisis que enfrenta el campo mexicano, el narcotráfico ha penetrado en más de un 60 por ciento al agro nacional”. -En su plataforma electoral 2009-2012, el Partido Verde Ecologista advierte que el crimen organizado ya se apoderó del 30 por ciento de las tierras cultivables del país. -Hace ya un par de años Ricardo García Villalobos, presidente del Tribunal Agrario, hizo cuentas para determinar en cuántas hectáreas del campo mexicano se cosecha mariguana y amapola. “Cifras oficiales –afirmó en declaraciones recogidas por la agencia Notimex– marcan que en el sexenio pasado cada 15 minutos se destruía una hectárea con sembradío de estupefacientes. Entonces cada seis horas se erradicaban 24 hectáreas que, multiplicadas por 360 días al año, suman ocho mil 640, lo que representa 31. 6 por ciento de la superficie cultivada”. Son muchas las secuelas de violencia dejadas por la narco agricultura: la explotación de los jornaleros, la violencia, el deterioro del tejido social, la perversión de la escala de valores en miles de jóvenes convertidos en carne de cañón, jornaleros, transportistas en menor escala, sicarios...
Estado de México Nestlé: apropiación privada de agua de la Iztaccíhuatl Alejandra Meza Velarde En el volcán la Iztaccíhuatl, el consorcio trasnacional Nestlé –Nestlé Waters– se apropió de manantiales propiedad de la nación para el rentable negocio de la venta de agua embotellada, al tiempo que en el mismo espacio campesinos de las comunidades y ejidos del municipio poblano de Tlahuapan tienen restringido el aprovechamiento de agua para consumo humano y es vedado su uso para la producción agrícola. Lo más sobresaliente es que la multinacional comercializa el “agua natural de manantial” extraída de mantos acuíferos en una zona en veda, para un negocio del que se desconoce el volumen real del líquido aprovechado, la apertura de pozos y el monto que pagan al país por la apropiación de un bien vital de dominio público, de valor social, económico y ambiental, como se establece en la Ley de Aguas Nacionales. Vale mencionar que el líquido se extrae de los acuíferos más importantes del país localizados en el Eje Neovolcánico Transversal; 40 de éstos se identifican en la región del Balsas, de los cuales 16 se encuentran en el Alto Balsas donde se localizan los manantiales apropiados por Nestlé, y que son para el estado de Puebla fundamentales, ya que las fuentes superficiales son escasas y de reducido volumen o se encuentran totalmente aprovechadas. Este dato es significativo, toda vez que los crecientes conflictos y la disputa por el líquido se centran en el espacio geográfico del área del Izta-Popo. La relevancia del espacio socio-natural que habitan las comunidades rurales y sus ejidos de Tlahuapan está asociada a los recursos hidrológicos estratégicos que posee la Sierra Nevada, lo que le confiere un papel destacado para la región más densamente poblada de la República. Estos excepcionales recursos hídricos nacen en la Iztaccíhuatl y el Popocatépetl, principalmente por el deshielo de los glaciares y la precipitación pluvial abundante, por arriba de los mil milímetros promedio anuales. Las corrientes superficiales son abundantes durante la época lluviosa y producen una gran filtración de agua que alimenta las corrientes subterráneas; así, los ecosistemas efectúan los procesos que permiten la recarga de acuíferos que abastecen buena parte de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, del Valle de Chalco, del Valle de Puebla-Tlaxcala y del Valle Cuautla- Cuernavaca (Parque Izta-Popo, 2008). En este lugar de enorme relevancia hídrica están emplazados los territorios campesinos de los ejidos forestales de Tlahuapan que, mediante el manejo de sus bosques, en un sitio cabecera de cuenca, son considerados “(…) lugares clave como ‘fábricas’ de agua para el resto de los ecosistemas y para la sociedad (…), en los que la captación de agua no depende sólo de la simple precipitación sino del manejo (…) campesino de bosques