¿Vendrá Hilda Tenorio a la Plaza México?
La abismal diferencia entre aficionados y taurinos
uándo reaparecerá Hilda Tenorio en la Plaza México?, se preguntan los aficionados con memoria. Hablamos de la torera que más triunfos ha tenido en ese ruedo, primero como becerrista, luego de novillera y después como matadora la tarde de su alternativa –primera que se concede a una mujer en ese coso–, el domingo 28 de febrero de 2010, ante un bien presentado encierro de Autrique, en que el padrino Manolo Mejía cortó dos orejas e Hilda recibió una ovación en su primero y la oreja de su segundo.
Se suponía que hoy regresaba a la monumental de Insurgentes, no por menudita, frágil o de apariencia delicada, sino porque en 10 meses como matadora ha toreado 23 festejos alternando muy dignamente con un elevado porcentaje de toreros importantes. ¿Que ha perdido varias orejas por pinchar? Hombre, si las figuras consagradas luego de años de alternativa fallan con la espada, este rigorismo con la muchacha es sospechoso. Ojalá el público pueda verla pronto; la quiere y aplaude no por mujer, ojo, sino por buena torera y por valiente.
El crítico taurino del periódico Intolerancia, de Puebla, José Antonio Luna Alarcón, cuenta que durante un brindis de fin de año, después de que alguien los presentara a él como taurino y a un joven como novillero, éste le hizo patente su sentir: No se deje don, no permita que le llamen taurino. Exija que le digan aficionado, nunca taurino. Lo dijo mientras observaba a los corrillos que con la copa de vino en la mano departían en torno nuestro. Como le tiro a lo que se mueve, agrega José Antonio, recorrí las cintas buscando el motivo. Pero no, la cosa no iba conmigo y sabedor de que no hay mejor método para escudriñar el alma humana, podredumbres y vericuetos incluidos, le pregunté por qué y me dio esta explicación:
Los taurinos, don, son toda esa raza de víboras que siempre cargan los dados. Que se conocen las trampas y los atajos. Que cierran puertas y se saben de todas, todas, menos ser gente. Que les gotea el colmillo ante los cuellos de los que no somos nadie, pero que se tienden de tapete frente a los poderosos. Con esta magnífica disertación sobre el significado de los dos vocablos, calcula el interés que le puse al asunto. A fin de cuentas, reparé, si hay quien sepa de rabias es al que lo ha mordido la perra.
También hay taurinos respetabilísimos, solté mi objeción. Por eso, pero ellos son aficionados, no taurinos, me refutó. Y se quedó muy campante, satisfecho de su afirmación. Sin embargo, con su parte de lógica popular, tiene razón el moreno. Los taurinos hemos dejado patas arriba al toreo. Es desolador el panorama, si no, échenle un vistazo: la más pobre baraja de novilleros sin nombres para la esperanza. Matadores buenos que se quedan con los triunfos en la Plaza México guardados en la espuerta. Encierros de toros bravos, con movilidad y trapío que los patrones tienen que mandar al carnicero porque nadie quiere torearlos. Tendidos ocupados por espectadores conformistas e incompetentes que celebran cualquier mediocridad. Novilladas anunciadas como corridas de toros. Malandrines que venden con descaro sus bajonazos infamantes como la mejor de las estocadas.
Tolerancia a figuras que prefieren el indulto forzado que tirarse a matar jugándose el todo por el todo. Apoderados que distribuyen comunicados de prensa participando los grandes éxitos de sus poderdantes en pueblos donde Juan amarra la mula. Indultos a toritos bobalicones e inválidos. Manejos empresariales que rondan la delincuencia. Plumas que ponderan la estulticia o se hacen de la vista gorda sin plantarle cara al bicho. Pasividad de la autoridad cómplice. En una palabra: taurinos.
No sólo para un artículo, don, me dije yo mismo, la conversación de este espada lingüista da para un propósito de Año Nuevo. Y aquí estoy, dejándolo por escrito: ser cada día menos taurino y más aficionado a los toros. Pero, que quede muy claro, no a las figuras ni a las orejas ni a las patochadas, sino ¡a los toros!, remata José Antonio Luna Alarcón tras su charla sin desperdicio con el avispado novillero. ¡Ah, si dejáramos ya de desperdiciarnos!