l año arranca con la buena noticia de que Alejandro Encinas está dispuesto a encabezar a la izquierda en las elecciones del estado de México. Sin duda, una participación como la que Encinas promete puede no sólo empujar a los partidos coaligados a una búsqueda creíble y saludable de nuevos senderos populares sino abrir camino para que la izquierda en su conjunto se haga cargo de que sin programa político no hay proyecto nacional de recambio, ni una democracia que pueda ampliarse y profundizarse, con capacidad de crítica de las estructuras existentes y con legitimidad y capacidad institucional para remover las relaciones caducas y abrir un nuevo curso para el desarrollo de México.
De todo esto está urgida la sociedad y sería en verdad muy bueno que de nuevo fuera la izquierda la que hiciera punta en una empresa que, de iniciarse, pronto descubriría que trasciende las normales y formales fronteras partidistas. El esfuerzo requerido para una renovación no rutinaria de la economía y la sociedad mexicanas no puede sustentarlo un partido solo, ni siquiera un gobierno que pretenda ser renovador. La necesidad de un cambio de rumbo puede postularse desde distintos miradores, pero si se plantea para el conjunto de la economía política y toca los tejidos básicos de las relaciones del Estado nacional con el resto del mundo, entonces debe vérsele como un emprendimiento que para volverse realidad deberá cruzar verticalmente al conjunto social y horizontalmente a las formaciones políticas convencionales.
Si un empeño de esta naturaleza puede materializarse por las vías democrático-representativas dependerá de la robustez que puedan adquirir en estos años los partidos políticos, por un lado, pero también las propias estructuras organizativas e institucionales que sostienen el sistema político. Mucho queda por andar en la reconstitución de un Congreso capaz a su vez de volverse parlamento y todavía más para que el país pueda presumir de contar con un sistema de partidos a la altura de sus desafíos.
Frente a todo esto, meter de contrabando un bipartidismo artificial, so pretexto de la necesidad de asegurar la gobernabilidad
del sistema y apurar el paso de las reformas de estructura que supuesta o realmente se requieren para crecer y modernizar la sociedad y la economía, no coadyuvaría a aclarar el turbio panorama de las relaciones políticas actuales, pero sí puede hacer mucho por enturbiarlas más. Insistir en una opción de esta naturaleza es ofrecer el despeñadero de la simulación política como horizonte, contribuir a la confusión atemorizada de una comunidad nacional acosada por la inseguridad y la violencia, así como por una precariedad social y laboral que por sí solas nos han puesto cerca del precipicio.
La opción de Encinas puede catalizar sentimientos como los sugeridos y abrir paso a una reflexión de alcance nacional como lo requiere el país y la izquierda necesita como si fuera oxígeno. Un escenario tan complejo y potente como es el estado de México sería ideal para un ejercicio de confrontación y meditación como este.
Una candidatura transparente, en condiciones de unir el discurso local con la construcción de una perspectiva nacional diferente a la imperante, que se haga cargo de la dificultad de gobernar el cambio de curso sin caer en la resignación y el fatalismo que ahora ofrecen como placebo los neoliberales y la triste tecnocracia que les va quedando, puede ser la aportación que haga a México una izquierda desgarrada por sus mezquindades y miopías pero, por lo visto y oído en estos días, de parte de Ebrard, López Obrador y el propio Encinas, todavía en condiciones de plantearse tareas de transformación y a largo plazo.
Esperemos que, para el bien de todos, Alejandro Encinas tenga todo en regla, como recuerda este sábado en Milenio Carlos Puig que le asegurara hace meses en una entrevista televisada, y que los otros partidos y los poderes de hecho tan frondosos en la entidad de Fabela entiendan que una contienda como la que puede plantear Encinas será de provecho no sólo para el futuro de los mexiquenses sino para el país todo.
Desde las cúpulas pero también desde las muchas bases de la sociedad y la política, la tarea nacional de estos lúgubres años de la alternancia parece haber sido restar y restar. Lo de Encinas puede ser el inicio de una difícil pero promisoria suma.