y suelos, del que depende que en estas regiones se favorezca la evaporación, infiltración y el escurrimiento (Eckart Boege, 2008). No obstante, sus comunidades enfrentan una insuficiente disponibilidad de agua por la decretada veda permanente, pero se privilegia el suministro del agua sobre todo para las ciudades, en particular de Puebla y San Martín Texmelucan, para las embotelladoras de la región y para empresas como la automotriz Volkswagen. Nestlé posee manantiales que pertenecieron a la empresa mexicana Agua Santa María y probablemente ha perforado pozos en la misma zona. En 2007, el consorcio obtuvo del gobierno federal una nueva concesión en la comunidad de Santa Cruz Otlatla del municipio de Tlahuapan, donde radica la planta de Nestlé, para incrementar la extracción de agua del acuífero. Con la nueva concesión, de acuerdo con una interpretación micro hidrológica del especialista César Solís Gómez, basado en los datos oficiales del Registro Público de Derechos de Agua (Repda), se infiere que sólo con este último manantial de un volumen de 500 mil metros cúbicos al año, se pudieran regar alrededor de diez mil hectáreas o abastecer de agua potable a diez mil habitantes, una cuarta parte de la población total del municipio de Tlahuapan. Más allá del derecho humano al agua, estos escenarios, tensiones y conflictos se producen por las políticas de acceso, de abasto y de control y por acciones de privatización del agua que condicionan a las sociedades rurales que ven reducidas sus posibilidades de servirse del agua para el desarrollo comunitario y consumo familiar, dada la lógica que concibe el agua como un bien económico para las empresas privadas y multinacionales y genera una desigual distribución de privilegio para las ciudades y descobijo al campo. De esta manera, se ha propiciado un contexto tirante y de resistencias por la accesibilidad, distribución, control, explotación y privatización del agua, que produce diversas manifestaciones y estrategias locales, así como reacciones como la que expresó con disgusto don Vicente García Guzmán, ex tesorero del comisariado ejidal de Santa Cruz Moxolahuac: “Si producimos agua, las comunidades de abajo nos deben de pagar. ¿Por qué a ellos sí les dan permisos para abrir pozos y a nosotros, que producimos el agua, no? El agua nace en la comunidad y ahora ¡ya no se tienen derechos! ¡Necesitamos agua (…) urge para nuestra población! Los beneficiados son los de abajo. Aquí trabajamos y allá ¿que hacen? Aquí no quieren que perforemos un pozo. ¿Quién hizo la veda del agua?” Estos hechos también han propiciado en la región de Puebla y Tlaxcala diversas movilizaciones, por lo que se constituyó el frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y Agua Puebla–Tlaxcala. Así, en este territorio sociohistórico descubrimos por un lado, conflictos y fisuras comunitarias e intercomunitarias por obtener el agua de los manantiales locales, y por el otro, “(…) hasta la lucha por el control del agua, que se debate entre las tendencias privatizadoras del manejo desde la cuenca, manantiales, infraestructura y venta del líquido” (Boege, 2008). Los considerables fenómenos hídricos en el planeta vislumbran un momento histórico de crisis del agua enlazado con las maneras como el ser humano se ha relacionado con el entorno natural, en particular con el proceso económico de degradación de la naturaleza. Así, el mundo enfrenta problemas críticos de escasez por contaminación no sólo de agua sino de aire, por sobreexplotación, así como pérdida de suelos, efecto invernadero, alteraciones climáticas, entre otros. Todos estos son indicios de los límites a los que ha conducido el modelo de apropiación depredadora de la naturaleza. Es un sistema, el capitalista, que omite la determinación mutua entre el ser humano y la naturaleza, y se expande sin límites en busca de mayores utilidades y acumulación de capital por encima de los ciclos y ritmos de los recursos naturales como son los bosques o el agua.
Biocombustibles y agricultura: Yolanda Massieu Trigo El petróleo se acaba. Si algo demuestra el reciente derrame de la British Petroleum en el Golfo de México es la cada vez mayor dificultad y el riesgo para extraerlo. Las predicciones afirman que seguirá siendo el rey de los energéticos por 50 años más, pero es innegable que la búsqueda de fuentes alternas de energía se ha vuelto apremiante y necesaria. Es así que en los años por venir veremos un crecimiento importante de los llamados biocombustibles, que más adecuadamente debían nombrarse agrocombustibles, pues a la fecha se trata de combustibles extraídos de productos agrícolas. Estamos hablando básicamente del etanol, obtenido en Brasil a partir de caña de azúcar y en Estados Unidos de maíz, y del biodiesel, de remolacha y otras materias primas. Los dos países mencionados son los principales productores de etanol, con 19 mil millones de litros de producción anual en 2007 Estados Unidos y 26 mil 500 millones Brasil el mismo año. A México le ha salido cara la aparición de los agrocombustibles en cuanto a su ya perdida autosuficiencia alimentaria: si en algún momento el gobierno pensó que era más costeable comprar el maíz de Estados Unidos que producirlo internamente, ahora el vecino país destina cantidades crecientes de su cereal a producir etanol y ya no tiene los mismos volúmenes para venderle a México. Esta fue una de las causas del aumento de los precios de los alimentos en 2008, incluido el de la tortilla (cuya alza en estos momentos continúa). Los inventarios internacionales de maíz se redujeron, porque ahora este grano se usa para producir agrocombustible. Es decir, la competencia por tierras agrícolas entre la producción de alimentos y energéticos ha comenzado. Con ello, se inaugura una nueva era en la que la producción agrícola y la energética expresan un nuevo tipo de vínculo. El carácter excluyente de la producción de estos energéticos se expresa claramente en Brasil, donde los nuevos reyes del etanol son los viejos terratenientes, y hay numerosas denuncias de que están utilizando trabajo en condiciones de semiesclavitud para alcanzar los altos niveles de rentabilidad que ahora tienen, como líderes de esta reciente y pujante agroindustria. El debate sobre la sustentabilidad de los agrocombustibles está abierto, pues no está clara su eficiencia energética, dado que requieren de una considerable cantidad de energía y recursos naturales en la producción agrícola (tierra, agua, insumos). Es decir, si bien con su producción en masa los riesgos de derrames contaminantes característicos del petróleo no se darían, parece que sería muy costoso en términos energéticos mover los autos exclusivamente a partir de estos combustibles. Ello, aunado al costo social de destinar más tierras a la producción de combustibles que de alimentos, lo que implicaría elevar el número de excluidos y hambrientos con tal de tener suficiente energía. Mejor alimentar a los autos que a la gente, en un contexto mundial en que la crisis alimentaria ha elevado el número de hambrientos en el mundo de 800 millones a mil 200 millones de personas, según cálculos conservadores de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). De cualquier forma, es innegable que la sociedad actual no puede concebirse sin energía y que la paulatina e irreversible escasez del petróleo obliga a buscar alternativas. Una opción es la obtención de biogas a partir de los desechos orgánicos, pero esta vía no es considerada por los grandes capitales del sector energético. Nuestro país enfrenta muchas dificultades. Tras décadas de mala administración y corrupción en Petróleos Mexicanos, encontramos que la gran riqueza petrolera del país se está acabando. No hubo previsión ni se invirtió suficientemente en tecnología y exploración para enfrentar el agotamiento de los yacimientos explorados, por no hablar de la dilapidación del reciente gobierno de Vicente Fox de los ingresos petroleros, cuando el precio del hidrocarburo estuvo más alto que nunca. La tan publicitada reforma energética de 2008 poco contribuyó a resolver la actual situación y nos enfrentamos al hecho de que la producción petrolera del país ha caído (el volumen de exportación disminuyó de mil 844 millones de barriles en 2003 a mil 398 en 2008), si bien con precios altos que compensan un poco. Nuestro petróleo se agotará en los años venideros y urge buscar alternativas, antes de empezar a importar etanol de Estados Unidos o Brasil, pues ya importamos gasolina desde hace varias décadas del vecino del norte. En este contexto, el absurdo de haber destinado fondos públicos a empresarios sinaloenses para producir etanol de maíz y exportarlo a Estados Unidos aparentemente ha sido detenido, si bien hay una planta construida en Los Mochis con este fin. En Chiapas existen proyectos sugerentes para obtener etanol a partir de la jatropha, la higuerilla, la palma y otras plantas endémicas. Si bien suena racional ambiental y tecnológicamente, aún está por verse si se repetirá el excluyente modelo brasileño, o si los campesinos chiapanecos y una capa amplia de la población podrán beneficiarse de esta nueva agroindustria. De cualquier manera, más vale tarde que nunca para comenzar a buscar alternativas energéticas. |